La Tercera/ Perú
Miércoles, 6 de abril de 2011
Las candidaturas de Humala y Fujimori representan riesgos distintos. En el caso de Humala, el peligro de que se repita la vieja historia del candidato que llega al poder por las urnas y desde allí desmonta el andamiaje republicano
El "triple empate" en los sondeos relativos a la primera vuelta de los comicios presidenciales en Perú, el próximo domingo, arroja un escenario que pocos se atrevían a tomar en serio: un "balotaje" entre Ollanta Humala y Keiko Fujimori, opciones con fuertes vinculaciones al autoritarismo y cuyas campañas han sido más inteligentes que las de sus contendores.
Una vez más planea sobre el Perú el espectro autoritario: a una semana de la primera vuelta de los comicios presidenciales, los sondeos arrojan la posibilidad de un escenario que pocos se atrevían hasta hace poco a tomar en serio: un "balotaje" entre Ollanta Humala, el ex teniente coronel que lidera el Partido Nacionalista y hoy es candidato a la cabeza de la coalición Gana Perú, y Keiko Fujimori, hija del ex dictador Alberto Fujimori, al que acompañó como Primera Dama y que tienta suerte esta vez bajo la sombrilla de su agrupación Fuerza 2011. Aunque la reacción escandalizada por parte de un vasto sector del país a raíz de los últimos dos sondeos más fiables -de las encuestadoras Ipsos Apoyo y CPI- podría alterar las cifras en estos días y nada está dicho todavía (una encuesta de Datum el viernes mantenía a Humala en primer lugar, pero colocaba a Fujimori cuarta), no se puede descartar que la segunda vuelta la diriman dos opciones con fuertes vinculaciones al autoritarismo.
La primera -la de Humala- viene por vía de militarismo nacionalista de izquierdas que hunde sus raíces en el general Juan Velasco, el militar que dio el golpe de Estado contra Fernando Belaunde en 1968, y que en el contexto latinoamericano cuenta con vasos comunicantes con el Socialismo del Siglo XXI de Hugo Chávez, aun cuando no se trata de fenómenos equivalentes. La segunda -la de Keiko Fujimori- tiene en el padre, hoy teóricamente preso en una dependencia policial pero en la práctica con amplia libertad de movimientos y a cargo de la campaña de su hija, el símbolo alrededor del cual se nuclea una extraña mezcla de fascismo sociológico, nostalgia populista y mística militarista.
Ambas campañas han sido bastante más inteligentes que las de sus contendores, cuyos errores, el mayor de los cuales fue entrematarse sin darse cuenta de que el enemigo eran Humala y Fujimori y no sus pares democráticos de centroderecha o centroizquierda, han colocado a las dos vertientes autoritarias a las puertas del poder. Cuando la campaña electoral propiamente hablando empezó, pocas semanas después de los comicios municipales, el ex alcalde de Lima, Luis Castañeda, encabezaba los sondeos con comodidad. Su obra pública y su imagen de buen gestor parecían suficientes para garantizarle al menos un puesto en la segunda vuelta, en contra de una vieja tradición peruana según la cual los alcaldes de Lima elegidos por votación popular nunca han alcanzado la Presidencia. Pero antes de finalizar el año, con un blitzkrieg publicitario demoledor, el ex mandatario Alejandro Toledo logró desplazar a Castañeda. Lo hizo combinando una imagen de estadista y con la elección cuidadosa de temas de alta sensibilidad. El principal: los precios de los alimentos, que en estos tiempos de commodities agrícolas disparados y precios del transporte desorbitados por el alza del petróleo, llevan a muchos peruanos a recordar con melancholia los tiempos de Toledo (en los que los precios también subieron). El Perú importa maíz, soja y trigo, productos que en el comedor popular -fideos, pollo, etc.- impactan directamente.
El equipo de campaña de Toledo, en el que participan el peruano radicado en Estados Unidos, Sergio Bendixen, que ha asesorado a los demócratas en su conquista del voto hispano, y el español Xavier Domínguez, colaborador del socialismo ibérico, parecía mucho más sólido que el de los rivales. Castañeda se debatía entre contratar al controvertido venezolano Juan José Rendón, que asesoró a Juan Manuel Santos y acabó con Antanas Mockus en la última elección presidencial de Colombia, y al que le han hecho fama de experto en "guerra sucia", y optar por no defenderse de los ataques que le llovían. Entre las críticas que soportaba, la mayor era el cuestionamiento ético de su gestión municipal en una época en que el electorado está fuertemente sensibilizado por la corrupción.
La campaña entró en una dinámica dominada por la lucha entre Toledo, cuyo aparato político y medios afines llevaron a cabo una demolición de Castañeda, y el contraataque del ex alcalde, que sin atreverse a contratar a Rendón, se dejó arrastrar al fango. La lucha cuerpo a cuerpo entre ambos líderes cobró un aspecto cada vez más obsceno. Mientras esto ocurría, Humala, a quien nadie hacía mucho caso en el cuarto lugar, trotaba (literalmente) por el país con un mensaje renovado, calculado para sintonizar con el hastío contra la clase política, la corrupción y unos servicios públicos deficientes que contrastan con el crecimiento económico, y con un sector de clase media baja que veía con buenos ojos la moderación del discurso humalista con relación al pasado radical. El oportunísimo nacimiento de su tercer bebé en plena campaña ayudó a dulcificar la imagen de Humala en el imaginario colectivo.
Por su parte, Keiko Fujimori, que a primera vista debía ser la más cuestionada, veía con fruición cómo sus principales contendores se entremataban. Recorría el país bailando, recordando la obra pública de su padre en provincias y la derrota de sendero Luminoso. Se esforzaba por deslindar a Vladimiro Montesinos -el monje negro del fujimorimo- de Alberto Fujimori. Un mínimo de viento en contra le hubiera hecho imposible esto último, dada la relación umbilical que Fujimori y Montesinos tuvieron durante una década, pero al correr sola en un carril donde no había obstáculos, Fujimori pudo cimentar eso que llaman su "voto duro": más o menos uno de cada cinco electores. No subía y no bajaba, pero ya eso, en una campaña peruana, que por definición es un pantano que se traga candidaturas bien colocadas desde el inicio, era un logro. A medida que Castañeda se desvanecía como opción para la segunda vuelta, Fujimori, que mantenía su voto estable, se fortalecía.
Pero ocurría algo más. Una vez que acabó con Castañeda, Toledo, en una decisión que puede costarle la Presidencia si no logra recuperar posiciones esta semana, decidió que el enemigo era ahora el que iba en quinto lugar: su ex ministro de Economía, Pedro Pablo Kuczynski. Contra él enfiló todas las baterías, convencido de que PPK -como se lo conoce-- sólo podía crecer a costa suya y de que por tanto era al que había que destruir para mantener el liderazgo. PPK, que tiene la nacionalidad estadounidense, marcada herencia europea y está vinculado al mundo de las finanzas, era en apariencia una candidatura caricatural. ¿Cómo podía un gringo con pasaporte extranjero, aires de banquero y hablar tecnocrático poner en riesgo a Toledo, un animal político surgido de la extrema pobreza con credenciales de gobernante exitoso? Dos cosas revirtieron esta lógica: PPK, asesorado por el ex embajador peruano en Chile, el eficaz aprista Hugo Otero, se construyó una imagen de gringo acriollado de lengua sucia y espontaneidad a flor de piel. El candidato se trajo de México a un gurú de la autoayuda, Miguel Angel Cornejo, para amenizar sus mitines, aparentemente con buen resultado. Con la ayuda de una simpatizante del Callao (donde está el puerto principal del país) que le estrujó los testículos ante las cámaras de televisión y lo convirtió instantáneamente en una celebridad popular, y de Toledo, empeñado desde su primer lugar en las encuestas en cerrarle el paso al que iba quinto, PPK trepó. Y trepó. Y trepó hasta colocarse en un expectante tercer lugar en algunos sondeos, con fuerte arraigo en el sur, algo difícil de entender por tratarse del bastión humalista y el segmento menos desarrollado del país.
Para entonces, era cuestión de tiempo antes de que Toledo empezara a caer en las encuestas. Su imagen de estadista se había despintado, le habían crecido los enanos y había perdido el norte. Llegó a enfrascarse en una refriega verbal desgastante, por ejemplo, con el ex secretario general de la Presidencia, un oscuro colaborador de Alan García del que nadie fuera de círculos apretados había oído hablar y que lo había acusado de haber mandado comprar toneladas de whisky cuando fue presidente. Los asesores de Toledo lo habían convencido de que el mandatario, mayoritariamente impopular aunque cuenta con la aprobación de casi un tercio del país, era un blanco electoralmente atractivo. García, que no escondía su deseo de erosionar a Toledo, aprovechó las circunstancias para mantener el duelo vivo.
Hasta que Toledo empezó a caer y tanto Humala como PPK a subir. Curiosamente, la subida de Humala se dio en parte a costa de Toledo, lo que confirma una vez más que no es la ideología ni la dicotomía izquierda-derecha la que decide elecciones en el Perú, sino algo más primario, relacionado con la personalidad de los candidatos, sus afinidades culturales con ciertos sectores de la población y su impacto mítico en una cierta idea de país. PPK también le quitaba algunos votos a Toledo, pero muchos menos de los que la campaña de éste creía. Buena parte de los votos del economista venían de sectores indecisos, de Castañeda y, en bastante menor medida, del fujimorismo.
Cuando el fin de semana pasado tanto Ipsos Apoyo como CPI colocaron a Humala en primer lugar y a Fujimori en segundo (en el caso de Ipsos Apoyo Fujimori alcanzaba ese segundo lugar en la simulación de voto con cédula y ánfora, una medida más precisa que la del sondeo habitual), la noticia suscitó escándalo, pero no demasiada sorpresa. Se veía venir. Los dos candidatos que habían pasado inadvertidos en el día a día de la campaña, a quienes la guerra sucia apenas había rozado y que habían podido organizar sus mensajes sin contradictores que los pusieran en aprietos, cosechaban los frutos de su siembra. Sin nadie que recordara el autogolpe, la corrupción y las violaciones de los derechos humanos, Fujimori había podido retocar la foto del pasado y presentarse como una figura joven y renovadora. Sin nadie que recordara al país sus viejos vínculos con el autoritarismo chavista, su mensaje nacionalista trasnochado y sus dichos contra el actual modelo peruano, Humala parecía un agente de cambio sensato y cuerdo. La asesoría de brasileños aparentemente enviados por el PT de Lula -se habla de Joao Santana, ex coordinador de campaña de Dilma Rousseff, aunque Humala ha dicho que sólo se han reunido una vez- había funcionado: Humala ya no parecía un epígono de Chávez, sino de la corriente moderna de la izquierda latinoamericana.
A estas alturas, parece casi imposible que Humala no se cuele en la segunda vuelta. La disputa, en principio, está entre Toledo, PPK y Fujimori por entrar a la segunda vuelta, a menos que PPK, que acaba de renunciar a la nacionalidad estadounidense, consiga reanudar el ascenso que venía experimentando con el mensaje de que Toledo no le puede ganar a Humala. Toledo -y sus medios afines, que ahora son mayoría- siguen atacando sin cesar a PPK. Los fujimoristas sonríen a la distancia pero el viernes la encuesta de Datum ponía a PPK segundo, en empate con Toledo, que tenía apenas una décima de punto menos. De todas formas, Fujimori estaba a sólo un punto de ambos.
Ha sido la campaña más penosa de que se tenga noticia en el Perú. La vulgaridad, chabacanería y frivolidad han superado los límites de lo conocido. Durante un mes y medio, casi de lo único que se habló fue de cortarse un mechón de pelo para hacerse una prueba toxicológica que descartara que los candidatos habían consumido cocaína. Luego, los genitales de PPK pasaron a ser centro del debate. Todo ello con una dosis de carnaval más desproporcionada que en campañas anteriores. Tal vez porque cuatro de los cinco principales candidatos comparten -aunque nunca lo reconozcan- la orientación económica básica, las diferencias se han manifestado en aspectos que siempre existen en una campaña, pero en todas partes suelen ocupar un espacio más bien lateral.
Las candidaturas de Humala y Fujimori representan -y esto ha despertado ansiedad en círculos internacionales- riesgos distintos. En el caso de Humala, el peligro de que se repita la vieja historia del candidato que llega al poder por las urnas y desde allí desmonta el andamiaje republicano. Ha dicho reiteradamente que no lo hará, pero también lo dijo Chávez -como nos lo recuerda un video que circula profusamente en internet- en 1998. Chávez intentó esta última semana convertirse en un factor de campaña en el Perú al llamar a Humala "buen soldado" pero éste, que no quiso llamarlo dictador, le pidió que "no se meta". Asimismo hay el riesgo de que revierta el modelo económico, que con sus muchas imperfecciones ha traído al Perú un progreso notable. La pobreza, que abarcaba a la mitad de la población, hoy sólo abarca a la tercera parte. En ocho años, aumentó en 13% la población adecuadamente empleada, reduciendo el subempleo, que era mayoritario, a una mitad de la población activa. El número de afiliados a un seguro de salud pasó de 23% a 53.8%; el de afiliados al sistema de pensiones aumentó un 13% en apenas cinco años. La demanda de viviendas hoy es cinco veces mayor que la oferta, porque la clase media va en aumento. En Carabayllo, emblema de marginalidad en Lima, los predios han subido de valor en 100% en el ultimo año. Ya no es cierto que el progreso lo lideran las exportaciones tradicionales, pues la demanda interna ha crecido mucho para beneficio de las manufacturas y la construcción.
Este éxito económico -el Banco Mundial afirmó recientemente que después de Panamá es el país que vio crecer la renta per cápita más rápidamente en la última década- tiene su base en el modelo de mercado que se ha ido afianzando durante años. Hay un número importante de peruanos que todavía no se benefician directamente de él o que ven un desfase entre el crecimiento y los paupérrimos servicios del Estado, empezando por la judicatura: es aquí, y no en un supuesto crecimiento de la izquierda peruana, donde hay que situar el arraigo de Humala. La incógnita es si su mensaje de aumento de impuestos a las compañías extractores de recursos naturales, mayor apoyo y protección a la industria nacional, renegociación de ciertos contratos (incluidos los TLC) y combate a los monopolios (incluidas licencias de medios de comunicación) implicarían una revisión del modelo y un ataque a la libertad de expresión.
Otra incógnita es su política exterior. El discurso antichileno se ha moderado en los últimos años -Humala aceptó reunirse con Sebastián Piñera en la embajada chilena en Lima-. Pero en los últimos días Radio Cooperativa ha sacado a relucir una entrevista donde el ex teniente coronel habla de represalias contra Chile por el maltrato a los capitales peruanos, de comprar parte del morro de Arica y de aplicar a los chilenos en el Perú un trato parecido al que aplican los chilenos a los peruanos, a quienes según él "cholean". En contraste, Humala ha dicho que respetará el fallo de La Haya en relación con el diferendo marítimo y que no actuará contra las inversiones chilenas. Hay suficiente contradicciones en su discurso como para que sea imposible a estas alturas hacer un pronóstico.
En el caso de Fujimori, no hay mucho riesgo para el modelo económico, que probablemente mantendría. Pero sí hay un enorme peligro de reversión de todo lo avanzado en el campo de la institucionalidad democrática, incluida la independencia de poderes y la libertad de expresión, y, en menor medida, la desfujimorización de la judicatura, corrompida de arriba abajo en tiempos de la dictadura. Y el segundo peligro es la polarización. A estas alturas, el antifujimorimo es mayor que el fujimorismo, de modo que el ascenso de esa candidatura promete una lucha enconada que seguramente se crisparía aún más con Fujimori en la jefatura de gobierno, tal vez con riesgo para la estabilidad económica.
Si el próximo domingo las urnas arrojan un resultado distinto al de las encuestas que anunciaban un "balotaje" entre Humala y Fujimori, habrá sido seguramente porque los riesgos mencionados en relación con ambas candidaturas han movilizado un "voto útil" en favor de quien tenga la mejor opción contra cualquiera de ellos. En este caso, Toledo es el candidato obvio, pero PPK podría colarse por los palos.
Ollanta Humala
Gana Perú. Militar en retiro y fundador del Partido Nacionalista Peruano. Como miembro de las FF.AA., combatió a Sendero Luminoso. Compitió contra Alan García en las elecciones de 2005, donde cayó en segunda vuelta. Esta vez moderó su discurso y es un favorito para pasar a segunda vuelta.
Keiko Fujimori
Fuerza 2011. La hija del ex presidente Alberto Fujimori ha logrado cimentar un voto duro que la mantiene en segundo lugar, a pocos puntos de Ollanta Humala. El que la campaña entrara en una dinámica dominada por la lucha entre Alejandro Toledo con Luis Castañeda y luego del ex presidente con Pedro Pablo Kuczynski ha favorecido sus opciones.
Alejandro Toledo
Perú posible. Economista, ex presidente peruano entre 2001 y 2006. Asumió la presidencia tras la crisis del gobierno de Fujimori y hacia el fin de su mandato sufrió altos índices de impopularidad. Lideró las encuestas hasta fines de marzo, pero se ha enfrascado en refriegas verbales que lo han desgastado. Alan García no esconde su deseo de erosionarlo.
Pedro Pablo Kuczynski
Alianza por el gran cambio. Economista, ex ministro de Economía y presidente del consejo de ministros durante el gobierno de Alejandro Toledo. En apariencia era una candidatura testimonial, pero llegó en algún momento al tercer lugar en los sondeos. Ha sido criticado por su nacionalidad estadounidense, cuya renuncia se encuentra en trámite.
Luis Castañeda
Alianza solidaridad nacional. Abogado, fue alcalde de Lima entre 2003 y 2010. Inicialmente encabezó los sondeos, pero a fines del año pasado fue desplazado por el ex presidente Toledo. Las críticas a su gestión municipal en un electorado sensibilizado con la corrupción han jugado en su contra.
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