Cuba: Su pueblo y su Iglesia de cara al comienzo del tercer milenio
Declaración de Presbíteros Cubanos
Septiembre 27, 1999
Material de trabajo que sirvió para un encuentro de presbíteros de las diócesis de Santiago de Cuba, Holguín, Bayamo-Manzanillo y Guantánamo
1 - Introducción
En los días previos a la visita del Papa a Cuba, todo el mundo esperaba algo. La Iglesia, mayores espacios para realizar su misión; los presos, la libertad; las amas de casa, que se les diera más comida; el pueblo, que se le resuelvan sus problemas. Pero también se sospechaba que esas enormes expectativas no serían satisfechas con la visita papal. Ahora bien, año y medio después de esa histórica visita papal a Cuba, sí podemos preguntarnos: ¿dónde estamos y qué conseguimos con la visita del Papa a nuestro país? A eso pretendemos responder con las siguientes reflexiones.
Sugerencias y positivas críticas papales
Todas las expectativas generadas, las "objetivas" y las fantásticas, encontraron eco y encarnación en una frase que para muchos, sintetizó y concretó el mensaje del Pontífice a Cuba y a los cubanos: "Cuba debe abrirse al mundo, el mundo debe abrirse a Cuba" (1). La frase resultaba certera, pues se refería al doble bloqueo que padece la población cubana: el interno, impuesto por el sistema comunista, y el externo, que se sintetiza en el embargo comercial norteamericano a la Isla. Para los que sólo afirman la importancia del primero, el problema de Cuba se resuelve a partir del cambio interno, con la evolución, transformación o disolución del actual sistema. Para los que culpan de todo al bloqueo externo, con su levantamiento (decisión que depende de un gobierno foráneo) se alcanzaría la solución del actual y dificilísimo estado de la Nación.
Bastaría una mirada desapasionada y objetiva para descubrir que nuestros problemas son de tal calibre que involucran decisiones internas y externas, personales y colectivas, de dentro y de fuera de Cuba. El Papa lanzó esa mirada y sintetizó la situación en esta doble apertura: de Cuba al mundo y del mundo a Cuba.
Otra "idea-motor" del Santo Padre fue la de que los cubanos debíamos ser los protagonistas de nuestra propia historia (2). Esta exhortación al protagonismo de la gente encierra una doble crítica: por una parte, al paternalismo que nos hace esperar todo "desde arriba"; por otra, al inmovilismo que nos lleva a esperar soluciones "desde afuera", a cruzarnos de brazos para que sean otros "los que nos saquen las castañas del fuego". La solución vendrá desde dentro y desde dentro: de nuestro pueblo y del corazón de nuestra gente, o no será solución. Hace muchos años, a raíz de las primeras confrontaciones entre la Iglesia y el naciente estado socialista, Mons. Pérez Serantes había dicho: "Roma o Moscú", para negar que el futuro de Cuba se jugaba "entre Washington y Moscú". Como dice el viejo adagio latino: "Roma locuta, causa finita"... Roma, el Papa, casi 40 años después, ha dicho que el futuro está en nuestras manos y depende de nosotros. Ahora bien, cabría preguntarnos: ¿qué nos ha impedido, o impide, tomar en nuestras manos las riendas de nuestra vida y nuestra historia? Para responder a esta pregunta, debemos analizar, aunque sea brevemente, el fenómeno del totalitarismo, en el que hemos estado inmersos, de una u otra forma, en los últimos 40 años.
La situación que ha caracterizado el desarrollo de los últimos 40 años de evolución socio-económica y cultural de Cuba se sintetiza en un nombre: totalitarismo. Los comunistas cubanos no inventaron el sistema totalitario, sencillamente adaptaron su versión marxista-leninista y se "beneficiaron" de la larga experiencia existente al respecto. Al enfrentarse a los EEUU, la vecina superpotencia de la Guerra Fría, la única puerta que quedaba abierta al gobierno cubano era la de una alianza estratégica con el bloque contrario a los americanos: el Oriental, liderado por la Unión Soviética. De ese modo, la existencia y supervivencia del proyecto cubano quedaba irremediablemente ligado al así llamado "socialismo real" y a sus métodos de acción.
El totalitarismo adopta y aplica permanentemente las formas de reaccionar típicas de la guerra. "El hábito de la violencia, la simplicidad de las pasiones extremas, la sumisión del individuo y la colectividad"... consigue, así, el máximo sentimiento de solidaridad, por miedo al peligro común, el igualitarismo inducido, la unidad sin fisuras y la necesidad de una acción dirigida y controlada por un jefe. La sociedad totalitaria exhibe una rara mezcla de fraternidad y ferocidad... se ha podido decir que "este culto a la violencia como medio y como fin, hace del totalitarismo un pariente cercano del gangsterismo político, con su aguda percepción de la oportunidad".
Si la matriz de la que ha brotado el totalitarismo es la guerra, la violencia, el objetivo que persigue es el de la destrucción y reconstrucción total de una sociedad de masas a partir de postulados ideológicos y mediante mecanismos de organización y control que utilizan los más modernos artificios de la ciencia y de la técnica. Pero la ideología no es un simple sistema de pensamiento, o una estructura filosófica, hecha de puras ideas... es un instrumento de acción que moviliza las fuerzas históricas hacia una meta: el establecimiento de un poder político absoluto, en manos de un partido único, que reina sobre "un pueblo unido que jamás será vencido". De ahí que podamos caracterizar el sistema a partir de estos elementos:
· El objetivo de lograr una nueva sociedad, y un hombre nuevo, parte de una ideología milenarista que moviliza la acción de todo el pueblo
· Esa acciôn está dirigida por un partido único de masas, jerárquicamente estructurado, y a su vez dirigido por un dictador absoluto.
· Un sistema de terror físico o síquico, ejercido por el partido, pero que a su vez supervisa al partido, a través de un sofisticado sistema de seguridad y vigilancia que utiliza los medios modernos de control (informáticos y electrónicos) y en especial la sicología científica y el estudio constante de los estados de ánimo y de opinión de la población.
· El control de la información, a través de los mass media, permite crear una "realidad virtual" que nada tiene que ver con la real, o muy poco, y que permite hacer creer que se vive en el mejor de los mundos... o al menos que los "otros mundos" son aún peores.
· El dominio absoluto de las armas y del ejército, así como el de una economía centralmente planificada, permite a los dirigentes el máximo control de la vida de la gente.
Estamos, pues, ante un control tan absoluto sobre los espíritus y los cuerpos de los hombres que tal vez ningún monarca o gobierno ha tenido la posibilidad de un control así sobre la gente, ni pareja capacidad de planificación y control sobre los individuos y sobre las sociedades. La radio y la televisión permiten además un control indirecto y sofisticado que "programa" las conciencias desde dentro y sin que apenas lo perciban los mismos individuos programados. Todo esto provee al sistema totalitario de una eficacia diabólica en el dominio de la gente.
El síndrome de indefensión aprendida o "no se puede hacer nada"
En un segundo momento conviene analizar las consecuencias que provoca en los seres humanos una continua y prolongada exposición a las políticas del sistema totalitario. Lo llamaremos con el nombre de "síndrome de la indefensión aprendida" o de "desesperanza inducida". Como punto de partida, tenemos los experimentos realizados por un sicólogo norteamericano llamado Martin Seligman. El doctor Seligman investigó el comportamiento de dos grupos de perros, un grupo sometido a una situación molesta y altamente angustiosa para los animales, sin posibilidad de salida: los animales sometidos a este experimento, hicieran lo que hicieran, recibían unas descargas eléctricas y no podían salir de las jaulas en las que estaban encerrados. El otro grupo, sometido a una situación similar, podía en cambio, accionando mecanismos, salir del lugar de tortura. Cosa que acababan logrando, después de los consiguientes tanteos.
Cuando se sometía a los animales de ambos grupos a una nueva situación con posibilidad de salida para ambos grupos, los del primero se resignaban a su suerte, sin ni siquiera intentar encontrar una salida a su situación, aunque ésta estaba a su alcance. Los del segundo grupo, en cambio, lograban encontrar la nueva puerta de escape de su lugar de tortura.
Las investigaciones del Profesor Seligman han sido aplicadas a la sicología humana, y a la sico-sociología. Y los resultados han sido muy fecundos al aplicarlos a la realidad totalitaria. Esta se presenta como una situación sin salida, que asumida como tal, se convierte en un caso paradigmático de indefensión. De igual modo, la propaganda generada por el régimen va encaminada a convencernos de que es imposible el cambio, o de que el cambio acabará en caos: esto es, que no hay salida posible para la actual situación.
Una frase de la periodista Soledad Cruz expresa apodícticamente estas ideas: "Esto no hay quien lo tumbe, pero tampoco quien lo arregle". Y esta idea se remacha echando mano de los viejos proverbios, como aquél que reza "más vale malo conocido que bueno por conocer" y otros por el estilo. El más perfecto estado de indefensión es aquél que conlleva la renuncia al intento mismo del cambio. En función de crear esta actitud se emplean todas las bazas: el terror, el temor al fracaso, el desaliento, la desconfianza de uno mismo y de los demás, todas las formas de división y sospecha. Su más extrema expresión se da cuando nos logran convencer "de que la gente no vale la pena", que no merecen nuestro sacrificio. Es así como la omnipotencia del Estado se alimenta de la impotencia de sus ciudadanos.
Pero estas ideas, actitudes y situaciones que configuran un estado de indefensión, sólo funcionan si son asumidas por aquéllos que las padecen. Cuando el síndrome de indefensión aparece en los seres humanos, está sustentado por ideas, actitudes, y experiencias repetidas. Mientras más incondicionadas nos parecen, mientras más impersonal y asépticamente se nos imponen, más peligrosas son.
Como vimos en el caso de los animales sometidos a una prolongada situación de indefensión, aunque también las circunstancias, mantendrán la inacción como respuesta. La indefensión actúa como un disuasivo para la imaginación y la creatividad de sus víctimas. Al cambio de situación no le sigue un cambio de hábito, sino el mantenimiento de los mismos mecanismos de respuesta que ya se habían asumido. El síndrome de indefensión aprendida es el mecanismo clave para explicar la apatía de la gente bajo un régimen totalitario o postotalitario. El sistema mismo ha funcionado como un gigantesco mecanismo generador de indefensión: el control de las distintas esferas de la vida (político-administrativa, económica, socio-cultural); de la información y de los centros de formación ideológica o educativa; de los mecanismos de vigilancia, presión y represión, se encamina a transmitirnos la sensación de que nada se escapa al omnímodo poder del Estado y sus representantes. Todo ello, tiene como fin imponernos el síndrome de indefensión.
Joan Manuel Serrat dice en Pueblo Blanco: "Despierta, gente tierna, que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer. Deja tu mula, tu hembra y tu arreo, sigue el camino del pueblo hebreo. Busca otra luna; quizás mañana sonría la fortuna; y si te toca llorar, es mejor frente al mar. Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y abandonando lomas dejar mi pueblo atrás, te juro por lo que fui que me iría de aquí; pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio".
Vivir en la verdad: una puerta de salida a la indefensión
La Verdad os hará libres, Juan 9,32 Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir en ella, por eso nos parece que se hunde el mundo cuando oímos la verdad. Como si no valiera la pena que el mundo se hundiera antes que vivir en la mentira. - José Martí.
A lo que más teme, y de lo que más huye, el sistema totalitario es de la sencilla verdad. El sistema no soporta el espíritu crítico que pone en tela de juicio esas verdades apodícticas, que son pronunciadas desde el trono absoluto del poder. El sistema totalitario funciona como un inmenso generador de realidad virtual, que sustituye al mundo real de la vida, pero que sólo funciona para aquéllos que se deciden a, o al menos aceptan pasivamente, vivir dentro de él. Aquéllos que se deciden a vivir en la verdad y no colaboran con los convencionalismos que sostienen al sistema, se convierten en un ejemplo para los demás y en un peligro para el sistema. Vaclav Havel ha analizado esta realidad a través del ejemplo del tendero que pone un eslogan político en su puesto de verduras ("sólo en el socialismo hay verdadera democracia"). Ni él, ni la gente que le compra, creen en lo que dice el cartel, muy probablemente ni lo lean.
La función del cartel no es decir lo que piensa el tendero, sino mandar un mensaje de fidelidad al sistema: su real mensaje dice: "Yo, Juan el verdulero, no me meto en líos y por eso obedezco poniendo este cartel. Lo único que pido a cambio es que me dejen en paz". Si fuéramos a traducir en términos reales lo que le sucede al tendero, le daríamos un cartel que dijera: "Tengo miedo y por eso obedezco sin rechistar". Pero el tendero lo rechazaría, se avergonzaría de exponer en un escaparate, a la vista del público, una declaración tan explícita de su degradación. Así funciona la ideología: encubre la verdad con palabras "elevadas", y sirve de coartada, lo mismo al poder que se impone que al hombre que se humilla ante el poder.
La distancia que hay entre las palabras y la vida revela la distancia que separa la abyecta iniciativa de una vida falsa, que se expresa a través de palabras mentirosas y una vida honesta, vivida en la verdad. Desenmascarar la mentira se convierte en la primera misión que tiene el hombre que quiere ser fiel a sí mismo y que quiere vivir en la verdad. De lo contrario, creyéndose la mentira, o comportándose como si la creyera, se convierte en sostén del régimen y lo prolonga. A esto se le llama "aceptar las reglas del juego". El hombre no decide la vida, sino que ésta, ritualizada mediante la ideología, recibe la lealtad del hombre, y se le impone como destino irrevocable. Al obedecer la ideología, el hombre firma la sentencia de muerte de su libertad y de la de los demás. Se hace cómplice de la esclavitud de sus hermanos. Sólo mediante un acto de libertad y de rebeldía puede el hombre reencontrar su identidad y dignidad reprimidas. Cuando un hombre decide "vivir en la verdad", demuestra que esa vida es posible, avergüenza a los que siguen viviendo en la mentira y cuestiona al poder, al convertirse en la mayor amenaza a su pretendida omnipotencia. La mayor confirmación de esto la encontramos en la caída histórica del mundo postotalitario comunista en 1989: esa estructura de poder, hasta entonces aparentemente monolítica, se desplomó como un castillo de naipes, en el curso de unos días, y fuera de la experiencia rumana, de manera pacífica, y sin que nadie defendiera "el anciano régimen".
Esta toma de conciencia de que vamos hablando no es un acto político, sino moral. El sistema totalitario, que ha copado todos los aspectos de la vida -la sociedad civil, la economía, la cultura, hasta la vida familiar y la más íntima dimensión personal- califica de "política" toda acción encaminada a "vivir en la verdad". Toda acción encaminada a que las personas recobren su responsabilidad y ejerzan su capacidad de decisión es una amenaza directa para el sistema, y provoca una reacción airada y violenta por parte de las autoridades.
Además de la ideología ritualizada, que le sirve de justificación creando una realidad virtual que oculta y tergiversa la "realidad real", el sistema tiene su apoyo más firme en el temor. Este viene a ser la clave última de aceptación de la "realidad virtual". Como podemos observar fácilmente el miedo funciona como un disuasivo para cualquier acción encaminada a asumir la propia responsabilidad: la cárcel, al alcance de la mano gracias a leyes que inician procesos por "presunción" del delito, puede conllevar un precio tal que ningún hombre sensato querría tener que pagar. El aumento de las fuerzas policiales, y su carácter cada vez más amenazador, sirven de disuasivo para una población cada vez más "expresiva" con relación a sus sentimientos y pensamientos. Por otra parte, está "la salida fácil", que ofrece la emigración: solución individual a la que muy pocos están dispuestos a renunciar, "adornada" por la justificación de poder ayudar a la familia que se queda. Desde el punto de vista social, la solución migratoria funciona como "un placebo", un tranquilizante eficaz, pues ofrece una esperanza que el biombo en cualquier momento puede hacer realidad.
Por otra parte, no hay que ser un especialista en economía para descubrir que este capítulo de la vida del país pivota cada vez más en las ganancias inmediatas, para sobrevivir, sin que haya un esfuerzo, ni siquiera intento, por lograr un desarrollo a largo plazo y con visión de futuro. Se vive día a día: así es para los ciudadanos y para el Estado. Las infraestructuras del país se destruyen sin que su reparación o ustitución logren evitarlo. Las medidas liberalizadoras que permitirían la pronta recuperación agrícola, industrial y empresarial no son tomadas por temor a que el gobierno pierda el control económico primero, luego el político. Por eso vemos cómo se da un paso adelante y otro atrás, en los campos de la iniciativa individual agrícola, comercial o empresarial.
Un caso similar ocurre con los renglones que tradicionalmente eran presentados como logros indiscutibles de la Revolución: la Educación y la Salud. En un artículo reciente, decía Ignacio Sotelo que él notaba que en Cuba, donde todos habían aprendido a leer, eran cada vez más numerosos los analfabetos funcionales: nadie lee... porque no hay nada que leer, o no está al alcance de la gente, o no hay tiempo y ánimo para ello. Lo mismo se diga de la salud: las enfermedades carenciales aquejan a cada vez más personas. El deterioro físico y síquico del pueblo es demasiado visible para que haya que argumentarlo con ejemplos o estadísticas: ha adquirido categoría de lo apodíctico... basta abrir los ojos y observar.
Con todo, la situación es tan caótica que al gobierno no le ha quedado más remedio que "abrir la mano". Como dice el politólogo Jorge Domínguez, el régimen sigue mantiendo su voluntad totalitaria, pero ya no la puede ejercer como antes: de ahí la pérdida de control inevitable y las medidas represivas de los últimos meses (las leyes de enero, y el crecimiento en el número y en los incentivos que se le prometen a las fuerzas policiales). En Cuba, el régimen totalitario dio paso a un régimen postotalitario, hacia los años 70. (El régimen totalitario se basa en el control absoluto de la situación y la movilización de las masas buscando su apoyo activo al sistema. El sistema postotalitario trata de mantener el control estatal no movilizando, sino paralizando a las masas, evitando el crecimiento de la naciente sociedad civil). Hoy se discute si el sistema cubano, postotalitario, se encamina hacia un tipo de régimen autoritario con rasgos sultanísticos. Lo que queda fuera de discusión es la voluntad totalitaria que mantiene el régimen en medio de los cambios, a veces imperceptibles y lentos, pero reales, que se dan en el país.
Hace año y medio, el camino que la Iglesia ofrecía por boca del Pontífice se basaba en la apertura interna y externa, en el inicio de un diálogo nacional, en un llamamiento a la responsabilidad personal, en el respeto al principio de subsidiaridad, en la búsqueda del bien común desde la fórmula martiana del "con todos y para el bien de todos". La respuesta ha sido recrudecer los debilitados y desfasados mecanismos totalitarios de control, generadores de indefensión y disuasores de la responsabilidad personal y ciudadana. A partir de lo que hemos dicho, conviene ahora analizar cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a la situación que se ha generado.
La Iglesia ante la encrucijada del presente y del futuro
Hace 40 años, cuando comenzó la experiencia comunista en el país, la Iglesia levantó la voz y se enfrentó a la nueva realidad. El totalitarismo en Cuba se inicia con el aura heroica de la lucha por la libertad y la justicia, mediante una movilización popular sin precedentes en la historia del país. La progresiva implantación comunista en la revolución va convirtiendo en proceso gradual aunque muy acelerado, la toma absoluta del poder. El poder revolucionario investido de autoridad redentora barrió con las instituciones y con todo el pasado republicano: con sus desaciertos y con sus aciertos. La consecuencia fue "un año cero": el de un poder absoluto que controló todas las esferas de la vida. El enfrentamiento de la Iglesia que denuncia la presencia comunista en la Revolución y su giro hacia una izquierda radicalizada tuvo como consecuencia el desmantelamiento de la Iglesia, sus medios de acción y sus instituciones. Quizás hubo error de cálculo acerca de la "fuerza" de la iglesia que en los cincuenta primros años del siglo había podido crecer en número, presencia y prestigio en la vida nacional, como dijo Mons. Meurice en su discurso de bienvenida al Papa. El corto e intenso periodo de enfrentamiento fue acompañado de una "política" de desalojo involuntario y voluntario del país. Se aconsejó a los fieles por algunos pastores que se fueran de Cuba, y los mismos agentes de pastoral alertados, por sus superiores mayores, o por decisión propia, comenzaron a abandonar el país. Sin embargo, hay excepciones a nivel de laicos, religiosos, religiosas y sacerdotes. A los que no se fueron, el gobierno los fue, dejando a la Iglesia en estado de sobrevivencia.
Cuando la Iglesia comienza a reconstruir sus fuerzas y reiniciar su trabajo se enfrenta a una realidad que no sólo le es hostil, sino que domina todo el espectro de la vida socio-económica, cultural y política del país. Un gobierno que tomaba todas las iniciativas y no dejaba cabo suelto en su afán de controlar la vida de la gente. La Iglesia corrió la suerte de todas las instituciones que no fueran las nacidas con la revolución o las que ya estaban enteramente en sus manos: la existencia feneciente y enquistada, al margen de la vida social, que le conocimos por años de años, con un grupito de fieles, tan atemorizados como heroicos. Lo mismo sucedió con las Iglesias protestantes y las asociaciones fraternales.
A lo largo de estos 40 años, cuando la situación se ponía especialmente difícil, a causa de las así llamadas "contradicciones internas del sistema", la solución que dio el gobierno fue "abrir la puerta" para que salieran del país "los desafectos". Con cada éxodo, la Iglesia vio mermadas sus filas y destruido su lento y tenaz trabajo pastoral. Era una tortura tantálica, que le ha conferido a nuestra pastoral un peculiar talante de provisionalidad: hemos tenido que improvisar, cada vez, planes y personas... porque la gente se nos iba. Aún si la Iglesia exhortó a los fieles a quedarse, a comprometerse con su país y con su pueblo, del otro lado pesaban muchas cosas: el reencuentro con la familia, una vida tranquila, el anhelo de libertad, las expectativas de prosperidad... El fenómeno del éxodo, y la existencia de una comunidad de más de dos millones de cubanos que viven de modo permanente fuera del país, se ha convertido en uno de los problemas claves de la vida nacional, que pesa en el presente y el futuro de Cuba. Este es un hecho que no se puede obviar, ni se debe olvidar: implica a demasiadas personas y demasiados aspectos para no tenerlo en cuenta.
Como sabemos, en 1980 la Iglesia inicia un proceso de renovación interna con la Reflexión Eclesial. Este proceso, que culmina con el ENEC (Encuentro Eclesial Nacional Cubano), se caracteriza por la búsqueda de nuestra identidad y vocación histórica y existencial a la luz del Evangelio y al servicio de nuestro pueblo. La REC instauró el diálogo como un elemento fundamental de nuestro ser y de nuestro quehacer como Iglesia. Fue como parte de este proceso, que coincide con el inicio de los grandes cambios en la URSS y los países de Europa Oriental (la perestroika y el glasnost), que la Iglesia propone de forma clara y desde su propia experiencia el diálogo como el modo más adecuado y eficaz para afrontar los problemas del país.
Después del ENEC es lamentable que el aspecto reflexivo de la REC haya menguado. Unido al proceso de renovación interna, la Iglesia se abre a una acción pastoral que brota de su propia y renovada convicción evangelizadora: coincidente con la Misión de la Cruz, de cara a la celebración del medio milenio de la fe en el Continente Latinoamericano. Esta etapa está teniendo su culminación con la Celebración del Jubileo del Tercer Milenio, que tuvo su punto de máxima inflexión en la visita de Juan Pablo II a Cuba, en enero de 1998. La propuesta al pueblo del camino de la fe a través de las misiones coincidió con la profunda crisis del comunismo mundial, con la disolución de la Unión Soviética y la desaparición del bloque de países socialistas, de profunda y variada repercusión en Cuba, en el pueblo y el gobierno.
Todo el Pueblo de Dios, a través del Documento Final del ENEC, y los Obispos, como pastores de la Iglesia, en repetidas ocasiones y de modo directo con el gobierno, ante la crisis generada por la caída del marxismo en Europa, y ante la profunda y crítica situación del país, propusieron un "Diálogo Nacional", que respetando la diferencia y competencia de las partes, incluidos los cubanos del exilio, diera paso a soluciones audaces, amplias y eficaces que movilizaran las fuerzas morales y materiales de la nación. Era darnos un voto de confianza los unos a los otros, y desde ahí "poner proa al futuro". Los comunistas cubanos, ante la grave alternativa de "conservar el poder o salvar la patria", han elegido lo primero, reforzando los comportamientos totalitarios de vivir en la mentira y manteniendo los paralizantes esquemas de indefensión que ya analizamos, aún sabiendo que por ese camino no se llegaba a ninguna parte, como lo demostraba la experiencia de sus antiguos socios del bloque comunista. Fue entonces cuando los obispos, después de una espera larga y reflexiva, se decidieron a publicar su Carta "El amor todo lo espera". La acogida de esta carta por parte del pueblo cubano marcó un giro en la historia reciente del país. Una parte considerable del pueblo se vio reflejado en las palabras de los obispos: sus esperanzas, sus angustias, sus problemas... los caminos para una posible solución quedaron recogidos en aquella carta sabia y valiente, que supo conjugar genialmente prudencia y audacia.
El gobierno hizo "oídos sordos" al clamor del pueblo expresado proféticamente por boca de los obispos. La Iglesia continuó con sus esfuerzos por lograr una salida pacífica y negociada a la situación, que no excluyera a nadie. Para muchos, la dificultad más grave de llevar adelante esta propuesta es, no sólo la falta de voluntad de diálogo del gobierno y el partido, sino además la inexistencia en el país de una contraparte organizada: sociedad civil, movimientos sociales o grupos políticos que asuman ese papel de contraparte, de interlocutores válidos del Estado, que se mantienen típicamente totalitario (o postotalitario). El discurso oficial mantiene esta tesis, haciendo resaltar la debilidad de la disidencia y el hecho de que está penetrada por los cuerpos de la seguridad estatal y que, además, depende de apoyos foráneos para su sobrevivencia.
La disidencia, eminentemente pacífica, no tiene ni reconocimiento ni un apoyo firme por parte de la jerarquía, al menos no lo percibimos así. El máximo esfuerzo por desbloquear la realidad cubana lo hizo la Iglesia con la visita del Papa a Cuba en enero de 1998. La movilización de pueblo, el impacto a nivel de nación, ciudad, barrio, familia y corazón de esos cinco días no han tenido precedente en nuestra historia como Iglesia. El pueblo apoyó a la Iglesia, escuchó al Pontífice y vibró con el mensaje evangélico que él transmitió a lo largo de esos días. Nadie, ni dentro ni fuera de Cuba niega el éxito de esa visita papal. La pregunta que nos estamos haciendo desde el inicio de nuestro encuentro, sigue sin embargo en pie: ¿Qué ha pasado después?
Las cinco llagas de mi Iglesia
Hace más de 150 años, un sacerdote italiano, el Padre Antonio Rosmini, publicó un polémico libro que él tituló "Las cinco llagas de la Iglesia". Pedimos prestado el título de su libro al Padre Rosmini para referirnos a situaciones que calificaremos de "llagas de la Iglesia". Sin embargo, el sentido del término no se corresponde exactamente al utilizado por Rosmini. Hablaremos de estas llagas y nos vamos a referir a ellas, en un sentido muy particular: si Uds. Quieren, como las llagas de Jesús, que al mismo tiempo fueron los "signos" que el resucitado pudo mostrar para "confirmar" que era él... las llagas son como retos que tiene esta Iglesia nuestra, porque la vinculan con su pasado y con su pasión, y se le convierten en fuentes de su compromiso y en motivo de su acción.
Los nuevos y los viejos cristianos
En su intervención en la XXVII Reunión Interamericana de Obispos Mons. Adolfo habló como el viejo y sabio pastor que es: entre las muchas cosas interesantes y profundas que dijo hay una que resalta con la fuerza de un refrán popular: hemos descubierto que en Cuba... ni los ateos son tan ateos ni los cristianos somos tan cristianos. El reto de la fidelidad, del compromiso serio y de la plena consecuencia de nuestra vida con el Evangelio, está ahí, presente y pidiéndonos reflexión y sinceridad. Una variante de este "nadie es tan tan", la tenemos en el crecimiento de nuestras comunidades, en la dialéctica natural que se crea entre los nuevos y los viejos cristianos. La Iglesia no debe prescindir del empuje que suponen los primeros y de la fuerza y el peso que nos dan los segundos. El entusiasmo de los primeros y la estabilidad y peso de los segundos, deben potenciarse por el compromiso de todos. Esta realidad requiere análisis, escucha mutua en el diálogo sincero y franco, y sabiduría por parte de los responsables laicos y los pastores, para pedirle a cada cual su participación, sin apresuramientos en dar cargos muy responsables sin el tiempo suficiente de necesaria maduración, y asumiendo el reto que supone darle tiempo a una seria formación. El mutuo aprecio es condición indispensable para el crecimiento de unos y otros.
Clero extranjero y clero cubano
El aumento del número de sacerdotes y religiosos-as se ha señalado como uno de los pincipales frutos de la visita del Papa, y sin duda lo es. Pero la entrada de nuevos agentes de pastoral es un reto que también debe ser analizado. La dialéctica nuevo-viejo, secular-regular, extranjero-nacional, se hace también presente por la lógica misma de las cosas. Esto aporta tensiones, y también riquezas, que es bueno analizar. En primer lugar, es bueno recordar que en la Iglesia no hay extranjeros. "ni judíos ni paganos". Los recién llegados son y deben ser además bienvenidos. Ellos traen a nuestra Iglesia nuevos métodos, entusiasmo, energías, imaginación: aportes muy importantes y necesarios. No debemos desconocer, ni negar, que vivir por 40 años dentro de un sistema totalitario "imprime carácter". La indefensión estápresente en nuestra Iglesia en obispos, sacerdotes, religiosos-as y laicos. Es normal que así suceda. Cuando llegan los nuevos, sin darnos cuenta, tendemos a transmitirles "nuestros acondicionamientos". Esto no es bueno, pues puede paralizar iniciativas y acciones que son necesarias y hasta urgentes. Por otra parte, una necesaria cuota de prudencia se necesita si no queremos perder, con la misma rapidez con la que entraron, a nuestros hermanos recién llegados, que tan necesarios nos son.
Esto precisa de una acción coordinada, de encuentros fraternos (que a veces el excesivo trabajo de cada cual hace difícil) pero en el que debemos insistir para nuestro mutuo enriquecimiento fraterno y pastoral. Necesitamos ser muy sinceros los unos con los otros y empujarnos suave y cariñosamente los unos a los otros, en nuestra común entrega al Reino. El tiempo de encuentro y de diálogo no es tiempo perdido. Para los que llevamos mucho tiempo acá, seculares o regulares, la unidad es importante, porque ha sido condición indispensable de supervivencia. Pero es verdad que nuestra unidad debe enriquecerse con nuevas formas de diversidad y que aún la misma unidad debe hacerse más dinámica. Tenemos mucho que aprender los unos de los otros.
Por otra parte, debemos aplicar "una sana división del trabajo" en lo que respecta a los problemas de la nación. A los cubanos nos toca asumir una mayor cuota de responsabilidad e iniciativa por el hecho mismo de ser cubanos y porque somos menos vulnerables a "ciertas acciones administrativas" en ser más fácil blanco los extranjeros. Se necesita mucho diálogo, y sinceridad, para poder caminar juntos aunque con estilo diferente, como es lógico. El mutuo aprecio en el Señor sigue siendo condición indispensable para el crecimiento de todos.
Otro aspecto del tema es el que se refiere a los "novísimos"... esto es, a las nuevas vocaciones que van surgiendo en nuestras comunidades. Es un tema claro para el futuro de la Iglesia en Cuba, pues sabemos por experiencia que las Iglesias locales deben estar edificadas sobre ese clero estable "salido de la tierra" que es el clero secular. Aquí debemos trabajar todos: seculares y regulares, si es que queremos una seria implantación de la Iglesia en Cuba. El tema de las vocaciones va unido al tema de nuestros seminarios y de los seminaristas, de los sacerdotes jóvenes y de la atención que nuestros obispos y nuestros presbiterios están dando a los más jóvenes. Debemos recordar que entre los más jóvenes está el mayor índice de abandono del país... y que no siempre la responsabilidad recae sobre ellos...
La improvisación como talante y la actitud paternalista
La improvisación y la provisionalidad se han convertido en parte integrante del "ser nacional", y han "infiltrado" a la Iglesia y a nuestra pastoral. Sin darnos cuenta, el desgaste de esta situación nos marca con su sello. Esto es hasta cierto punto inevitable en una situación como la nuestra: vivimos en un país sin futuro donde cotidianidad -entendida en su forma más rastrera- se vuelve en horizonte. Pero precisamente por eso, la Iglesia debe insistir, con su gente, en esa necesaria proyección de miras e identificación de objetivos. Hijo de la improvisación, el cansancio puede agostar nuestras fuerzas. Conservamos entonces la capacidad de hacer cosas, pero no de pensar y proyectar las cosas que hacemos. Inventamos al momento, pero nos perdemos en la mirada larga, que también es necesaria. ¿A qué queremos responder? ¿Qué pretendemos conseguir? ¿Qué queremos mantener o qué debemos cambiar? son preguntas que nos debemos hacer continuamente, sin olvidar la fragilidad del hombre que tenemos delante, permeado de una "indefensión bien aprendida", a la que nosotros mismos no escapamos. Por otra parte, la acción no nos puede hacer olvidar el "discurso", el mensaje, que debemos transmitir, y el canal privilegiado que tenemos para que llegue al pueblo: la Iglesia, nuestras comunidades. Ni el objetivo final: edificar al hombre según Dios, por el modelo de Jesús.
En esta edificación del hombre según el modelo de Jesucristo, tendríamos que plantearnos el grave problema del paternalismo que se manifiesta en las relaciones de nuestros obispos con nosotros y de nosotros con nuestros laicos, en no pocas ocasiones. Es ese miedo a que lleguen demasiado lejos, que nos lleva a sobreproteger a nuestra gente y a frenar su compromiso profético. Debemos recordar que por bastante tiempo muchos de nosotros nos hemos sentido "seminaristas que celebran Misa", y que nada colabora más con la maduración y el compromiso de los sacerdotes en un presbiterio o de los laicos en una comunidad, como el sentirse responsable de las decisiones que se han discutido y tomado en común.
El ambiente de fraternidad y amistad corresponsable a ejemplo de los Apóstoles, debe marcar nuestro estilo de ser pastores y nuestra manera de pastorear. Además es la mejor manera de combatir la indefensión que padecemos en el país.
Edificación de la Iglesia y servicio al Pueblo
A veces escuchamos voces de que "no debemos arriesgar todo lo que hasta ahora hemos logrado". Esta afirmación me recuerda aquel relato de Karel Capec en su libro Apócrifos. Capec fabula en torno a la sicología de Lázaro, el amigo del Señor, después de salir del sepulcro: la experiencia de la muerte fue tal, que Lázaro le coge miedo a la vida, y lo que ésta comporta de riesgo. Vive una vida de absoluto temor, rehuyendo ese compromiso que siempre supone algo de riesgo. No creo que nadie medianamente sensato quiera volver al año 61, al tiempo de las confrontaciones. Pero al mismo tiempo, no podemos renunciar al compromiso que nos supone la situación del País: no podemos quedarnos callados ni de brazos cruzados. Para los que oprimen a los pueblos, sean del color que sean, cualquier acción de la Iglesia en pro del respeto a los derechos humanos, a la justicia y a la libertad, será interpretado como "meterse en política". Navarro Vals, en su último viaje a nuestra patria, relató una anécdota de Juan Pablo II que hace luz a este respecto. Después de visitar un campo de concentración, el Papa hizo unas declaraciones muy fuertes. En la entrevista de prensa que siguió a la visita, un periodista le preguntó al Papa "si sus declaraciones no habían sido políticas". El Papa, que suele tener mucha paciencia con "los chicos de la prensa", por esta vez casi pierde la tabla. “Uno no se rebela ante este horror en razón de una ideología política, sino por talante moral, por elemental sentido de humanidad", le dijo casi adusto, al periodista.
Sabemos que la Iglesia brinda un aporte insustituible cuando ejerce su triple ministerio al servicio de la evangelización, el culto, o la caridad... pero no podemos pasar de largo ante las situaciones de injusticia, opresión o indefensión... sin actuar de la misma manera que aquel sacerdote o aquel levita de que nos hablaba la parábola del "Buen Samaritano", Mons. Pedro Meurice lo expresó muy claramente en su discurso de recepción del Doctorado Honoris Causa, en la Universidad de Georgetown: "Por otra parte, mientras el pueblo sufra alguna injusticia o limitación, por pequeña que sea, la Iglesia debe hacer de esas necesidades y dolores de su pueblo un punto cardinal del contenido de sus relaciones con el Estado. De lo contrario, la Iglesia sólo reclamaría lo que pudiera ser considerado como sus derechos institucionales o concernientes a su vida interna, pero para los seguidores de Jesucristo estas demandas nunca pueden estar separadas de los derechos de las gentes".
Cuando el pueblo sufre, no ya "alguna", sino tanta injusticia o limitación, la responsabilidad de la Iglesia se hace incomparablemente mayor. Ahora bien, si pretendemos salvar la institución cuando el pueblo muere, no estamos más que repitiendo en nuevo contexto el viejo dilema del pontífice judío: "conviene que muera uno para preservar el pueblo". Lo que en el fondo significaba, no tanto preocupación por la gente, sino el empeño de toda sinagoga bien instalada por defender sus propios intereses.
La pobreza en la Iglesia y el Exodo de los cristianos
Mons. Adolfo habló del peligro del triunfalismo ingenuo, que nos impida ver la realidad tal y como ella es. No cabe dudas que en los últimos años la Iglesia ha crecido en sus posibilidades económicas gracias a las generosas ayudas que hemos recibido desde diversas partes del mundo. Hemos pasado de ser de una Iglesia pobre, a una Iglesia que tiene, "que parte y reparte"... y que tiene el peligro de ser tenida también como "la que se queda con la mayor parte". Nuestro estilo de vida, nuestras casas, nuestros carros deben percibirse enteramente al servicio de la gente y tan modestos como nos lo permita la eficacia en el servicio que nos deben brindar. La modestia de los medios y la sencillez de las actitudes, sobre todo el espíritu de servicio, para con la comunidad y con el pueblo en general, es algo que debemos cuidar celosamente.
El uso que se hace del dinero es algo que debe ser consultado a los sacerdotes por parte de los obispos y a las comunidades por parte de los sacerdotes. La máxima claridad en este punto es algo necesario para garantizar la transparencia administrativa y para responsabilizar a todos los miembros de la Iglesia en ese capítulo tan delicado. A veces nos da la impresión que la preocupación por las cosas materiales, incluidos los templos, nos hace olvidar el tema esencial que debe preocuparnos: edificar una Iglesia totalmente al servicio del Reino de Dios.
La experiencia enseña que ciertas Iglesias que han sufrido situaciones casi martiriales, cuando acceden a situaciones normales, buscan cuotas de riqueza, prestigio y poder, y que esto ocurre incluso a aquellas mismas personas que antes llegaron a arriesgar hasta la supervivencia misma. Y es que el martirio no imprime carácter. Cada generación debe buscar su estilo de fidelidad al Evangelio eterno de Jesús, sin acogerse a méritos pretéritos.
Un tema que no podemos dejar de tocar es el de el Exodo, que una vez más amenaza con vaciar nuestras comunidades, y diezmar nuestra gente. En el éxodo encontramos la respuesta individualista tradicional que los cubanos hemos dado a los problemas del país. La Iglesia debe tener el valor de denunciar esta actitud descomprometida con la suerte del pueblo. Debemos también enfrentar el éxodo de los sacerdotes que tantas veces hemos achacado de manera superficial a razones de índole material, sin cuestionarnos si nuestra Iglesia estaba motivando suficientemente el compromiso de sus miembros, clérigos y laicos. Para conseguir salir de la indefensión inducida es elemento esencial el compromiso personal, el lento camino de la conversión y de la entrega. Una Iglesia que no sea capaz de despertar ese espíritu de sacrificio, esa militancia martirial, jamás será luz en la oscuridad totalitaria. Pero no todo está perdido... "si alguien viene a ofrecer su corazón".
Finalmente... El diálogo
El diálogo ha sido el tema siempre recurrente en los últimos 20 años de vida de nuestra Iglesia. Desde comienzos de la REC, a principios de los ochenta, hemos propuesto una y otra vez el diálogo como el único camino de salida a nuestra situación. Recientemente, en su intervención ante la XXVII Reunión Interamericana de Obispos, en febrero del 99, Mons. Adolfo volvería a insistir en el tema. Y con razón.
Pero hay una contradicción esencial en la proclamación del "Diálogo Nacional" como salida a la actual situación del País y la implícita dejación de ese Diálogo en manos de un Estado que lo ha negado repetidas veces en el plano de los hechos e incluso del Derecho. Entonces la propuesta del Diálogo se convierte en una trampa de la que no podemos salir, porque ni siquiera hemos podido entrar en ella... Llega el momento en que nos debemos preguntar sobre las condiciones de posibilidad y la necesidad misma de iniciar un diálogo nacional en que pueda participar la sociedad civil, en los niveles en que ya está organizada (Iglesias, asociaciones fraternales, grupos autónomos diversos...), con carácter civilista no directamente político. El diálogo fue el mayor aporte que la REC y el ENEC dieron a nuestra Iglesia. Conviene plantearnos rescatar esa herencia preciosa también al seno de la Iglesia. En los últimos tiempos, y a pesar del ECO y el aporte que en este sentido nos ofrece el proceso de la planificación pastoral, quizá hemos perdido un poco de esa participación y diálogo que caracterizó a nuestra Iglesia en el proceso de la REC y en el ENEC.
Juan Pablo II tuvo la audacia de cumplir, y con creces, teniendo en cuenta su estado físico y sus condiciones de salud, el compromiso de venir a Cuba y de darnos el mensaje, que a su entender, permitiría a esta Iglesia y a este pueblo retomar en propias manos las riendas de su destino. Nuestra Iglesia supo preparar su visita: con las misiones, llegando al pueblo, casa por casa. El pueblo respondió al llamado de la Iglesia, y ésta demostró tener una capacidad de convocatoria que ni ella misma sospechaba. Pero después de la visita no supimos qué más hacer. Nos da la impresión que no teníamos preparada la respuesta si se daba lo que de hecho se dio: que el gobierno aprovechó la visita como propaganda exterior y como confirmación interna del status quo. Decir que esto era lo que esperábamos, no es decir verdad. Sin embargo, era perfectamente previsible. Lo triste es que, pudiendo prevenirlo, no fuimos capaces de buscar alternativas, proponer otras salidas, generar procesos que dieran protagonismo al pueblo y una esperanza a nuestra gente. Pensamos que el quid de la cuestión reside en descubrir quién es el destinatario de nuestro mensaje, el verdadero interlocutor de ese diálogo que estamos proponiendo: el pueblo como protagonista de su destino, que decide caminar con sus propios pies, que se organiza y es capaz de luchar con los demás y por los demás... "con todos y para el bien de todos". Aquí estamos para descubrir juntos cómo podemos lograrlo. El silencio de nuestra Iglesia ante las nuevas leyes represivas y por la suerte corrida por los cuatro disidentes que redactaron "La patria es de todos", es, cuando menos, preocupante.
El mensaje que demos de compromiso y esperanza de acción y de optimismo de lucha paciente y de formación constante, debe nacer de nuestro propio compromiso con la suerte de nuestra gente, de un análisis profundo de nuestra realidad y de una pedagogía liberadora. No hay libertad verdadera que no pase por el misterio de la encarnación y por la experiencia de la cruz. Todos somos responsables. El análisis del síndrome de indefensión aprendida demuestra que es el trabajo, persona a persona, que es desde la toma de conciencia personal y desde el compromiso de cada uno como se puede superar la indefensión. Hay que analizar los mecanismos, los mensajes, las actitudes que provocan indefensión. Hay que promover acciones concretas, hay que enseñar a la gente a pensar y a tener sentido crítico, hay que despertar la creatividad, generar procesos de participación: sólo entonces saldremos del temor y aportaremos lo mejor de nosotros mismos: la edificación del reino de verdad, justicia, paz, amor, como nos lo enseña Jesús en las Bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12 y Lucas 6, 20-23); y como poéticamente lo describe José Martí en su "Rosa Blanca".
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