Oscura claridad
JOSEP SORRIBES 15/02/2008
Oscura claridad, desconcierto, perplejidad. Definitivamente creo haber resuelto, a título individual, el dilema planteado en su día por El Roto: no es que lo tenga todo cada vez más claro sino que estoy confundido a un nivel superior. En un mar de dudas, sólo tengo -más allá del ámbito estrictamente personal- un deseo, una certeza y una esperanza. Dejemos la esperanza para el final.
La noticia en otros webs
webs en español
en otros idiomas
La pega es que nuestra izquierda no genera líderes, tal vez porque hay que limpiar la casa
El deseo tiene fecha de caducidad: 9-M. Confío en que la colaboración de los obispos, la incursión de la Conferencia Episcopal en la campaña electoral recomendando el voto, la defenestración de Gallardón, la arrogancia de Esperanza Aguirre y de Lamela en el caso Leganés, las apariciones de José María Aznar, la confianza que desprenden los Acebes y Zaplanas y el impecable estilo de nuestros gobernantes colaboren a hacer efectivo una vez más el voto útil. Sobre el Gobierno de España caben dudas y discrepancias y la adversa deriva de la economía -común a todas las economías de la OCDE- no ayuda al Gobierno de Zapatero. Pero es necesario, bueno y saludable que el PP haga su travesía por el desierto, que este continúe siendo un Estado laico y tolerante y que la derecha aprenda que la libertad no consiste en que todos hagamos lo que la Conferencia Episcopal, la COPE o El Mundo quisieran.
La certeza tiene forma de estadísticas, fotos y percepción de la realidad y se refiere, como es lógico, al ámbito más conocido y sufrido: el País Valenciano. Certeza de que las cosas son mejorables, por mucho que los discursos oficiales edulcoren el mensaje y sigan confundiendo la información con la propaganda. Todos los indicadores disponibles y fiables nos dan un perfil que solo pueden negar iletrados o malintencionados. Estamos -en casi todo- en la media o por debajo de la media y, si tenemos en cuenta que España dista mucho de ser el paraíso, la situación es cuando menos preocupante. En productividad, en I+D, en cohesión social, en salud y atención a las minusvalías, en educación... Y refugiarse en aquello de que en todas partes cuecen habas es mala práctica.
El paro aumentó en el País Valenciano por encima de la media española, como era de esperar a la vista de la excesiva especialización en el ladrillo en la última década. Seguimos siendo líderes en deuda per cápita y nadie frena la sangría de CACSA, CIEGSA o Canal 9 por poner tres ejemplos. Por puro oportunismo político obstaculizamos la aplicación de políticas estatales de dependencia o vivienda. El ciclo inmobiliario está en fase de caída libre pero seguimos aprobando PAI (Manhattan de Cullera, Rabassa y tanti altri...).
La política económica y territorial, muy bien gracias. Ni existen ni se les espera. La primera -imposible de detectar- bien haría en tomar buena nota de la reflexión de Jordi Palafox: no debemos volver a "confiar" en el sector inmobiliario (al que se intenta reanimar a golpe de VPO pagadas por todos) ni es sensato optar por una reindustrialización con los parámetros de los ochenta. Se requiere más imaginación. Por lo que se refiere a la segunda -la política territorial- la maraña de legislación aprobada (con más de un contencioso con la Unión Europea) no impide percatarse de que desde que Zaplana tomó asiento en la plaza de Manises en 1995, el PP ha sido incapaz de establecer directrices territoriales claras y sensatas. En la opacidad se vive mejor. Seguimos confiando en que la política de iconos, fetiches y eventos -en expresión de José Miguel Iribas- nos redima de nuestros males pero somos incapaces de aprovechar el "tirón" de los eventos y ello nos obliga a una búsqueda incesante de nuevas oportunidades para ejercer de escaparate. Esta es mi triste certeza y dudo que sea fruto de una inoportuna pesadilla.
Es cierto que la sociedad es más compleja y que necesitamos nuevos análisis y propuestas. Paco Muñoz diría aquello de Què vos passa valencians? Yo me limito a constatar que algo no cuadra, algo falla, que probablemente no éramos tan de izquierdas como parecía pero tampoco somos tan de derechas como dicen las urnas.
La tentación es demasiado fuerte. Quizá explique bastante más de lo que parece una sencilla hipótesis: el fracaso estrepitoso de la izquierda valenciana. Hasta el 9-M la partida es otra, pero pánico me da el post 9-M dando por descontado que el PP fracasará en su asalto a la Moncloa. ¿Hay alguien ahí? Una gestora con perfil plano presidida por un agente activo de la devastación, una Esquerra Unida en los tribunales... La cosa viene de lejos y merecería un análisis más sosegado. Pero, precisamente, cuando la derecha valenciana pierde fuelle, cuando los mensajes suenan cada vez más hueros, cuando la realidad virtual que venden no consigue desplazar la tozuda presencia del estado del malestar y cuando Camps nos intenta vertebrar recurriendo a la iconografía medieval valenciana, se echan en falta alternativas concretas y viables.
Y aquí paso de la certeza a la esperanza. Ya hace algún tiempo que Daniel Innerarity escribió en EL PAÍS que mientras históricamente la izquierda siempre había sembrado esperanza, en los últimos tiempos predominaba el espíritu de resistencia a las agresivas propuestas de una derecha que había aprendido a ocupar la calle y a colgar a la izquierda el sanbenito de aguafiestas, antigua y retrógrada. Chapeau. La izquierda -al menos la valenciana- necesita como agua de mayo líderes positivos, que no abdiquen de la responsabilidad de la esperanza, que transmitan que otra sociedad es posible y deseable, que no estén siempre a la defensiva, que consigan cambiar el salvem por un I have a dream, realista y renovado. Las palabras de Edward M. Kennedy son -desde la distancia geográfica y social- de considerable utilidad: "Solo podemos alcanzar nuestras metas si no somos mezquinos cuando nuestra causa es tan grande, si encontramos la forma de superar las ideas rancias, si sustituimos la política del miedo por la de la esperanza y si tenemos el valor de escoger el cambio".
La pega es que nuestra izquierda no genera líderes, tal vez porque hay que limpiar la casa y abrir las ventanas. Pero es imposible combatir el escepticismo con una continuada decepción. Una derecha retrógrada y una izquierda acomodaticia y pusilánime son los mejores ingredientes para que, desgraciadamente, tengan vigor y actualidad las ácidas reflexiones de Amadeu Fabregat: El pretérit forneix València de glòria domèstica, l'única possible, perque l'èpica, amb la seua magnificència, li és del tot aliena. El present, en canvi li és dificultós, potser per la incapacitat notable de València a l'hora de construir quelcom de sòlid i durador. I el futur, fins i tot com a simple perllongació sistemàtica del present, li resulta obscur i impensable, estrany.
No hay comentarios:
Publicar un comentario