Carlos Julio Peñaloza
En su visita a Venezuela para la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en 1989, Fidel Castro llegó con 300 hombres y un enorme volumen de armamento. Gente del entorno de Pérez le ayudó a actuar libremente, lo cual Fidel aprovechó para preparar la toma del poder a partir de la insurrección popular que se esperaba y que efectivamente estalló el 27 de febrero.
Durante la segunda mitad de 1988 se comentaba en susurros entre los operadores de inteligencia que algo “serio y grande” iba a pasar en Venezuela debido a la terrible situación económica que atravesaba el país. Los bajos precios del petróleo y las graves acusaciones de corrupción creaban un ambiente pre-insurreccional. Las elecciones presidenciales y las celebraciones navideñas bajaron un poco la tensión en diciembre. Aun así, durante ese mes la DISIP y la DIM alertaron de nuevo al presidente Lusinchi sobre la posibilidad de un estallido social. El incremento del trasiego clandestino de armas por parte de grupos subversivos de extrema izquierda y la detección de comunicaciones en clave por parte de oficiales sospechosos de pertenecer a la logia militar que Fidel había infiltrado eran signos preocupantes. Para Lusinchi fue un alivio entregar la banda presidencial a Carlos Andrés Pérez el 2 de febrero de 1989.
La “coronación”, como se llamó la fastuosa ceremonia de investidura, fue una ofensa para el empobrecido pueblo llano. Pero CAP estaba eufórico y tenía grandes planes. La presencia de importantes líderes internacionales le indicaba que aun tenía peso mundial. Ni la presencia de Fidel Castro le robó el show. Pero Fidel tenía otras preocupaciones. Estaba perdiendo el apoyo soviético y necesitaba ayuda de Venezuela. CAP le dio largas y Fidel no se mostró muy feliz con el trato recibido. Al líder cubano le quedo claro que había que recurrir al plan alterno que implicaba adelantar el golpe cuartelario que venía preparando por varios años, reemplazándolo por una operación cívico militar aprovechando la inminente explosión popular que se vaticinaba.
A fin de apertrechar y fortalecer las fuerzas insurreccionales Fidel vino acompañado por más de 300 personas en tres aviones de la aerolínea cubana. Este excesivo séquito que supuestamente venía a la coronación, en realidad tenía una función de logística militar. Gracias a coordinaciones con agentes en el alto gobierno la comitiva y su carga mortal pasaron sin chequeo por la aduana de Maiquetía con un lote de pesadas cajas. El manifiesto de embarque revelaba que contenían armas para el equipo de seguridad de Fidel. De acuerdo con el volumen el equipo de seguridad debería estar compuesto por más de 280 personas, lo cual pareció excesivo al encargado de la aduana. Al chequear con su supervisor fue informado que había instrucciones de dos ministros de CAP y de su jefe de seguridad civil de no revisar el equipaje.
La comitiva de Fidel se acuarteló en el hotel Eurobuilding. Dos días antes el G2 cubano había tomado el control de la seguridad del edificio. Ese hotel fue por una semana territorio cubano en Venezuela y todos sus accesos eran controlados por fuerzas de seguridad fidelistas. Inclusive el personal de cocina y de limpieza fue traído expresamente de Cuba. El único venezolano en esas instalaciones fue el general Herminio Fuenmayor, quien por propia solicitud había sido nombrado por CAP edecán venezolano del dictador. Fuenmayor fue mantenido bien entretenido por la gente de Fidel y sus informes a CAP nunca revelaron nada irregular en la delegación cubana.
Las informaciones obtenidas a nivel de inteligencia indican que durante su permanencia en Caracas, Fidel sostuvo varias reuniones secretas. Estaba angustiado ante la pérdida del apoyo soviético y necesita urgentemente otra fuente de ingresos. Hasta ahora todos los intentos que había hecho para apoderarse de Venezuela habían fracasado -los alzamientos militares de Carúpano y Puerto Cabello, la guerrilla urbana, la guerrilla rural. Ante el éxito de la pacificación realizada por Caldera en los años 70, decidió volver al punto de partida penetrando poco a poco al Ejército. Este plan era de largo plazo. Para tomar el gobierno había que esperar que hubiese cierto número de infiltrados en comando de tropas.
El G2 tenía penetrada a la DISIP y a la DIM. Con la información provista por estos agentes y por los líderes locales de la izquierda insurreccional conocieron la inminencia de un estallido social en Venezuela. Antes de salir de Cuba Fidel fue informado que el estallido era inevitable por las medidas económicas neoliberales que pensaba aplicar CAP. La idea alterna de aprovechar la revuelta popular, instigarla, promoverla y apoyarla con armas y otros insumos logísticos, empezó a tomar fuerza. De esa manera no habría que seguir esperando a que la logia estuviera lista para alzarse y los militares golpistas no tendrían demasiado poder.
Cuando el gobierno activara el Plan Ávila y concentrara las tropas en Caracas, los oficiales infiltrados se insubordinarían y se unirían a la protesta popular. El gobierno caería y se formaría una junta compuesta por militares infiltrados y lideres de izquierda radical. Este nuevo gobierno empezaría a trabajar para crear una confederación que uniera inicialmente a Cuba con Venezuela.
Esta idea se discutió en el Eurobuilding con algunos de los actores venezolanos en la rebelión. Caso de explotar la revuelta popular, la orden para ejecutar el plan seria dada por Fidel. A los políticos les gustó la idea, a los militares no. Alegaron que aun no tenía el control necesario en sus unidades. Los civiles arguyeron que no hacía falta todo el Ejército porque ellos tenían suficientes armas y podrían ser un freno para la porción del Ejército que se resistiera. A todas estas la visita de Fidel a Venezuela terminó. Nunca se supo si todos los cubanos que ingresaron se fueron ni si se llevaron todas las armas que trajeron.
Tres semanas después de la partida de los cubanos, el 27 de ese mismo mes, ocurrió el estallido. Los oficiales de la logia fueron sorprendidos al punto que no pudieron tomar ninguna acción para impedir que el Plan Ávila se pusiera en práctica. Los jefes civiles de la insurrección sorprendidos al ver la poblada tomar las calles pensaron que la orden de operaciones se había activado y empezaron a distribuir armas y municiones. Un disciplinado grupo de francotiradores, incluyendo cubanos, con armas de largo alcance y miras telescópicas, se apostaron en edificios y lugares elevados frente a Fuerte Tiuna para impedir la salida de unidades del Ejército hasta que les llegaran noticias que el control había pasado a manos de los insurrectos. Esta noticia nunca llegó.
Cuando el Ejército salió a la calle empezó a recibir fuego graneado de francotiradores desde edificios cercanos mientras en la calle se iniciaban anárquicos saqueos. Al llegar las tropas del Ejército a estos lugares fueron recibidos a tiros por infiltrados dentro de los saqueadores. Los soldados que habían salido a controlar una rutinaria misión de control de motines callejeros se encontraron con una operación de combate en localidades de envergadura. La fuerza enemiga era una guerrilla bien armada, organizada y disciplinada que se ocultaba tras los saqueadores y disparaba a matar. Los soldados reaccionaron con aplomo y respondieron como fueron entrenados. Es posible que en medio del combate se haya perdido la disciplina de fuego y se haya usado más violencia de la necesaria. En todo caso la paz fue restablecida, pero ocurrieron muchas bajas. Hubo muertos y heridos entre los guerrilleros y el Ejército, pero lamentablemente también entre los civiles que participaban en los saqueos o que transitaban por los alrededores. Poco a poco se impuso la superioridad de fuego de los militares y la paz fue restablecida.
La fusión de la economía venezolana con la cubana era la única esperanza de Fidel para seguir adelantando su magno proyecto de formar un imperio comunista en Hispanoamérica. La Unión Soviética le estaba retirando el apoyo económico que por décadas había mantenido en pie el régimen castrista y para seguir adelante el apoyo venezolano era indispensable.
Hoy, 22 años después, los derrotados el 27 de febrero detentan el poder en Venezuela. Desde allí promueven acusaciones contra los militares que dirigieron las operaciones en defensa del Estado. Estas acusaciones tienen un blanco equivocado. El promotor del “Plan B” fue Fidel. Los cabecillas de la insurrección popular estaban en alerta desde antes del 27F. Los combatientes estaban armados y sabían cuál era su misión. La orden era “tirar a matar”.
El plan se ejecutó por error de uno de los líderes comunistas quien al ver las manifestaciones de protesta popular pensó que la orden se había impartido iniciando la operación que produjo la masacre. Ante esta orden la guerrilla urbana salió al combate y fue la primera en abrir fuego. Las fuerzas armadas respondieron al ataque. Desde que ocurrió este trágico error los cubanos han tratado de desviar la atención culpando a las Fuerzas Armadas venezolanas del hecho. En esta oportunidad la contrainteligencia del G2 tiene la audacia de promover marchas conmemorativas en Caracas habiendo sido ellos los promotores de la violencia. De no haber salido a la calle las tropas de choque comunistas armadas y con orden de disparar no habría ocurrido la tragedia. La protesta popular habría podido ser canalizada y dominada sin pérdidas de vidas y la sangre no hubiera llegado al rio.
Entre los fallecidos estaba un buen amigo mío, el mayor Luis Felipe Acosta Carles. Sin yo saberlo, este oficial compañero de Chávez era a la vez parte importante de la conspiración. Luego me enteré que Chávez temía el ascendiente de este líder militar que era un guerrero de excepción. El día del Caracazo las unidades del Fuerte Tiuna que vigilaban el perímetro fueron relevados con cadetes de las Escuelas Militares. Los cadetes empezaron a ser hostigados con armas largas por francotiradores. Acosta se ofreció como voluntario para ir a tomar un nido de francotiradores que ponía en peligro a los cadetes. Los guerrilleros se habían instalado en un cerro frente a la alcabala de acceso del fuerte a la Carretera Panamericana. Acosta salió a cumplir su misión acompañado por una escuadra de soldados y dos suboficiales. Todo el personal portaba chalecos antibalas. En este intento Acosta perdió la vida cuando un balazo lo atravesó. Esto indica que el francotirador que lo abaleo usaba munición especial capaz de perforar chalecos antibalas. Chávez especula que el general Heinz lo mandó a matar. Este es un pésimo homenaje a quien fue uno de los mejores oficiales que conspiraron con él. Fueron las fuerzas controladas por Fidel las que asesinaron a Acosta. A todas estas Chávez que laboraba en Miraflores para la fecha dice que él estaba “enfermo” y no se reportó a su oficina.
Al Ejército se le ha acusado de actuar con exceso en el cumplimiento de esta misión. Es muy difícil definir qué pudo ser excesivo bajo el intenso fuego de francotiradores y terroristas armados que acompañaron al saqueo. Los conspiradores dentro del Ejército fueron tomados por sorpresa y no llegaron a actuar. Los civiles comunistas se emplearon a fondo pensando que el día “D” había llegado. Cuando se dieron cuenta que no era el caso ya estaban empeñados en combate y no había marcha atrás. Si hubo exceso, provino de ambos bandos y no puede haber un solo culpable.
Los mandos castrenses responsables por la operación, incluyendo a los generales Ítalo del Valle Alliegro, Manuel Heinz y otros agregados recientemente a esa lista, cumplieron la orden presidencial de aplicar el Plan Ávila. Este plan no preveía intensos combates callejeros contra fuerzas civiles bien armadas y organizadas. La operación asumía la existencia de manifestaciones populares desarmadas o con armas ligeras que habían desbordado a la policía. Estas situaciones son dominadas fácilmente por las fuerzas militares, pero el Caracazo fue un combate en localidades contra un grupo fuertemente armado. La culpa de la violencia fue de los comunistas que para tomar el poder enviaron al combate a ciudadanos entrenados con armas de fuego e instigaron al pueblo desarmado para que los acompañara. Este suceso puede ser calificado de muchas maneras, pero nunca como un acto “espontáneo”. Fue un acto fríamente calculado por Fidel y aceptado por los oficiales guerrilleros que lo pusieron en práctica.
Aunque no tuve mando de tropa en esa operación –era Jefe de Estado Mayor del Ejército-, quienes estaban al frente de las operaciones eran mis compañeros de generación o mis subalternos en alguna ocasión. Entre los combatientes que envió el ejército a las calles estaban los oficiales de la logia conspiradora y algunos de ellos dieron la orden in situ de disparar en defensa propia y para preservar la seguridad del Estado. Luego de los sucesos en el Estado Mayor evaluamos lo que había ocurrido, basándonos en informaciones concretas y llegamos a ciertas conclusiones. En esa experiencia fundamento esta nota escrita para la revista Zeta. Y por ese conocimiento considero que gracias a sus militares ese día Venezuela no perdió la libertad a manos de Fidel.
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