GREGORIO PECES-BARBA 28/02/2008
Hace ya algunos días, con motivo del décimo aniversario del asesinato del concejal de Sevilla Jiménez Becerril y de su esposa, contemplé en televisión una escena que me dejó perplejo y que me hizo meditar mucho después. Posiblemente algunos lectores de este artículo también tuvieron la posibilidad de verla y seguro que no sin sorpresa y emoción. Al llegar Monteserín, alcalde de Sevilla, del PSOE, una señora madura se encaró con él y a gritos le acusó, a él y a su partido, de no hacer nada en el asesinato del concejal y de su esposa, y luego mencionó, también destemplada y con malas formas, el terrible asesinato de Miguel Ángel Blanco, responsabilizando igualmente al PSOE. El discreto silencio del alcalde evitó que el asunto fuera a mayores.
La locura colectiva impulsada por el PP y la Cope culpabiliza al PSOE de todo lo malo
La lucha antiterrorista de este Gobierno ha sido más eficaz que la del PP
El incidente me pareció muy significativo, y susceptible de ser elevado de anécdota a categoría. Ha sido tan terrible la campaña del PP, de la Cope -el más significativo de los medios de comunicación que han hecho de altavoces de esta campaña-, de algunos característicos representantes de víctimas del terrorismo, y también de algunos profesores e instituciones universitarias que han intentado presentar ese punto de vista con rigor académico, culpando al PSOE de todo lo malo en relación con el terrorismo y sus víctimas, que muchas personas de buena fe lo han creído sin rechistar. Recuerdo que Laski siempre decía de los conservadores ingleses que eran personas cuya mentalidad nunca había sido manchada por el pensamiento; sin autonomía personal añadiría yo, al trasladar esa opinión a ese sector de la derecha española, afortunadamente no toda, que se cree a pies juntillas las falacias y los sofismas de los profetas de catástrofes y los manipuladores profesionales.
Es curioso que la indignación de aquella señora, su santa ira -generalizable a esos manifestantes que sólo empezaron a protestar a partir de la victoria de Rodríguez Zapatero-, olvidase, al acusar al PSOE, en la persona del alcalde de Sevilla, que los asesinatos de los concejales y el de Miguel Ángel Blanco se habían producido gobernando Aznar y el Partido Popular y estando el PSOE en la oposición.
Por cierto, que estando el PSOE en la oposición y siendo secretario general y jefe de la oposición Rodríguez Zapatero en la última etapa, este partido apoyó al Gobierno del PP y a su presidente en todas las medidas que tomó en la lucha antiterrorista, en contraposición flagrante de lo que ha hecho el PP en esta legislatura a partir de 2004.
Creo que la responsabilidad de quienes han impulsado las campañas es extraordinaria, empezando por Rajoy, que, en el debate televisado del lunes, la ha reiterado. Además, persisten
en la mentira, como cuando Pizarro, número dos de la candidatura de Madrid, afirma sin sonrojo que el Tribunal Supremo reprocha al Gobierno no haber presentado antes la demanda de ilegalización de ANV, cuando lo que dice el tribunal es todo lo contrario.
La locura colectiva de esa mentira y las acusaciones llenas de ira y de odio, desde la dialéctica amigo-enemigo, no es sólo de personas con poco criterio que se dejan influir y orientar, sino también de dirigentes que desde una mala fe evidente manipulan y mienten a sabiendas. Otro caso clamoroso que me afectó personalmente fue cuando el senador Cosidó me acusó de hacer el juego a ETA como Alto Comisionado para las Víctimas. Nos conocíamos bien, puesto que yo había impulsado desde la Carlos III el Instituto Duque de Ahumada, con la Guardia Civil, siendo él jefe de gabinete del director general Valdivielso. Cuando vi aquel furibundo ataque me parecía imposible que fuera cierto. Y cuando comparecí en el Senado y comprobé que hizo ímprobos esfuerzos para que le diera la mano ante un fotógrafo de su partido, ya no comprendí nada y dudé de la coherencia de ese señor.
En este tema del terrorismo y de sus víctimas nunca comprendí que una Universidad como el CEU se prestase a amparar unos congresos donde se sorprendía a muchas personas de buena fe y se excluía a muchos sectores de víctimas, y que se utilizara a la Universidad para, desde los congresos, centrar los ataques, no en los terroristas, sino en el Gobierno. Qué lejos está aquel San Pablo que yo conocí con Abelardo Algora, Carlos Viada y Antonio Fernández Galiano, entre otros muchos que potenciaron la dignidad de una respetable universidad privada.
Es curioso que el juicio de estos sectores respecto de una política antiterrorista que ha desmantelado múltiples comandos y que está neutralizando a los partidos miméticos con Batasuna, con cuatro muertos en la legislatura a partir de 2004, se compare con desventaja respecto al periodo anterior, con docenas y docenas de muertos, con una permisividad para Batasuna y para "el movimiento vasco de liberación", como decía Aznar, y también con fracaso para acabar con la violencia. Es la reiterada repetición de mentiras que ese sector quiere creer como si fuera la verdad.
En ese mismo contexto debo situar mi etapa como secretario de Estado, Alto Comisionado de Apoyo a las Víctimas del Terrorismo. Entre un desprecio infinito y una mala memoria respecto a agravios y mentiras, he podido superar tanta miseria y tanta podredumbre, muy ayudado por el buen trabajo y los buenos afectos de mi relación con las víctimas reales de todas las asociaciones y fundaciones. Cuando yo llegué estaban sentadas las bases de la solidaridad con la ley aprobada en 1999 por el Gobierno del Partido Popular, y con el apoyo incondicional del Partido Socialista, pero quedaban muchas cosas por hacer y muchas lagunas por cubrir.
Creo que esa tarea la hicimos entonces y la sigue haciendo ahora el director general de Víctimas del Terrorismo del Ministerio del Interior, el profesor Rodríguez Uribes. Resolvimos problemas, muchos de indemnizaciones no pagadas, removimos muchas situaciones no resueltas, en el ámbito de la descolonización del Sáhara, del hotel Corona de Aragón, de atentados terribles como el de Hipercor de Barcelona, entre otros. Iniciamos otras vías de apoyo en relación con la vivienda, el empleo, la salud, especialmente en materia psicológica, y también con el apoyo a las víctimas de atentados de españoles producidos en el extranjero, la extensión de los beneficios a las parejas de hecho en materia de pensiones extraordinarias, el alejamiento de los condenados por terrorismo respecto de sus víctimas tras cumplir condena, o la mejor y más eficiente exigencia de las responsabilidades civiles y económicas.
Lo más importante fue la comprensión y el afecto de las víctimas. En ese contexto, la incomprensible actitud de crítica y de rechazo del Partido Popular, con pocas excepciones, como las de Fraga y Gabriel Cisneros, y el silencio de algunos que creí eran mis amigos, no me resultó insoportable. Tampoco la beligerancia de algunos dirigentes de la AVT me sorprendió ni me afectó. Ahora, al cabo del tiempo, sólo queda el buen recuerdo de muchas personas y el trabajo bien hecho.
Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.
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