.Egetino Pérez García
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El propio Presidente de la República hizo el “saque de honor”, de la campaña electoral para las elecciones locales, principalmente de Gobernadores y Alcaldes, que deberá efectuarse la primera quincena de noviembre, según ha trascendido en el CNE.
De su intervención en la instalación del Congreso del PSUV se desprende que ahora el Presidente si está preocupado y le da importancia a estas elecciones, después de que él, con su propuesta de Reforma ―derrotada el 2 de diciembre pasado― había planteado un esquema de ordenación territorial y una serie de medidas que reducía por completo la importancia de estos cargos y asestaba un golpe mortal al proceso de descentralización.
Abriendo un corto paréntesis, para poner un ejemplo, es de recordar que el Presidente había anunciado y dado como un hecho la desaparición de la Alcaldía mayor, hasta el punto de haber designado a su alcalde, Juan Barreto, como autoridad especial o única de Los Roques. La verdad es que nunca supimos, ni sabremos, si se trataba de algo serio o era una simple tomadura de pelo, para el Alcalde o para el país. Pero lo que si es cierto es que el Alcalde había asumido ese papel y no pronuncio palabra para defender su cargo actual, más aun, expuso de manera clara que él estaba de acuerdo con la propuesta del Presidente de eliminar la Alcaldía Mayor y volver al antiguo régimen del Distrito Federal. Hoy el Alcalde Juan Barreto atiborra la prensa con informes de sus “logros” al frente de la Alcaldía y, prácticamente, anuncia su disposición de participar en el proceso de re-elección al cargo que había descartado.
Pero la preocupación del Presidente sobre los resultados de las próximas elecciones regionales o locales, es comprensible. Los cálculos más optimistas le dan a la oposición la posibilidad de hacerse con 10 gobernaciones y más de la mitad de las alcaldías del país. Y no se habla de cualquier Gobernación o Alcaldía, se habla de mantener los Estados actuales, Zulia y Nueva Esparta, y recuperar Estados como Miranda, Aragua, Carabobo, Lara, Anzoátegui, Táchira, Mérida y probablemente Yaracuy y Falcón. Y en cuanto a Alcaldías, por solo mencionar las más emblemáticas, nada menos y nada más que las 5 del Distrito Capital, donde tiene su asiento el Poder Ejecutivo. Por supuesto, eso dependerá —entre otros— de dos factores fundamentales: que continúe el deterioro del actual Gobierno, manifestado incipientemente el 2 de diciembre de 2007, y de que se consoliden candidaturas únicas de oposición.
Veamos ahora el primero de los factores.
No es difícil ver el deterioro del Gobierno, cuyos signos son muy evidentes. Por una parte, la enorme deficiencia de la gestión pública, en todas las aéreas, pero especialmente en dos temas sensibles: costo de vida e inseguridad, dos elementos esenciales de la calidad de vida de cualquier venezolano. La ineficacia gubernamental en estos dos factores, está minando las bases populares al Gobierno.
No parece además que exista ninguna intención de hacer rectificaciones de fondo, apenas algo de cosmética. En el fondo, no se ha aprendido de la lección del 2 de diciembre. Lo que hay es un desvío en la intención de construir el socialismo y acabar con la propiedad privada, la libre empresa y la libre iniciativa. Los cambios en el gabinete así lo indican, pues representan una profundización de la militarización y una radicalización de su política “socialista”. Para muestra baste señalar la aprobación por parte de la Asamblea del Plan de la nación para 2007-2013, engavetado desde octubre de 2007, uno de cuyos objetivos es: “Transformar las relaciones sociales de producción construyendo unas de tipo socialistas basadas en la propiedad social”.
Este plan es un compendio de muchas de las cosas que estaban en la propuesta de Reforma y que ya fue rechazada por el pueblo venezolano. Allí se puede ver que no hay en el Presidente ninguna intención verdadera de rectificación. En el Plan de la Nación y en las medidas adoptadas recientemente están nuevamente, atenuadas, las propuestas de la fallida Reforma Constitucional. Con la predica anti capitalista, la colectivización, la supeditación de lo individual a lo social; reforzadas con los anuncios de creación de empresas supuestamente socialistas, con la eliminación de los peajes, que no es una simple medida equivocada y demagógica sino una fórmula para hacer a las gobernaciones más dependientes del poder central, privándolas de una de las escasas fuentes de recursos económicos que tienen.
Mientras tanto, la inflación luce incontrolable y al día de hoy, sin conocerse de planes serios por parte del Ejecutivo para contenerla, los cálculos más conservadores la sitúan en un 30% y más, para finales de 2008. Además, se presentara apareada a una situación de desabastecimiento en rubros fundamentales: carne, pollo. Huevos, leche, azúcar, arroz, pastas, harina, maíz, aceites, medicamentos y repuestos. Con un agravante adicional, que si bien ha aumentado la capacidad adquisitiva de la población, a partir de enero el ama de casa se enfrenta al incremento de precios y a la escasez, sin contar con la holgura que suponen los aguinaldos y utilidades de fin de año.
En lo económico, paños calientes y más de lo mismo. En lo político, el Gobierno, mejor dicho, su principal vocero, el Presidente de la República, ha salido a enfrentar la situación con una estrategia que le ha dado resultados en oportunidades anteriores, pero que no es seguro que ahora funcione: tomar distancia. Hacerse el musiu, como decimos en criollo. Se presenta ante el país “reconociendo” fallas y errores, pero en tono de regaño a sus subordinados, tomando distancia del problema, como si fuera culpa solo de ellos y no de su gestión como primer mandatario. El problema es que, tal parece, que ya la gente no está dispuesta a aceptar que él no tenga ninguna responsabilidad y ya comienzan a verse por prensa y medios radioeléctricos críticas dirigidas a Miraflores, que palabras más, palabras menos, significa: “Presidente, no se haga el desentendido, tome cartas en los problemas”.
La otra gran incógnita de la eficacia de esa estrategia, es que ahora la población chavista está consciente que no está en juego nada que tenga que ver con el Presidente. Ni su re-elección, ni su revocatoria, ni siquiera una propuesta suya, como fue la Reforma Constitucional. Es decir, no solo se duda de la fuerza que al final de cuentas, el Presidente vaya a ejercer en la campaña, cuando él no se está jugando nada, ni siquiera trabajando para afianzar su poder, que tiene un término ya establecido, sino que además, para muchos de sus seguidores las elecciones regionales son una buena oportunidad para pasarle factura a una parte de sus funcionarios —gobernadores y alcaldes— que han sido totalmente ineficientes en aspectos básicos de la calidad de vida: seguridad, salubridad, salud, vialidad y tantos otros. Luce por tanto contradictoria la estrategia presidencial: yo asumo mi responsabilidad, pero el culpable no soy yo, los culpables son ellos y por eso los señalo, les exijo y les reclamo… pero eso si, voten por ellos, para fortalecerme a mí. ¿No luce esto algo contradictorio? Sin duda lo es y para fortuna de la oposición, si sabe sacarle partido político, veremos los resultados convertidos en una disminución del poder de este oprobioso régimen.
La segunda parte de la estrategia está compuesta de retorica y amenazas e intimidación. Por una parte se presenta nuevamente como manso cordero, conciliador, hablando de tolerancia y tendiendo los brazos a todos. Con supuestas acciones humanitarias de mediación para liberar secuestrados, que al final solo revelaron su imbricación con los terroristas de las FARC. Con falsas amnistías, a las que pronto se les vio el verdadero trasfondo. Eso nos recuerda que no nos llamemos a equívocos, porque su mensaje de tolerancia y comprensión no está dirigido a sus opositores, sino a su propia gente, consciente como está de que sus seguidores están cansados de su predica de la violencia. Hacia la oposición la política no ha cambiado, sigue siendo la intimidación y la amenaza.
El mensaje de supuesta conciliación hacia los suyos, lo acompaña con el de intimidación. La advertencia de que si no triunfan en las elecciones regionales, vendrá una guerra civil. Es el mismo falso argumento que ya escuchamos en el año 2000, cuando las elecciones tras la aprobación de la nueva Constitución. En las vísperas del referendo revocatorio de 2004 y en las proximidades de las elecciones del 2006: “O yo o el caos”. La intimidación a los suyos la adereza con verdaderas amenazas a sus opositores. Con medidas económicas de represalias, con el mantenimiento de los controles y regulaciones. Solo la fuerza de las circunstancias y la propia realidad se le imponen: el desabastecimiento, la inflación, el recrudecimiento de la inseguridad. Frente a eso de nada valdrán sus intentos de escalar un conflicto con Colombia para distraernos de los problemas internos.
Además, pronto le saldrá al paso una verdadera confrontación interna, entre sus seguidores más cercanos, que comenzaran a disputarse el derecho a sucederlo. Le tocara ver en agónica perspectiva como sus lugartenientes se disputan los despojos de su régimen y buscaran marcar distancia de sus errores, cada vez más frecuentes.
Pero el Presidente ya ha demostrado, en ocasiones anteriores, cuando ha sido derrotado, que frente a hechos incontrovertibles, se retira de la confrontación. No es muy dado a sacrificios inútiles; sobre todo cuando lo que está en juego es el propio pellejo. Su sentido práctico le aconseja no exponerse innecesariamente. En el año 1992, al fracasar en el sanguinario intento de golpe de estado, se refugió en el Museo Militar y luego se entregó. En el año 2002, ante los sucesos del 11 de abril, presentó la renuncia al Alto Mando que se negó a obedecer sus órdenes de reprimir a la población y fue conducido a La Orchila, de donde regresó cuando sus vencedores no lograron ponerse de acuerdo en los mecanismos para sucederlo. Nada de raro tendría que ante la derrota de las elecciones en el próximo mes de noviembre ―o ante la inminencia de una derrota― decida retirase y dejar la presidencia.
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