Libertad!

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jueves, 24 de abril de 2008

Poética del narrador

Ricardo Gil Otaiza //
A la memoria de mi madre
A menudo me preguntan por qué escribo. Y la respuesta es muy sencilla: es una necesidad interna de expresarme. Mi vida termina siendo una sucesión de momentos, de experiencias, que por lo general suelen ser contadas y llevadas al papel. Algunos me saludan con el calificativo de "poeta", y debo confesar que no me siento tal. Igual cabe para el "cuentista", el "novelista" y el "ensayista"; pero he cultivado todos esos géneros a profusión (17 libros publicados creo que dice algo). ¿Qué significa eso? Igualmente sencillo: mi curiosidad es inmensa y no me gusta que me encasillen en género alguno y prefiero que se me reconozca como a un escritor, a secas.
Respeto mucho al género novelesco como para atreverme a pensar, mucho menos intentar siquiera escribir un texto de largo aliento por año, porque termina uno aplicando fórceps, pujando, abortando ideas para dar extensión a un libro que tiene que ser escrito bajo la premisa del disfrute, de la fluidez, y que pueda ser percibido y leído igualmente con placer. Sinceramente no sé todavía cómo hacen autores como Isabel Allende, por ejemplo, para que su cabeza le pueda parir una novela cada año.
Por allí algunos amigos escritores me preguntan cuándo vuelvo a publicar una novela, ya que Una línea indecisa (Monte Ávila Editores Latinoamericana y CDCHT de la ULA) data de finales del 99. Mi respuesta es siempre: "no lo sé". De pronto la musa novelesca no ha estado muy a mi favor, o no le he prestado la atención suficiente a sus constantes señales desde el más allá, y desde el más acá de las cosas. Lo cierto es que no es nada fácil escribir novelas. Se requiere mucha energía, un torrente de ideas, y una camionada de tiempo, y no siempre las tenemos todas de nuestra parte. La novela no es como muchos piensan -y así se lanzan a la aventura-: embadurnar cientos de páginas con lo que nos llegue a la cabeza, darle forma, coherencia e ilación y, listo, salió una novela. ¡Jamás! Como icono de nuestros tiempos (ver mi artículo del jueves pasado) el género se erige casi en una necesidad del escritor contemporáneo, de lo contrario está sencillamente a contracorriente, y ello lo empuja muchas veces a dar el salto al vacío. Hace pocos días un entrañable amigo me contaba, que en una conversación que sostuvo con otro escritor venezolano residenciado desde hace años en España, aquel le preguntó si estaba en esos momentos escribiendo alguna novela, cuando mi amigo le dijo que no había escrito jamás una novela, y que por ahora no pensaba hacerlo porque no se sentía aún preparado para ello, el otro le dijo más o menos con el mayor desparpajo: "Estás jodido, un escritor que no escriba novelas sencillamente no existe".
Cada vez que me planteo la posibilidad de otra novela, llegan a mi mente las palabras de un joven amigo, académico y crítico literario, que me dijo cuando publiqué Una línea indecisa: "Ricardo, con este texto alcanzaste un nivel, una cima en tu narrativa, cuida mucho los textos que vendrán". Por algo los antiguos decían que las palabras son dardos mortales, porque de ese tiempo a esta parte esa frase ha actuado como muro de contención, como un latiguillo mental, como un aguijón que me lacera la conciencia de entrar nuevamente al género sólo cuando esté suficientemente convencido de que la historia que voy a escribir es lo suficientemente buena como para sentarme durante meses y meses a contarla. Es decir -y debo confesarlo- tengo miedo de novelar por debajo de mis propias expectativas estéticas. Tengo miedo de dejarme abrazar por el afán de publicación novelesca, que tienen la mayoría de mis colegas, y que el producto de ese esfuerzo mayúsculo, superior, no me satisfaga.
Como se puede percibir, la narrativa de largo aliento no es un juego, ni una aventura de un imbécil que se pretende escritor. En el texto novelesco confluyen elementos que hacen de él el espacio del todo, de la globalidad de las emociones, de la confluencia de lo posible y de lo fantástico. Es esa tierra de nadie donde personajes reales y no reales, vivos y muertos, lugares verdaderos y ficcionales, se encuentran, interactúan, conviven como en una especie de festín, donde perdemos por instantes la razón para internarnos en los linderos de la desmesura.
rigilo99@hotmail.com

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