Antonio Cova Maduro //
Barroso se arroga la tarea de decidir lo moralmente bueno en las acciones de la gente
Cuenta Hannah Arendt en el segundo tomo de su gran obra Los orígenes del totalitarismo acerca del comportamiento de la burocracia zarista de la Rusia pre-soviética. Su caracterización es una de las más sugerentes sobre un problema que ha angustiado a las mejores mentes de Occidente desde que la burocracia apareció en el mundo moderno como uno de sus actores fundamentales: el gobierno de la arbitrariedad.
Para los venezolanos, el término burocracia es, como todos sabemos, un término insultante, sobre todo dicha en un tono entre airado y burlón, por alguien que se siente su víctima, y peor cuando va precedida del vocablo "pura". Como cuando decimos de algún trámite o diligencia que nos imponen: "¡Pura burocracia!". En eso los venezolanos no estamos solos.
En efecto, cuando el término nació en el siglo XVIII, lo hizo como un epíteto: injerto de "oficina" (bureau, en francés) con kratos (dominio, gobierno). La intención era clara: burocracia, entonces, no era otra cosa que el "gobierno de las oficinas", y como la misma Hannah Arendt la identificaría más tarde, en realidad, "el gobierno de nadie". Por eso mismo, desde los primeros autores que estudiaron su significación, estuvo muy claro que la burocracia podía ser amenazante para sus creadores.
Para ellos, la burocracia era un monstruo que controlaría nuestras vidas y que construiría un mundo de sensaciones opresivas y amenazantes. Es eso lo que vio -y expresó admirablemente en su conocida obra, El castillo- el escritor Franz Kafka, hasta el punto que el término "kafkiano" llegó a significar el horror que un mundo de trámites y papeleo, del que nunca logra descifrar ni su significación ni su por qué, genera en cualquier ciudadano.
Todos estos pensamientos súbitamente se agolparon en mi mente cuando oí al señor Manuel Barroso, máxima autoridad de ese padecimiento que llaman Cadivi, cuando era preguntado por Mari Pili Hernández, la amigable entrevistadora de Unión Radio (me refiero a "lo amigable" que siempre es con figurones del régimen), la semana pasada en su programa de la una de la tarde.
Ella le pedía que -de nuevo, en esa atmósfera amigable que les crea- nos informara a todos sobre la "Lista de los 60.000", esta especie de Anabasis (el retorno de los diez mil guerreros griegos a su tierra, en medio de peligros sin fin desde tierras del Oriente) a la venezolana.
Se trata de los 60.000 venezolanos que han incurrido en la ira del régimen por haber hecho algo a lo que creían tener derecho: para terminar descubriendo que no tenían ninguno. Que, aunque les cueste creerlo, lo único que tienen son "deberes"; porque derechos -y privilegios- sólo lo tienen los funcionarios y seguidores del régimen.
Y digo descubriendo porque resulta que ahora, para Cadivi, son poco menos que delincuentes. ¿Y cuál es su delito? Pues, según el señor Barroso, el de "hacer mal uso de las reservas internacionales que son, remachaba él, de todos los venezolanos".
Fue esta explicación la que realmente me sublevó.
Era intragable su firme bonhomía y convicción al repetir, una y otra vez, el por qué de la lista condenatoria (en el gobierno de las listas negras). Y eso se hacía más intolerable cuando invocaba la autoridad del presidente Chávez. ¿Es necesario explicar por qué? Del mismo Presidente recibió la tarea (¿o diríamos mejor, la "licencia"?) de velar por el respeto y cuidado de nuestras reservas internacionales.
¿Cómo? ¿Del mismo Presidente que hace dispendio de ellas a cada rato? ¿Del mismo que se ufana de cómo las reparte a troche y moche a una foca y to'el que toca? ¿Y tiene el señor Barroso el tupé de explicar eso con su cara muy lavada? Confieso que no podía dar crédito a mis oídos cuando le escuchaba, con aquella seriedad, remachar su razonamiento.
Y es aquí cuando adquieren fuerza mis recuerdos de lecturas hechas (después de todo soy profesor de estos asuntos). He aquí un funcionario que se arroga la tarea de decidir qué es lo moralmente bueno en las acciones de la gente. Asume la malhadada tarea de "velar porque todos actúen bien, o mejor, lo que ellos consideran como bien", y de castigarles si no hacen caso.
Pero, además, sin rubor procede con la triquiñuela inventada por el chavismo: las fulanas "providencias administrativas", por las cuales cambian la ley, "a su ley", como los burócratas de la vieja -y la nueva- Rusia. Y con estas construyen, Barroso dixit, la "Normativa". Sagrada, intocable; y letal para la seguridad jurídica¿ y para ellos, cuando les llegue el turno.
antave38@yahoo.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario