Tiempo de palabra
Chávez está metido en un brete de los bravos, en el cual el voluntarismo tiene mayores restricciones que en otros momentos. La crisis económica para Venezuela no es cuento de camino. Aunque el petróleo suba más adelante, la situación es que el precio estaba en julio a 130 dólares por barril y hoy está a menos de 30, lo cual hace que las reservas internacionales existentes tengan que consumirse aceleradamente, se haga imperativa una devaluación, la inflación crezca a ritmos mayores y la situación social se deteriore. No es el imperio; no son los malucos del Norte; es un reajuste financiero y económico que tiene al planeta por escenario. En el campo político, después de 10 años de julepe, el hombre pierde terreno y las contradicciones comienzan a desguazar su tarantín bolivariano. Le toca tomar decisiones mayúsculas que no pueden ser disimuladas con vivezas.
Opción 1. Chávez tiene la opción de hacer un "ajuste bolivariano", es decir, un falso cambio con la idea de ganar tiempo y de poner sobre los lomos de sus enemigos las culpas del desastre que se va a incrementar en las próximas semanas. Dentro de la panoplia de recursos de los cuales dispone están intervenciones de bancos, confiscación de propiedades, cierre de medios de comunicación, represión selectiva aunque acentuada, realización del referendo reeleccionista con el propósito de ganarlo por las malas si hay riesgo de perderlo, tratar de poner preso a Manuel Rosales, irrespeto sin límites a los alcaldes y gobernadores no chavistas, y desarrollo de un Estado policial con el donaire típico de Mugabe.
El discurso sería el de una revolución amenazada que tiene que batirse casi sola ante la tempestad imperialista y el deterioro sería achacado a los enemigos que no habrían cesado en su conjura antibolivariana.
La dificultad de este escenario es que su lógica es demasiado evidente y, por lo tanto, poco creíble. Si se hace caso al correo de las brujas, se ha hecho notorio el descontento dentro del chavismo y la pugna se ha incrementado. No pocos diputados manifiestan su hastío.
Opción 2. Esta segunda opción parte de la idea de que Chávez no es el más radical dentro del chavismo. Aunque su lenguaje esté insuflado del aliento sulfuroso del infierno, lo cierto es que hay sectores más extremos que el del propio líder. Dicho sea, de paso, suele ocurrir que este tipo de jefes son los administradores de las presiones que vienen de distintos frentes. Chávez necesita a la izquierda que lo legitima como líder revolucionario y no quiere prescindir de ella; tampoco quiere romper con los grupos de acción directa porque éstos realizan las actividades sucias que las fuerzas regulares del Estado no pueden ejercer; no desea romper con la franjita de clase media que podría quedarle por algún lado; tampoco de los intelectuales que, aunque traguen grueso, están allí y de vez en cuando escriben una nota diagonal para salvar la honrilla; además tiene que lidiar con unos valetudinarios que son los que proporcionan las argumentaciones más descaradas.
Este equilibrio doméstico riesgoso va de la mano con que los apoyos internacionales lubricados con petróleo pueden menguar; siendo el más simbólico el de Cuba, que de la mano del "tío" va en una ruta de complejo entendimiento con EEUU. Y, como ya se sospecha, al "tío" Raúl le importa un comino el "sobrino" Hugo si las apuestas son más prometedoras por otras veredas. El viejo apotegma vuelve a cumplirse, según el cual en el mundo no hay amistades sino intereses.
En este escenario, Chávez podría estar tentado a hacer lo mismo que en la opción 1 pero a paso más lento, con talento de equilibrista para complacer a todos, de a poco, con la esperanza de que los dioses se cansen de mirar a otro lado y lo vuelvan a enmantillar como en la mayor parte de esta década sufrida.
Opción 3.El tercer camino suena irreal, dados los antecedentes, la presión ideológica y las aspiraciones de los grupos. Más irreal porque el ser humano que es Chávez se ha convertido en prisionero de su imagen; es cautivo de un rol que la historia no parece proclive a concederle, sobre todo en este momento en que los pivotes de su definición (Bush como enemigo y Fidel como su "padre") dejan la escena a quienes no pueden cumplir ni una ni otra función. Chávez va al encuentro de una nueva soledad que hasta ahora no ha conocido: sin enemigo, sin padrino, sin mucha plata, con una popularidad otra vez menguante, y a la intemperie, como un personaje devorado por el afán de poder.
Sin embargo, como ejercicio, podría pensarse que Chávez, tan sensible como un barómetro para medir los cambios de presión, pudiera dar un vuelco radical. Piénsese en tan solo dos medidas que transformarían enteramente el panorama político e institucional del país: la libertad de los presos políticos y el inicio de un diálogo con la disidencia política e institucional. Sí; es posible que no aparezca como viable desde la perspectiva gubernamental, pero concédase a este narrador la licencia de imaginar estos dos pasos.
La libertad de los presos, el retorno de los exiliados, el cese de las persecuciones y de las amenazas, cambiaría instantáneamente la vibración de la sociedad. Sería como reiniciar un camino desde el lugar donde se perdieron las posibilidades de diálogo, hace varios años. El problema que tiene esta medida para los sectores más radicales del gobierno es que -a sus ojos- sería como consagrar la impunidad respecto de supuestos actos "golpistas"; el flanco más extremo del oficialismo podría argumentar que es darle alas a la disidencia dura. Sin embargo, el espíritu de alivio con que el país recibiría una medida de esta envergadura podría -dicho con todas las prevenciones- establecer una onda pacificadora como la que Leoni y muy especialmente Caldera, introdujeron a fines de los 60.
La otra medida sería la de establecer contactos para una agenda común. Esto es más complejo, pero podría apelarse a técnicas de negociación internacionalmente ensayadas para establecer los temas. Por ejemplo, el gobierno tal vez estaría interesado en lograr una cierta neutralidad de sus adversarios para medidas de ajuste económico que serán tan impopulares como inevitables, mientras que opositores y disidentes estarían interesados en niveles mínimos de interlocución política y de respeto, tanto para la funcionalidad de gobernaciones y alcaldías como para temas sobre la enmienda, seguridad pública, seguridad jurídica y garantías democráticas.
Hay razones para la desconfianza y es posible que éstas sean reflexiones demasiado influenciadas por la santidad de la época, pero si hay algún chance de trabajar este ángulo, si hay una mínima posibilidad de restablecer un punto de partida, habría que intentarlo. Por Vivas, Simonovis, Forero, los ocho PM, Gebauer, Patricia, Ortega, ...
carlos.blanco@comcast.net
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