Libertad!

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martes, 9 de diciembre de 2008

Asdrúbal Aguiar // El mogrollo

Según el Derecho no es posible repetir un referendo sobre la misma materia
Escribo sobre la democracia -en particular acerca de la nuestra- para lectura de quienes creen en la democracia. No busco convencer a quienes o no son demócratas o usan de la democracia como medio a conveniencia, para vaciarla de contenido.
Y lo hago para nunca olvidar lo que soy: un demócrata y, sobre todo, para subrayar lo que es inmemorial en ella y la separa del marxismo y sus congéneres: la ética, a secas. La democracia tiene por contenido una ética que anuda medios a fines. La legitimidad de éstos exige de la igual bondad de los primeros. Por noble que sea un fin se prostituye de cristalizar por vías engañosas, mediante el timo, lo que también vale a la inversa.
En una democracia, por lo mismo, no se tortura al criminal para que confiese su culpabilidad, como tampoco se persigue al inocente cubriendo el despropósito con el manto de la justicia. Una y otra cosa, empero, las hacen todavía las dictaduras -marxistas o no, y asimismo las democracias de impostura como la de Hugo Chávez- tanto como las justifican quienes, mediante el voto o el silencio cómplices, se prosternan ante sus dictadores o demócratas de uti- lería.
El marxismo, en lo particular, bien se reconoce en el Manifiesto Comunista del propio Marx y de Engels. Palabras más, palabras menos, éste dice, mostrando su desprecio por la ética, sobre la necesaria alianza que han de aceptar y favorecer los proletarios con los pequeños burgueses para la destrucción de los terratenientes, luego de lo cual aquéllos, los mismos proletarios, han de barrer a los segundos para instalar, finalmente, la dictadura del proletariado.
Nada distinto de lo anterior ha hecho el zorruno Chávez durante su década de tramoyista de la política, al punto que nos propuso a los venezolanos, en 2007, su reforma constitucional socialista pidiéndonos renunciar a las libertades mediante el ejercicio de una de éstas, la libertad del voto. Quiso acabar con nuestra democracia e instalar entre nosotros una "demoautocracia" marxista, fascista, nacional socialista, "dictablanda" o como quiera llamársela, y el pueblo, en buena hora, le dijo NO. Para el fin poco le importaron los medios, como cuando, en 1998, cuestionó con vehemencia la vía del voto popular para acceder al poder y luego la asumió a conveniencia para hacerse del poder y no abandonarlo jamás, como lo pretende.
A la luz del derecho democrático o, cuando menos, de las reglas constitucionales en vigor y con vistas a la ética democrática, una vez como una proposición de reforma constitucional es rechazada en su contenido, como ese que dice sobre la reelección presidencial, mal se puede colar luego, sinuosamente, afirmándose que la nueva propuesta presidencial no es una reforma sino una enmienda constitucional.
Argüirlo, decirlo como lo hace Chávez ante el enjambre de sus eunucos conmilitones, o sólo asomarlo como idea, revela fraude, pillería, quizás astucia o viveza criolla, pero nada de esto, ni siquiera el arsenal "leguleyesco" de un Carlos Escarrá limpiaría lo pretendido en su carácter como hecho contrario a la razón jurídica, negador del principio de buena fe que anida en el Estado de Derecho, e inmoral, por distinto y contrario a la ética de la democracia.
No obstante, cabe decir sin medias tintas lo que es realidad asentada en la experiencia nacional propia y muy latinoamericana. Los dictadores, de izquierda o de derecha, o los autócratas militares que se hicieran de nuestras repúblicas para poseerlas a su arbitrio, violentándolas, transformándolas luego en haciendas personales, se instalaron en éstas contando con la simpatía y el aplauso iniciales de quienes luego fueran sus principales víctimas.
Y quien no lo crea pregúntele al protervo colonizador de Miraflores, Fidel Castro, maestro de escatología, experto vividor del trabajo ajeno. De modo que nunca bastará que nuestro aspirante de sátrapa y suerte de mogrollo, quien busca eternizarse como Presidente antes de que la olla de petrodólares se le quede vacía, decida hacerlo o lo intente una vez más, si no cuenta con quien lo estimule para también aprovecharlo o le ría su gracia de gorrón y pájaro bravo o le otorgue, en una prostituida elección -que sería tal por ser medio para un fin ilícito- su voto afirmativo.
La opción venezolana, por lo dicho, con vistas a la enmienda constitucional fraudulenta y en fatal curso de realización, no es una alternativa puntual entre la permanencia o no en el poder del actual gobernante "boliburgués".
Es una decisión moral que medirá a cada venezolano en lo que es o en lo que aspira ser o en lo que aprecia o ve somos la mayoría: o la expresión viva de una república de ciudadanos, que practicamos las leyes universales de la decencia, o todo lo contrario. Nada menos. correoaustral@gmail.com

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