Olga Brumat
El 14 de febrero pasado, en Sabaneta de Barinas, la patria chica de Hugo Chávez, una multitud enfurecida irrumpió en el "Mega Mercal" y lo saqueó. (Mercal es el nombre dado por el Gobierno a la red de mercados populares donde se ofrecen productos de la cesta básica alimentaría a precios subsidiados por la estatal petrolera Pdvsa).
Paradójicos parecen tales acontecimientos cuando el Presidente, declaró en días pasados, que "si no fuera por la revolución, el pueblo ya se habría muerto de hambre". El Presidente, quien ya lleva diez años en el poder, también prometió"... "no daremos descanso hasta solucionar la escasez y el acaparamiento de los alimentos", pero evidentemente a los pobladores las promesas y la retórica del caudillo ya no bastan.
A pesar de que el precio del crudo haya pasado la raya de los $100 por barril durante el boom petrolero más largo de su historia, Venezuela es el país de América Latina donde la pobreza ha crecido más de prisa en la última década y la inflación ha alcanzado el 25% anual.
El petro-Estado ha recaudado los mayores recursos de su historia, pero no los ha utilizados para "sembrar el petróleo" como lo auspiciaba Arturo Uslar Pietri. Más bien ha creado mecanismos paralelos para repartir dinero con sectario criterio clientelar y dispensar ineficiente asistencia.
¿A qué se debió la airada protesta de los pobladores de Sabaneta? Cómo pueden estar inconformes si viven en el estado donde nació el "mesmo" Presidente, donde su padre, Hugo de los Reyes, es gobernador, y adonde impera el nepotismo en su máxima expresión. Todos y cada uno de los miembros de la familia Chávez ocupan un cargo en la política local, en la finanza, en la diplomacia nacional o en los ministerios, como su hermano Adán, ministro de Educación de Venezuela. Circulan voces que la red de distribución de los alimentos, en la cual la familia Chávez está involucrada, no respeta los controles de precio y a los lugareños se les hace prohibitivo comprar comida.
Si bien los necesitados reciben dádivas del Gobierno, que los mantiene pobres y dependientes, la nueva casta de la nomenclatura bolivariana, la llamada "boliburguesía", se ha enriquecido groseramente gracias a la bonanza petrolera y a la corrupción. Ostentan, sin pudor, gustos costosos. Moverse en un Hummer o en el lujoso SUV AUDIQ7 de más de 60 mil euros es la moda entre sus miembros al punto que la casa AUDI ha proclamado este año a Venezuela, con el 22%, líder de sus ventas en el extranjero. Escocia se complace también de que aquí haya alcanzado la supremacía en la importación del ¡whisky premium de 18 años!
Los saqueos de Sabaneta, repetidos en otras ciudades del país, recuerdan los del Caracazo de febrero de 1989. Las barriadas caraqueñas padecieron entonces tres días de intensos saqueos de automercados y negocios que dejaron un saldo oficial de más de 700 muertos por la violenta represión del Ejército a la población enardecida que protestaba por el aumento del precio del transporte (100%) causado a su vez por el de la gasolina.
Este violento y trágico suceso marcó el inicio del fin de 40 años de democracia en Venezuela. Décadas de corrupción y de erradas políticas económicas y sociales, especialmente durante las presidencias de Jaime Lusinchi, de Carlos Andrés Pérez, y la segunda de Rafael Caldera, dispararon a finales de los ochenta, una profunda recesión y una maxidevaluación del bolívar (de Bs. 7,00 a Bs. 43 por dólar) acompañada de una inflación galopante y proporcionaron el terreno que llevó al Caracazo. En ese terreno germinó el descontento que, en 1998, llevó a Hugo Chávez al poder (luego de un fallido intento de golpe de Estado encabezado por el mismo en 1992 contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez). Al llegar al poder, Chávez prometió eliminar la corrupción y promover el desarrollo económico y social del país. Esta promesa, aunada a la elocuencia y carisma que indudablemente posee, le ganó el apoyo de muchos venezolanos, no únicamente de las masas excluidas, que vieron en Chávez al mesías que salvaría el país. Sin embargo, con casi 10 años en el poder Chávez ha desperdiciado esta oportunidad tratando de imponer un proyecto comunista que había explícitamente negado tener, que nadie le pidió y que el país rechazó con el voto del 2 de diciembre. Chávez ha repetido los errores del pasado y como Lusinchi, ha creado una ilusión de crecimiento a través de un gasto público masivo que no logra contener las distorsiones debidas a sus políticas erráticas y a los controles de precio y de cambio. Y, lo que es peor, ha hostigado al sector productivo del país suplantando la producción nacional con importaciones inmensas pero insuficientes para evitar el desabastecimiento. La economía va en picada, hay escasez generalizada de géneros básicos, un enorme déficit de pagos, presiones inflacionarias, reservas internacionales agotadas, una deuda externa inmanejable.
En estas condiciones no sorprende que la popularidad del Presidente descienda y el descontento popular crezca. Protestas y disturbios son casi diarios. El proceso revolucionario fracasa y ya nadie le cree a Chávez ni le tiene miedo y las tensiones sociales aumentan. En un país como Venezuela, profundamente capitalista en su forma de vivir, y cuando del comunismo real sólo queda Cuba, muestra elocuente del fracaso estrepitoso de un régimen acabado y con un futuro sumamente incierto, ¿qué hace Chávez? En vez de mirar hacia Noruega, país petrolero sabio, imita a Cuba en todo: la Corte Suprema se llama ahora Tribunal Supremo, el Congreso pasó a ser Asamblea, no hay senadores pero hay vicepresidentes y los ministros lo son del "poder popular". Chávez también intentó introducir, con la rechazada reforma constitucional, el "poder comunal", clásico mecanismo de control totalitario de la población basado en la delación y usado por fascistas, nazistas y comunistas. Ahora, aprovechando de la escasez de alimentos, el Presidente trata de imponerlo bajo otro concepto para crear su red de espías. "¿Qué mejor que un consejo comunal para conocer a los vecinos y saber exactamente quién es el más necesitado? Por lo tanto, en los mercales y en los pdval, "estarán los vecinos montando la guardia" afirmó recientemente el ministro del Poder Popular para la Alimentación, Félix Osorio. Si se le agrega el sistema de vigilancia de la Onidex (Oficina Nacional de Identificación y Extranjería) encomendada a los "expertos" cubanos, con un centro de acopio en Cuba y la nueva futura policía nacional, el sistema estará completo. En pocas palabras: ya que la comida escasea, Mercal la venderá según listas de Onidex y bajo la vigilancia de los consejos comunales. Será el control perfecto de la población.
Pero la escasez de alimentos que afecta a Venezuela desde hace muchos meses está provocando un descontento popular cada vez mayor, por lo que el Gobierno parece encaminado a tomar medidas sin precedentes en el país: establecer un sistema de ticket de racionamiento para el pueblo, la versión bolivariana de la famosa libreta de abastecimiento de Cuba. Por supuesto, al igual que en Cuba, los miembros del Gobierno y del partido PSUV y todos sus grupos anexos podrán comprar sin límite en tiendas especiales.
Según el anuncio hecho esta semana por el ministro de Alimentación, el pueblo venezolano sólo podrá comprar en los mercales los alimentos del día para evitar compras "abusivas" de productos básicos. La medida no parece haber sido recibida con agrado por la gente. "Los venezolanos están navegando en el mar de la felicidad que Chávez prometió al inicio de su mandato, con tarjeta de racionamiento incluida", ironizó un análisis de la firma consultora Veneconomía. Tras diez años el vacío de la retórica populista está quedando cada día más al descubierto al derrumbarse una a una las acciones "reivindicativas".
En primer lugar la expropiación ilegal y arbitraria de los fundos agrícolas más productivos de la nación para entregarlos a cooperativas bolivarianas, sin experiencia ni conocimiento ni recursos para mantenerlas operativas. Esto ha llevado a la contracción dramática de la capacidad productiva del país, en particular en el sector alimentario.
En segundo lugar el enjambre legal totalmente hostil hacia el empresariado ha estrangulado la actividad económica del país. Como resultado miles de fábricas han tenido que cerrar o trasladarse a otros países, lo que ha disminuido aún más la capacidad de empleo y auto-abastecimiento de Venezuela. Hace diez años de cien kilos de alimentos, treinta eran de importación y setenta de producción nacional. Ahora las proporciones se han invertido.
En los regímenes comunistas (URSS, Cuba, China), la destrucción de la propiedad privada rural fue planificada con el fin de crear hambrunas y, a través de ellas, dominar al ciudadano transformándolo en dependiente del Gobierno para su supervivencia. La gran hambruna soviética de los años 1929-1931, que mató a millones de seres humanos en la URSS, fue diseñada con ese fin por Stalin. En Cuba, la escasez de comida creada por las expropiaciones fue aprovechada para instaurar la dependencia y el control a través del racionamiento oficial. En China, Mao inventó un sistema de hornos rurales para el acero, no hubo acero, pero tampoco hubo siembras y el resultado fueron 43 millones de muertos por el hambre en 1959-1961. Hugo Chávez siguió el ejemplo: hizo invadir fincas y hatos, expropió empresas arbitrariamente, destruyó la producción nacional y la substituyó con la distribuidora oficial de alimentos, Mercal, a futuro vigilada por los consejos comunales. Hoy está desesperado por los resultados y por el inesperado rechazo electoral de diciembre, pero no cambia su rumbo, todo lo contrario, persevera en el error con arrogancia. Aún así, Chávez no ha logrado todavía instalar la dependencia, ni mucho menos la obediencia. Cabe preguntarse: ¿la anarquía institucional y el caos producido por el fracaso del capital-populismo imperante son planificados o son el resultado de ineptitud e incompetencia en la actuación de tan descabellados fines ideológicos?
Lic. Relaciones Internacionales, American University Postgrado en Geopolítica, La Sorbonne, Paris
modusv_lavieri@yahoo.com El Universal
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