Libertad!

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viernes, 15 de abril de 2011

Las rutinas del caos

Alberto Barrera Tyszka

A este paso, quizás demasiado pronto, terminaremos creyendo y pensando que gobernar es prohibir al otro, que la pluralidad es un estorbo, que la patria es un cuartel, que el socialismo es un raro coctel entre concentración de poder y derroche petrolero, que cualquier crítica puede ser una traición, que el miedo es una forma de vida, que más allá de Chávez no existe el país. De eso se trata.
Eso es lo normal.

Ya no nos extrañan las huelgas de hambre. Peor aún: pareciera que están de moda. Nos parece normal la multiplicación de las huelgas de hambre

En Vida y destino, la monumental novela de Vasili Grossman, la narración de la guerra y de la existencia bajo el régimen de Stalin resulta tan asfixiante y dura que, cuando el lector se encuentra con la trama que relata la existencia dentro de un campo de concentración, puede llegar a sentir incluso un raro alivio. Al menos, ahí, en algún momento, hay gente que fuma, que juega barajas, que ensaya alguna melancólica broma. Eso es parte también de la brutalidad que desnuda la historia: ¿cómo un campo de exterminio puede, de repente, convertirse en algo cercano a la normalidad? ¿Cómo la violencia y la muerte pueden transformarse en rutinas de la vida? La idea de la capacidad de adaptación del ser humano a las circunstancias más adversas, del sometimiento y de la humillación como forma de supervivencia, ha ocupado con frecuencia la atención de la literatura. A veces, la ficción puede ser un extraordinario discurso de la historia. A veces, las sociedades necesitan de un alerta especial, de una mirada distinta que les permita darse cuenta de cómo han hecho del terror una costumbre.

Por supuesto que, salvando todas las distancias y sumando todas las comillas que hagan falta, pienso en nosotros, en el tránsito que vamos siendo, en la batalla desigual que desde hace años libra el poder en contra de los ciudadanos. ¿A qué nos estamos adaptando? ¿Qué nos hubiera parecido hace años inaceptable y, en cambio, ahora nos resulta familiar? Ya no nos extrañan las huelgas de hambre. Peor aún: pareciera que están de moda. Nos parece normal la multiplicación de las huelgas de hambre.
El Gobierno trata de minimizarlas, de descalificarlas, pero ya es imposible. Hay huelgas de estudiantes, pero también hay de sindicalistas, de empleados y de ex empleados, de policías, de enfermeras y hasta de sacerdotes. Nos parece natural que dejar de comer, hasta el riesgo de morir, sea la forma más popular de exigir atención o de reclamar justicia en el país.

Nos parece normal que un venezolano intervenga, invada, ocupe el espacio radioeléctrico que es de todos los ciudadanos para, cada vez que le da la gana, ponerse a hablar durante horas sobre sí mismo, sobre todo el bien que hace, sobre lo chúpili que lo está pasando, sobre lo necesario que es para el país que él se quede por lo menos otros 20 añitos más. Ya no nos sorprende que un partido se apropie de todos los medios sociales para promocionar sus actos, para estar todo el tiempo en campaña. Nos parece normal que el PSUV haya privatizado a su favor casi toda la televisión pública del país.
Nos parece natural que haya una fuerza militar curiosamente llamada milicia. No nos resulta raro que haya sido creada por decreto habilitante, que esté separada de la FAN y dependa operacionalmente de la Presidencia. No nos extraña que esa fuerza pueda intervenir en los planes de educación sobre seguridad en todas las escuelas del país.

“No querer a las milicias es no querer a nuestro pueblo”, nos dice el ministro.
Nos parece normal que se vaya la luz y que sea por culpa del capitalismo. Que las emergencias de los hospitales no funcionen y que sea por culpa del capitalismo. Que existan miles de denuncias de corrupción y que, obviamente, también sea culpa del capitalismo. Que no se atiendan ni se afronten la mayoría de esas denuncias de corrupción y que ¡por supuesto! también sea culpa del capitalismo. Nos parece normal la estupidez, la mediocridad.
Hace unas semanas, con motivo de un seminario sobre literatura venezolana, organizado por la Universidad Simón Bolívar, estuvo en Caracas Juan Carlos Méndez Guédez, reconocido escritor venezolano, residenciado en Madrid desde hace años. En una entrevista se refirió justamente a este proceso, y lo definió con una excelente expresión: “La normalización del horror”. Eso nos pasa. Ya no nos indignamos porque nombren autoridades a dedo e inventen espacios de poder.

No nos sorprende que no respeten las decisiones electorales. Ya no nos impresiona que haya gente que se cosa la boca para ser escuchada. Es normal que te roben, que te secuestren, que te maten. Es de lo más natural que nos olvidemos de Danilo Anderson o de Pdval. El caos se nos ha vuelto un hábito.
A este paso, quizás demasiado pronto, terminaremos creyendo y pensando que gobernar es prohibir al otro, que la pluralidad es un estorbo, que la patria es un cuartel, que el socialismo es un raro coctel entre concentración de poder y derroche petrolero, que cualquier crítica puede ser una traición, que el miedo es una forma de vida, que más allá de Chávez no existe el país. De eso se trata.
Eso es lo normal.

abarrera60@gmail.com


El Nacional / ND 10 Abril, 2011

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