El del Contralor parece menos un apellido que una falta de ortografía
El más querido juguete de mi infancia, era un gordito que me regaló mi padre al pasar para cuarto grado. Ese gordito estuvo rodando por la casa por mucho tiempo, pasando de mano en mano de mis hermanos, rodando por el suelo, sirviendo de cuarta pata rota a una mesa, pero rescatado siempre y repuesto en su sitial de honor, desde el momento mismo en que descubríamos que, gracias a él, nunca nos rasparon en castellano. Me refiero al nunca bien llorado Pequeño Larousse. Nunca bien llorado, porque el de ahora nada tiene que ver con aquel, pues no sé a qué genio se le ocurrió suprimirle el más bello de sus juegos: las ilustraciones al comenzar cada letra, con decenas de objetos cuyo nombre comenzaba con ella, y que nosotros debíamos adivinar.Todavía conservaría
He conservado un cariño muy grande por ese diccionario que, si la Seguridad Nacional de Pedro Estrada no hubiese arrasado varias veces con mis estantes libreros (que yo llamaba pomposamente "mis bibliotecas") todavía guardaría aquella edición del Larousse. Hoy lo traicionaremos citando, en su lugar, al Diccionario de la Real Academia.
Viviendo en la Venezuela que vivimos, y con el Gobierno que tenemos, hay palabras ineludibles, que todos empleamos; pero generalmente son impublicables, a menos que eso se haga a través del Aló, Presidente. Entre las palabras que no hieren el buen gusto, hay una que escuchamos a cada rato: la palabra perverso. Por nuestra parte, la empleamos poco, por su contenido moral ("malo"), a la cual la pereza mental sólo puede oponerle el contrario ("bueno") y lanzarse así al diálogo de sordos tan del gusto de los fundamentalistas.
Pero regresemos al diccionario. Entre sus definiciones propuestas por el DRAE está una que parece designar a nuestra realidad presente: perverso es "depravado en"... "las obligaciones de su estado".Viciar, adulterar, corromper
"Depravado" deriva, diría Perogrullo, de "depravar", verbo que a su vez, el mismo DRAE define como "Viciar, adulterar, corromper. Se dice principalmente de las cosas inmateriales".
¿Cómo puede llamarse, si no, quien es capaz de "viciar, adulterar, corromper" las leyes, las costumbres y hasta el más común de los sentidos ignorando un principio jurídico universal según la cual la Constitución está por encima de las leyes, por lo cual no en vano se le suele llamar también "Ley de leyes"? ¿Cómo puede llamarse entonces alguien para quien por encima de esa "ley de leyes" está la voluntad suprema del mandón de Miraflores?
El mal llamado Contralor de la República, (pues hasta el más lerdo sabe que de él vengo haciendo aquí el retrato hablado) pretende poner aquella voluntad heterónoma por encima de la Constitución. Su perversión llega a tales extremos, que inhabilita a funcionarios electos que no han sido condenados por ningún tribunal, pero cierra los ojos ante las depredaciones de la tribu barinesa. Es decir, que mientras la justicia suele ser ciega, la suya es sólo tuerta. Casi letra por letra
¿No es esa, llamando "al pan, pan y al vino, vino" lo que en roman paladino se llama perversión de las costumbres, asimilable casi letra por letra a la condición de proxeneta o de cualquier otro oficio que gire alrededor de la profesión más antigua del mundo?
La Contraloría General de cualquier república, como su nombre lo indica, está obligada a vigilar porque los dineros públicos no vayan a ser saqueados por los funcionarios ídem para gastárselos en mujeres; y que ni siquiera sean malversados. Pero como es perceptible a primera vista, esa función ha sido, más que abolida, arrasada por el régimen más corrupto que haya conocido Venezuela en toda su historia republicana, historia que, no se olvide, ha dado hijos tan poco recomendables en materia de pulcritud administrativa como José Tadeo Monagas, Guzmán Blanco, Andueza Palacio, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez. Si decimos que el actual es más corrompido que todos ellos, es porque el problema no es la corrupción sino la impunidad. ¿Ceguera, o consentimiento?
Esa impunidad que puede ser fruto de la ceguera o del consentimiento. ¿Y qué mayor consentimiento puede haber que el de un Gobierno que ha eliminado todos los controles (a comenzar por el de los poderes independientes porque, acaba de decir el mandamás "aquí no puede haber autonomía, pues hay un solo Gobierno")? Si no puede controlar el Ejecutivo (que según las nuevas reglas, incluye al Jefe del Estado y a sus familiares hasta el cuarto grado de consanguinidad y segundo de afinidad); si no puede hacerlo con todo aquel que tenga estrellas brillando en cada hombro; si puede actuar haciendo de juez y parte sólo contra quienes han mostrado oposición al hombre de Miraflores, ¿qué diablos hace allí ese señor, aparte de rascarse la barriga y cobrar los quince y los últimos?
No es imposible que quien lo haya escogido para tal cargo lo haya hecho por desconocimiento de la ortografía. Aquí volvemos al DRAE. Hay un término que suele aplicarse a un "Hombre sin honor, perverso, despreciable". Hemos hablado hasta aquí de la perversidad. La palabra que el DRAE tipifica tan feamente es rufián.
Todos sabemos que el locatario de Miraflores no se distingue por su conocimiento del idioma, al que despelleja sin misericordia a cada rato. Es posible que la designación y reelección de aquel triste individuo para presidir una de las ramas del llamado por antifrase Poder Moral, haya sido sólo por haber confundido un apellido con una condición. Aunque hay que decir que el designado aceptó de buena gana ese cambio.
hemeze@cantv.net
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