EL UNIVERSAL
jueves 21 de abril de 2011 05:06 PM
El presidente Santos está generando en los venezolanos opuestos a este gobierno, el mismo tipo de sentimientos que durante su mandato produjo Lula. Con el brasileño, reconocíamos que como que era un muy buen presidente para su país, a juzgar por el alto índice de aprobación del que gozó entre sus compatriotas hasta el final de su gobierno, pero que su conducta respecto al nuestro era el colmo de alcahuetería, llevada a cabo en nombre de buenos negocios para el capitalismo brasileño. En una de esas llegó a decir, como si supiera mucha historia venezolana, que Chávez era el mejor presidente que había tenido Venezuela. Le faltó completar... "para Brasil".
Con Santos nos pasa algo peor. Porque los antecedentes indicaban que las relaciones de un gobierno presidido por Santos y el presidido por Chávez iban a ser terribles. Al fin y al cabo, Santos había sido o el artífice o el principal ejecutor de la política de seguridad democrática del gobierno de Uribe. La misma política que a plomo limpio y con la ayuda norteamericana había puesto contra las cuerdas al movimiento guerrillero colombiano, tan querido en otros tiempos por Hugo Chávez. Por si fuera poco, Santos era el responsable directo de aquella incursión en territorio ecuatoriano que acabó con la vida de Raúl Reyes y puso a Chávez a echar espuma por la boca.
En realidad, unas relaciones tan terribles como era posible presagiarlas, tampoco las quería nadie, porque los que pagan el plato son los hombres y mujeres de ambos países que se benefician de unas buenas relaciones comerciales. De manera que resultaba comprensible que Santos tratara de mejorar el clima entre los dos países, para que se restableciera el flujo comercial y el Gobierno venezolano cancelara las deudas que tenía con los empresarios colombianos.
Pero de allí a todo eso de "mi nuevo mejor amigo" y a la extradición de Walid Makled para Venezuela, a muchos nos parece que hay un trecho que no parecía necesario recorrer. A muchos nos ha resultado incomprensible el reciente certificado de "no presencia guerrillera en territorio venezolano" que el presidente colombiano acaba de extender al gobierno de nuestro país, certificado tan contrario a la evidencia que pueden aducir quienes viven en las zonas fronterizas.
De manera que en el plano de las reacciones emotivas, no goza Santos del respaldo entre los opositores al Gobierno venezolano con el que contaba cuando ganó las elecciones. El argumento de que las cosas que hace Santos, las hace para bien de su país, y no del nuestro, es aceptable en teoría, pero no amaina el disgusto, sobre todo cuando la expectativa era muy otra.
De todos modos, no sabe uno qué tanta sustancia tiene esa nueva amistad, esa extradición, ese "certificado". Las cosas son en definitiva como son, más allá de las palabras del presidente colombiano. Los organismos militares y de seguridad de ese país son los que saben si en Venezuela se alivian los insurgentes colombianos, y si su información convalida lo que todos sospechamos, las declaraciones de Santos no pasan de ser un gesto para la galería gubernamental venezolana, que no disminuirá la presión real de Colombia para que el Gobierno de aquí efectivamente eche a los irregulares. Lo mismo pasa con Makled. Si lo mandan para acá quizás sea porque después de todo eso no importa tanto. Uno se dice que si importara lo mucho que parecía, Obama tenía cómo hacerlo saber a Santos y desde luego que Estados Unidos tiene formidables instrumentos de presión que hubiera podido ejercer. Válvulas de escape había en las que Santos podía refugiarse para enviar a Makled a Estados Unidos: hasta el último minuto la Procuraduría colombiana estuvo alegando que el narcotraficante no debía ser extraditado a Venezuela. Al no usar los norteamericanos sus instrumentos de presión, uno sospecha que todo estaba en definitiva arreglado, y que Santos podría cumplirle su palabra a su nuevo amigo sin mayores consecuencias.
Lo otro que se siente es que el que tiene el sartén por el mango en todo esto es el presidente vecino, no el nuestro. Es aquél el que dosifica, el que acerca y aleja, el que hace que Chávez tenga que inventar que el avión no le prende. Mientras tanto, el barinés luce indefenso ante el maquiavelismo cachaco.
El caso es que Juan Manuel Santos ha dejado de caerle bien a muchos venezolanos, sin que por eso haya empezado a contar con la simpatía de quienes lo tenían, y lo siguen teniendo, como expresión de eso que llaman "la más rancia oligarquía colombiana".
dburbaneja@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario