Amigos:Si recuerdan Milton Melendez escribió "El otro Valenilla Lanz"
Aquí tienen un fragmento de un borrador suyo de Jovito Villalba..
Joaquín
01-12-04
Ayer fue 30 de noviembre: una fecha bastante simbólica para Venezuela, tomando en cuenta que se trata del día en el cual hace 52 años se le propina un fraude al partido de Jóvito Villalba; el entonces gobierno de Marcos Pérez Jiménez pierde unas elecciones, que se convocan para elegir representantes a la Asamblea Constituyente, y que se habrá de instalar en enero del año 1953; producto de lo cual los hechos siguientes, se suponía, iban a dar lugar a que la Venezuela del momento eligiera al líder de Unión Republicana Democrática (URD) como presidente de la República, visto que la Constituyente iba a permitir la constitución de una nueva nación; sólo que estamos ante un gobierno autoritario; que actúa a la manera de Jalisco, donde el que pierde, arrebata.
El anuncio con los primeros escrutinios, emitidos por el entonces Consejo Supremo Electoral (CSE), daba cuenta de que la tendencia de las cifras era la de favorecer a URD, y que COPEI y el Frente Electoral Independiente (FEI), esto es, el partido del gobierno, se disputaban el segundo lugar. Tan pronto, se oyeron estos resultados se generó la crisis en el organismo electoral; diez de quince de sus miembros, entre ellos, su presidente, el doctor Angel Grisanti, se negaron a revertir dichas cifras a favor de la organización oficialista, por lo que se vieron en la obligación de renunciar, para ser sustituidos por figuras identificadas con el régimen; se desató, a continuación, una represión en el ámbito nacional, con el fin de salirle adelante a cualquier forma de protesta; con allanamientos a las casas de URD, y detención de sus principales dirigentes regionales, y fue así como al gobierno le dio por mandar a suspender el proceso de escrutinios; para venir a rendir cuentas dos días más tarde, el 2 de diciembre, y en donde se atribuye la victoria con la suma de 60 diputados, seguido de URD con 29 diputados y, luego, de COPEI con 14 diputados.
El caso es que ayer se produjo un hecho cabalístico en mi persona; una situación de esas que llaman fortuitas; muy del gusto de la especulación de la estética de la superstición, que profesó el movimiento surrealista francés: desde hacía tiempo venía acariciando la idea de escribir una semblanza biográfica de Jóvito Villalba; para lo cual he venido recabando algún material, entre los que se encuentran los primeros capítulos de una novela, que elabora un amigo de los cafés de Sabana Grande, donde aún se da alguna que otra peña de intelectuales; una novela acerca de esta figura de la política venezolana, al lado de otra gran figura, como fue Gustavo Machado, a la manera de Vidas Paralelas, como la famosa obra de Plutarco, y hago mención de este material, en particular, porque en la tarde recibí la llamada telefónica de ese amigo, para preguntarme algo de tipo estético de estos primeros capítulos: cosas que se dicen los aficionados a la literatura, y con motivo del diálogo reparé en que ya era tiempo de comenzar a desarrollar ese proyecto, y lo primero que pensé, una vez que hablé con dicho amigo, fue buscar un folleto, que me encontró otro amigo en una biblioteca suya: un par de discursos de Villalba editados en un opúsculo; un señor que está al tanto de recabarme cosas, en ese sentido, y de modo que me preparé para entrarle a esta lectura: un verbo elocuente el de este señor; un tribuno, como le oí decir en alguna oportunidad a un vocero de la opinión pública en un programa de televisión, hace ya muchos años, cuando se refirió a él, a propósito de un señalamiento que se hacía sobre las cualidades de Jóvito Villalba; lo mágico, lo fortuito es que, a medida que voy leyendo, me doy cuenta de que se trata de un discurso, que pronuncia éste con motivo de un homenaje, que se le hace el 30 de noviembre de 1966 en el Hotel Qvila de Caracas en conmemoración, precisamente, de lo acontecido aquel 30 de noviembre de 1952; es decir, aquí convergen una serie de situaciones, que dan lugar a interpretaciones supersticiosas, como que ya todo estuviera calculado, y que una mano misteriosa hubiera arreglado el asunto para que yo, al día siguiente, amaneciera relatando este hecho en un diario, que llevo desde hace algunos años, que lo he venido llamando para mis adentros Diario de la Quinta República, y así se iniciara el trabajo de esta semblanza, que he dicho. André Breton, a quien se considera el padre del surrealismo, en su obra El Amor Loco, nos hace ver las diferentes situaciones que se dan en la vida de los artistas, cuando se dedican a la producción de determinada obra: entonces el misterio le pone por delante todos los objetos o datos que necesita para el desarrollo de la misma, de una manera mágica. A ese respecto concluye el poeta francés que la belleza es el encuentro de un paraguas y una máquina de escribir sobre una mesa de disección.
Pero lo más importante es que Villalba dice allí cosas que parece que nosotros estuviéramos viviendo, a propósito de los acontecimientos de hoy en día; signados por procesos electorales; denuncias de fraudes; desconfianza en un verdadero equilibrio de los poderes públicos; una atmósfera que se respiró también en aquellos años en que imperaba en el poder la filosofía de Jalisco, como hemos dicho. Expresa Villalba: “Se nos decía con la mejor buena fe, que nuestra participación en un debate electoral carente de garantías significaba de nuestra parte la cohonestación de una farsa. A ello respondimos rebasando o rompiendo los límites que la política dictatorial imponía a nuestro trabajo cívico mediante una política de incontrastable arrojo y dignidad revolucionaria[1]”.
¿Acaso no hemos oído esas cosas a la luz de nuestros días, a propósito de esos procesos electorales, que hemos mencionado, y cuyos resultados arrojan serias sombras de duda? ¿Acaso no nos fue familiar eso de discutir si participar o no en esta última elección del 30 de octubre, tomando en cuenta esa enorme influencia que ejerce el Ejecutivo sobre todos los demás poderes; en este caso, en especial, en el Consejo Nacional Electoral; tanto es así que se ha llegado a hablar de un ministerio de Asuntos Electorales del Gabinete Ejecutivo, para éste que nos rige hoy en día, y lo que ha generado la duda de la integridad de su directorio? La historia venezolana parece repetirse; parece reiterar el mito de Sísifo, el famoso personaje de la mitología griega, que, por castigo divino, intenta llevar una roca a la cima de una montaña, y, justo, cuando alcanza su objetivo, la roca se desprende; rueda de nuevo; he allí la tragedia suya, que es, tal vez, nuestra tragedia también. Quizás, lo importante en este caso es determinar la estructura de poder que permite que se lleve a cabo esta situación; una estructura cuya mejor representación se refleja en la famosa metáfora del tigre: el poder es como un tigre, a quien un jinete osado monta: el día que descienda, se muere. He allí la estructura de nuestros poderes en la América Latina, ya que la metáfora corrió en boca de generaciones pasadas de nuestro continente, y aún uno que otro columnista se atreve a mencionarla.
Villalba dice en dicho discurso que la dictadura había desconocido la voluntad popular, y pudo hacerlo “porque desgraciadamente era entonces débil e incipiente el magnífico movimiento que más tarde se ha impuesto en el seno de nuestras instituciones armadas, en el sentido, de convertir a éstas en soporte de la Constitución y en garantía de la soberanía popular”. De entonces a esa parte habían corrido catorce años, y en la Venezuela en la que habla se respira como un gran aire de libertad; donde todo está en orden: las instituciones responden por ese equilibrio de poderes; lo que le permite decir a Villalba que el país cuenta con unas fuerzas armadas que le son leales a eso que los politólogos conocen como el pacto social de una nación, y, como se trata de la constitución y no de la fundación de0un pueblo, que implica colonialismo, ese pacto se fija en letra, que vendría a ser la Carta Magna, en términos metafísicos, el espíritu de un pueblo; Carta Magna que, en ese sentido, tiene carácter de sagrado; una sacralización cuyo patetismo se observa en el juramento militar, que viene a ser la clase que manipula la violencia, a los fines de que se cumpla ese pacto social: preservar el orden; no sin razón esta clase usa uniforme, que vendría a ser como una epidermis de su condición; igual al monje, a quien lo hace el hábito, sólo que una especie de monje de la sociedad civil; más que a un proyecto político, sobre todo, de esquema revolucionario, como el que ahora se nos trata de imponer desde la presidencia del señor Hugo Chávez, las fuerzas armadas están al servicio de una razón de Estado; del sentido común de sus habitantes; por lo tanto, su presencia en un país es garantía de ello, y entiéndase que no lo dice un gobernante de turno, a propósito del discurso de Villalba; sino un dirigente de un partido de la oposición, y lo que no se puede manifestar hoy en día, o en la época en la que Villalba es descarriado. En la psiquis de éste está fijado el 30 de noviembre de 1952 como la fecha en que se promulga la libertad en Venezuela, y la que se conquista cinco años después, el 23 de enero de 1958.
Quizás Germán Carrera Damas interpreta con exactitud lo que dice el maestro Villalba, cuando indica en su libro Historia Contemporánea de Venezuela[2] que las elecciones celebradas en 1952 probaron la persistencia de los partidos con un resultado adverso al gobierno militar, que condujo al falseamiento escandaloso de los escrutinios y el establecimiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez por disolución de la junta de gobierno. “Este hecho explica el desbordante florecimiento de la política partidista posterior a 1958”.
Con la mayor valentía, el pueblo venezolano se une todo con la oportunidad de esa elección de 1952: oposición, gobierno, empresa privada, organizaciones sindicales y campesinas, editores y periodistas; como un gran frente electoral; una especie de coordinadora democrática, como la que tuvimos aquí antes del referéndum, sólo que de carácter subrepticio o implícito en la conciencia colectiva, habida cuenta del conjunto de limitaciones, que confrontan los actores políticos en ese instante; un frente que intenta rescatar al país, aprovechando las circunstancias de que se ha convocado a una Constituyente; sobre todo, para que regrese la paz y la tranquilidad a los hogares venezolanos: El Libro Negro de la Dictadura; una publicación que llega a editar José Agustín Catalá, con prólogo de Leonardo Ruiz Pineda, habla de unas veinte mil víctimas del régimen perezjimenizta entre muertos, desparecidos, encarcelados, exiliados y perseguidos; el propio asesinato de Ruiz Pineda el 21 de octubre de ese mismo año 52; acribillado en San Agustín por los esbirros de la Seguridad Nacional; muerto a balazos sin contemplación alguna, habla del terrorismo de un régimen, que resuelve los problemas por la vía de lo sangriento.
Se ha señalado que el poeta cuenta con el don de la premonición, y de allí el nombre también de vate; que vendría de vaticinio; lo decimos porque el escritor merideño Alfonso Ramírez hace ver en su biografía sobre Andrés Eloy Blanco, que éste se le adelanta a los acontecimientos, en la oración fúnebre que escribe sobre el jefe político de AD en la clandestinidad, y ya presume el fraude en la misma: “...Y allí está el pueblo, con el cuerpo de Leonardo en la urna de los muertos y el nombre de Leonardo en la urna de los inmortales. Y con la justicia de Leonardo en la urna de su voluntad, irá a ganar las elecciones; y el verdugo las asesinará también. El abrirá las urnas, y sacará los votos, y los irá estrujando, y los irá rompiendo, para ahogar los latidos del corazón del pueblo[3].”
De hecho, la campaña electoral se había llevado a cabo en un clima de muchas limitaciones, en lo que se refiere al campo de acción de la oposición; además de mucho ventajismo para el gobierno. Acción Democrática (AD) no participaba en la ocasión; tomando en cuenta que era un partido que estaba en la ilegalidad, y, además, porque la línea del Comité Ejecutivo Nacional, (CEN) casi todo en el exilio, era jugar a la abstención como arma de lucha; como alegó cierta parte de la oposición que proclamaba la abstención, ahora, en la elección reciente, para alcaldes y gobernadores, del 31 de octubre de este año: dejar al gobierno solo con “su guiso”, y con motivo de la decepción en la que cayó el pueblo por la experiencia de la elección del 15 de agosto. Asimismo, una corriente de opinión consideraba ilegítimo llamar al pueblo al voto, cuando las cárceles estaban llenas de detenidos políticos, y “por las calles de las grandes ciudades de América volvían a deambular, como en otros tiempos, los desterrados de Venezuela”, para decirlo con palabras de Villalba.[4] La alta dirigencia adeca, además, observaba que se trataba de un proceso electoral sin la garantía debida, en cuanto a la imparcialidad del mismo; no porque aquel CSE generara desconfianza, como el organismo electoral que nos rige ahora, sino porque se presumía que Pérez Jiménez no se iba a dejar arrebatar el gobierno de una manera fácil.
Esta situación, generada por la expectativa electoral, era tan contagiosa; que en AD había una corriente, sin embargo, propugnada por la base del partido, influida por la ola de optimismo que se respiraba en el país, y la que disentía de la AD del exilio; corriente que quería participar en el proceso, hasta atreverse a ofrecer logística a las maquinarias partidistas con el sector de la resistencia clandestina en la organización de la campaña electoral, y lo que es más pintoresco de la situación es que el gobierno, en lugar también de jugar a la abstención, puesto que es lo que le conviene; como se vino a comprobar en esta última elección del 31 de octubre, y en la que el régimen chavista alentó subrepticiamente la misma, a pesar de que de la boca para afuera decía lo contrario; el gobierno, se repite, ante esa sentencia del comité ejecutivo de AD, de no depositar el voto por ningún candidato o listas de candidatos de ninguna organización política, decreta que el sufragio es obligatorio, y amenaza conque en las alcabalas y sitios públicos se procederá, una vez efectuada la elección, a verificar si el ciudadano cumplió con dicha obligación. Algunos dicen que incluso Ruiz Pineda hasta se veía arrastrado por esta posición, llevándole la contraria a Betancourt: momentos en los que se reflejaba la subyacente disputa de liderazgos, que existía entre ambos; aun cuando Jóvito llegó a entrevistarse con Ruiz Pineda en una oportunidad, días antes de su asesinato, en que arribó de una gira por el interior en un viaje por avión, y se aprovechó para sembrarlo en un carro, que lo esperaba cerca del aeropuerto de Maiquetía, donde se encontraba el secretario general de AD, y éste le ratificó que la línea del partido era la de la abstención, a medida que avanzaban por la región del litoral central, a propósito de unas vueltas que daban en el automóvil, y con motivo del apoyo que Villalba le pedía.
Era el tiempo en que aún no se había desarrollado lo que los teóricos de la comunicación social conocen como la propaganda política publicitaria; había más oratoria que escenario en la labor proselitista; tomando en cuenta que los medios masivos aún no tenían esa participación, que van a ostentar más tarde, en los procesos políticos de los pueblos modernos, visto su incipiente desarrollo: uno diría que la figura de Villalba era la apropiada para estas circunstancias, teniendo presente su brillante elocuencia; de modo que la labor de difusión del mensaje se llevaba a cabo a través del mitin, y los que se hacían en locales cerrados; sobre todo, en salas de cine; que eran lugares muy visitados para la época por la gente en busca de diversión, vista la ausencia de la televisión, sobre todo; cuando no en alguna que otra plaza de espacio pequeño; lo que era una gran ventaja para las fuerzas represivas del régimen, que aprovechaban para echar un ojo en aquellos actos, y así tener precisado a cada cual, en lo que se refiere a ciudadanía activa; su condición política; pero, además, porque el mitin se podía disolver, conforme el régimen dispusiera, cuando a bien lo tuviera, y hasta detener a sus principales organizadores.
Otro caso que llama la atención, y que hasta ocupa el vilo de Rómulo Betancourt en su obra Venezuela Política y Petróleo[5] es el de Edecio La Riva Araujo, miembro del comité nacional de Copei; a quien salvajemente se le da una paliza, luego de ser puesto en libertad de una prisión de varios días, que había estado pagando como consecuencia de su participación en uno de estos mítines, y como una forma de amedrentamiento hacia su partido, teniendo presente que Rafael Caldera, junto con sus copartidarios, había enviado una carta de protesta al régimen, a raíz de la denuncia de la existencia de un campo de concentración en una isla de Delta del Orinoco, conocida como Guasina; campo de concentración que se comparaba por entonces con los de exterminio de los nazis, y donde se hallaban hacinados 900 presos políticos; militantes de AD, sobre todo, y cuyas condiciones infrahumanas de vida habían sido planteadas hasta en los organismos humanitarios internacionales, como ejemplo del poco respeto y la desidia que sentía el gobierno hacia la vida humana; allí estaba la respuesta a esa protesta: poco antes de llegar a su casa, La Riva Araujo es secuestrado, aparentemente, por funcionarios policiales, y así que lo castigan de brutal forma.
En octubre de 1951, en una casa de Maripérez, se había registrado la explosión accidental de una bomba casera; de donde habían resultado heridos dos hombres, que se movían en la resistencia clandestina; para ser ingresados de inmediato al hospital, y a quienes, desde luego, Pedro Estrada, el entonces jefe de la Seguridad Nacional, había sometido a intensos interrogatorios en el propio hospital, en busca de información; de esta manera el oficialismo aprovecha el asunto para hablar de un atentado, que se le prepara al alto gobierno, habida cuenta que está pendiente la celebración del entonces Día de la Raza o Día del Encuentro, como se le llama ahora, a través de un acto público en la Plaza Colón, donde se tiene prevista la presencia del presidente de la República, conjuntamente, con su tren de ministros; y lo que le permite al régimen justificar la cruenta represión que se desatará a continuación contra el pueblo adeco.
Betancourt en la obra citada revela: “Seis mil venezolanos de todas las regiones del país y de todas las condiciones sociales fueron encarcelados sin fórmulas de juicio ni intervención de tribunales o de jueces. Las bandas policiales asaltaban los hogares de día y de noche, sin tomarse respiro[6]”.
El pueblo adeco era aguerrido en ese momento; poblaciones enteras, identificadas con la política de AD, y que los sociólogos modernos conocen como populismo; que fue lo que más cultivó Betancourt para aquella época, que no se dejaban amedrentar por el régimen; como no dejaban de planear, sujetos ligados a la resistencia clandestina, tomas de cuarteles o puestos claves de las fuerzas del régimen, y donde la más de las veces salían masacrados; cuando a los que quedaban vivos los destinaban a la degradación humana en campos de concentración, como el de Guasina. En septiembre del año 1952 el capitán Wilfrido Omaña intenta tomar la base área de Boca de Río en Maracay, y en ese mismo año ya se ha registrado un conato insurreccional en el cuartel “José Gregorio Monagas” de Maturín. Es decir, los días de la campaña electoral corren turbulentos; como diría el lugar común, una tensa calma se respira en el país, y la que es a ratos alterada por las acciones de la policía política del régimen.
Dicha policía, llamada Seguridad Nacional, tiene su sede central en una zona, que para la época se conocía en Caracas como El Conde, frente al Instituto Educativo Experimental Venezuela, en la avenida México; un barrio de gente de clase media; donde el propio Villalba llegó a vivir para aquellos años; un edificio tétrico, según la referencia de los que lo conocieron; donde todo era hacinamiento; desde los presos que estaban en las mazmorras, hasta el propio personal administrativo que trabajaba en el organismo; un edificio que fue demolido para dar paso a lo que es hoy en día parte del hotel Caracas Hilton, y que fue famoso por sus cámaras de tortura, donde también se sentía un gran irrespeto y una gran desidia por la vida humana.
Al lado de este escenario pendenciero, que tiene por delante el líder opositor de la talla de Villalba, su labor supone también una intensa movilización que implica tener que transitar por el país, tratando de robarle tiempo al día, al modo de estirarlo en lo que se pueda: durmiendo en el automóvil; pernoctando por pocas horas en algún refugio; en eso el político de la oposición evoca la figura de los héroes de nuestra guerra de independencia, para quienes ésta implicó la necesidad de grandes movilizaciones de tropas a lo largo y ancho del país; sobre todo, por el tipo de guerra que se fue desarrollando en estas latitudes, y hay que tomar en cuenta que es muy poco el ciudadano el que está dispuesto a abrirle la puerta de su casa a cualquier dirigente de talla nacional, que se presente en su terruño, con fines de proselitismo político; el ojo del Leviatán de turno pesa mucho sobre esa aldea bucólica que es Venezuela; de forma que estamos frente a uno de esos momentos en que la existencia se vuelve una persecución: todo se convierte en una gran vigilancia, que, desde luego, genera una paranoia colectiva. Se trata del secuestro de un pueblo, y que como toda acción de plagio requiere la presencia de un ojo centinela intra-mundano, que está pendiente de cualquier oveja descarriada; mientras el minotauro hace de las suyas, y nos siembra en la conciencia la idea de que, sólo logrando una convivencia sumisa con él, nos garantizamos nuestra felicidad, y así sucesivamente. Nadie estaba dispuesto a abrirle en esos días la puerta de su casa a Jóvito Villalba, a propósito de sus giras nacionales, con miras a reforzar la campaña de los candidatos regionales, y menos a prestarse a financiar a su organización; cosa que sí vino a ser muy común en los tiempos modernos; de manera que el trabajo de estos actores políticos era con las uñas.
Para ese entonces Villalba contaba con 44 años, y se le llamaba, entre la militancia activa de URD, “maestro”. Era un hombre alto; de pronunciada calvicie y de tez amarilla del tipo caucásico: casi rubio; no muy dado al uso del sombrero, como se observa en gran parte de las fotografías de su persona; prenda que aún se usaba en la época, lo mismo que la corbata, y la que si no llegó a faltar en él, lo mismo que el flamante flux. En todo caso, si usó sombrero entre la década del veinte y del treinta del siglo XX, lo hizo, no como se llevaba de acuerdo a la manera tradicional de esos instantes, que entonces se solía llamar a la pedrada; esto es, de medio lado, sino que se lo ponía muy por encima de su frente. Sombreros de pajilla, que era la usanza; cuando no de fieltro negro. Era un flaco longuilíneo de cuello largo, y de nariz larga y recta. Tenía unos ojos vivaces y saltones, y una cabeza ancha y extensa, tanto así que, familiarmente, se le conocía como “el cabezón”. El encabezaba en la oportunidad las listas de su partido de los candidatos a la Constituyente por el Distrito Federal, seguido por Mario Briceño Iragorry; de manera que al momento de ofrecerse el resultado de los primeros escrutinios su nombre está entre los primeros salidores; escrutinios que, de inmediato, son mandados a silenciar; para venir a justificar esta acción el gobierno mediante un telegrama, que envía a los principales dirigentes de URD el día 2 de diciembre, y que cuyo mensaje hace público remitiéndolo a la prensa nacional; telegrama en el que dice que se procedió a la acción de interrumpir los anuncios de los resultados; porque se había descubierto que URD se había prestado de instrumento legal de los partidos AD y el Partido Comunista de Venezuela (PCV), y los que estaban proscritos; porque lo fenomenal de esta circunstancia estriba en el hecho de que, a pesar de esa desconfianza, que ofrecíq el gobierno, de acuerdo a su manera de actuar, el pueblo venezolano salió todo a votar: en este caso, se habla de que el pueblo adeco salió a votar; tomando en cuenta que AD se había convertido en un partido mayoritario, y que el voto de su militancia había sido decisivo para el triunfo de sus candidatos a constituyentistas, y esto porque en la Constituyente el país había cifrado una gran esperanza, desoyendo líneas de partido; el propio ojo del Leviatán, como ya lo hemos dicho; no comprendiendo el gobierno que, por esta vía, estaba condenando a unos venezolanos a ser de segunda: ni el voto de los adecos ni el de los comunistas valía; porque sólo así se justificaba el triunfo de Villalba, y tómese en cuenta que hasta entonces URD era un partido que no estaba en capacidad de obtener la victoria en unas elecciones, donde uno de los participantes fuera AD; en ese sentido, el gobierno se sentía arrinconado; sobre todo, porque durante la campaña se había visto que su derrota era inminente, como lo hace ver Donato Villalba, citado en el libro de Adelaida de Acevedo Querido Papá, Jóvito[7]: estaba delatado, y se delataba al expresar esta cosa insólita. Parte de dicho telegrama decía:
“La Institución Armada, tan escarnecida por ustedes, no está dispuesta a admitir que por acuerdos torvos se vaya a lesionar el prestigio y el progreso de la nación, seriamente comprometido por el triunfo electoral de AD y el PCV, que URD ha propiciado. Atentamente, Marcos Pérez Jiménez”.
Es lo que en el venezolano de hoy en día se conoce como el dejarse ver las costuras. Un gobierno que soltaba demasiadas prendas, y nunca iba a aprender porque todo orden cerrado, habida cuenta de su ceguera interna, siempre deja una rendija abierta, por donde deja ver su mala fe. Años más tarde, al referirse a este asunto, Pérez Jiménez ya no hablará de un triunfo electoral de AD y el PCV, sino que acomoda el asunto hablando de un fraude, y el que han tendido estos partidos, en connivencia con algunas figuras del interior del gobierno, que, para el momento, aspiraban obtener el poder, abultando las cifras a favor de URD, y que lo que sucedió después fue una enmienda al fraude[8].
Arturo Croce dice en su libro Jóvito Villalba en La Historia Política de Venezuela[9] que hasta Germán Suárez Flamerich sabía que sus días estaban contados en la presidencia de la República, como cabeza de un triunvirato que se había conformado en 1950, a raíz del asesinato del presidente Carlos Delgado Chalbaud, y esto porque no era la mejor mampostería que necesitaba aquel gobierno, si era que estaba en representación de la parte civil de Venezuela; pues el único aval con el que contaba era su trayectoria como abogado –para la época se desempeñaba como embajador en Perú, luego de haber pasado por la consultoría jurídica de Miraflores-, y el hecho de haber pertenecido a la famosa generación del año 1928, conocida así porque había protagonizado la primera gran protesta estudiantil de carácter ideológico, que se registra en los anales de la nación: el estudiante universitario ya con conciencia de político; cosa que estaba muy lejos de conocerse en aquel país tomista y abúlico, que era para ese entonces Venezuela, y puesto en disposición de insurgir contra la tiranía de Juan Vicente Gómez, gobernante de turno; bajo el lema de que estamos dispuestos a luchar por la libertad de nuestro pueblo, y para ello ofrecemos nuestra carne fresca. El triunvirato estaba conformado por Marcos Pérez Jiménez, Luis Felipe Llovera Páez y el susodicho: una figura que fue buscada, entre los más influenciables, para ser una especie de primer ministro; tal como se estila en algunas sociedades occidentales de régimen parlamentarista; sólo que, a diferencia de lo que sucede en esos países, donde el primer ministro ejecuta las órdenes del poder legislativo; aquí ejecutaba las órdenes de Marcos Pérez Jiménez. De hecho, su elección pareció como una rifa; un gran premio que se ganó fulano, y hubo quien lamentó no haber sido más idiota que él, para merecer tan alta recompensa. Pero sus idioteces terminaron por hastiar a Pùrez Jiménez y a su hombre de confianza, que era Laureano Vallenilla-Lanz Planchart; por entonces presidente del Banco Industrial de Venezuela (BIV), y así que de mampostería, en aquel Palacio de Miraflores, Suárez Flamerich terminó siendo un estorbo. No era el príncipe que sí había sido Delgado Chalbaud; muerto en circunstancias también muy viles, e incidente rodeado todo de misterio, y lo que siempre lamentaba Pérez Jiménez, visto que aquel hombre carecía por completo de investidura presidencial; sólo servía para leer documentos oficiales, que quizás se aprobaban por consejo de ministros; trabajo que han venido ejerciendo en los últimos años el ministro de Información del régimen, y hasta el propio tonito de la voz de Suárez Flamerich ya le sonaba trillado a Pérez Jiménez. Las propias fuerzas armadas intuían que la popularidad del partido oficialista no era la más alta; luego el clero, y, así sucesivamente, el convencimiento era generalizado en todo el país; mientras en el alto gobierno cundía el pesimismo.
A ese respecto, Laureanito, como se le conocía al que hemos considerado el hombre de confianza de Pérez Jiménez, confiesa en su libro Escrito de Memoria[10] que el gobierno no estaba preparado para una elección de la naturaleza de la que tenía por delante en el año 52; que el FEI no contaba con una militancia activa, como la de las maquinarias que se habían desarrollado a raíz de la muerte de Juan Vicente Gómez, con políticos profesionales; sobre todo, porque una alta proporción de los dirigentes, tanto nacionales, como regionales no tenían mucha experiencia política, y esto en razón de que la mayor parte se había improvisado en el camino; oportunistas casi todos ellos; gente que provenía del sector de la administración pública; alguno que otro sindicalista de trayectoria gris; contratistas otros; sujetos que habían llegado a pescar en río revuelto, habida cuenta de que para el temperamento arribista había un amplio espacio allí; pero que no tenían mensaje alguno para llegarle a las masas populares, que era lo que esperaba Laureanito de un dirigente del FEI, en un período, se repite, de grandes oradores, como Villalba.
Tres días antes de la jornada electoral; como cierre de la campaña de URD, el 27 de noviembre, se convoca para una concentración en el Nuevo Circo de Caracas, y donde la asistencia rebasa la expectativa de los organizadores; considerándose en ese momento la más grande concentración que se había visto en Venezuela. Allí, además de Villalba, iba a dirigir la palabra Mario Briceño Iragorry, un intelectual que se le había acercado al líder urredista, como otras figuras de esta talla lo habían hecho a lo largo del territorio nacional; teniendo presente que Villalba viene a convertirse en ese momento en un factor aglutinante de un conjunto de voluntades, que miran en él la posibilidad de la instauración de un régimen democrático, como el que se comenzó a vivir en tiempos de Rómulo Gallegos, y que fue roto por la corriente militarista de la FAN. En especial, había acudido en masa el pueblo adeco, como se comprobará cuando Briceño Iragorry, ya por acuerdo manejado con la disidencia del partido de la clandestinidad, haga mención del nombre de Leonardo Ruiz Pineda. El blanco, que era el color símbolo de AD, se pone de manifiesto enseguida, a través de los pañuelos que comienza a sacar alguna gente.
La Seguridad Nacional le tenía un cerco permanente a Villalba entre los avatares de la campaña electoral, lo mismo que a las altas figuras de URD, vigilando y amedrentando sus respectivos ánimos; mientras el maestro les leía el miedo a cada uno de esos esbirros en sus rostros:
“¡Déjenlos que disparen! ; que la mano de los cobardes tiembla, y nunca dará en el blanco!”, les espetaba cuando en medio de eso que hemos llamado avatares alguien le hacía ver la presencia de los esbirros en su entorno.
Un cerco que se extendía a los medios de comunicación: ni una imprudencia se permitía en éstos, excepto la que se le dejó escapar en la tarde del 30 de noviembre al CSE, cuando se presentó anunciando escrutinios preliminares, y los que le aguaron la fiesta a Pérez Jiménez, quien, en efecto, estaba en esa oportunidad reunido con sus amigos en un almuerzo en su casa de El Paraíso: tren ejecutivo, incluido el presidente del BIV; y anuncio que los toma a éstos por sorpresa, tomando en cuenta que es a través de una llamada telefónica que Pérez Jiménez se entera de que la paliza electoral contra la fuerza oficialista es enorme, de acuerdo a la tendencia que exponen los resultados, y así que de la fiesta salen disparados Pérez Jiménez y Laureanito hacia el ministerio de la Defensa, que por entonces funciona en el fuerte de La Planicie. Reunión con el Alto Mando Militar. Se decide no entregar el gobierno porque se considera que; en primer lugar, ellos son llamados a ejercer el mando en Venezuela en razón de una providencia divina, que los ha señalado para proceder a desarrollar el país, y como clase predestinada, consideran que todavía no se ha cumplido dicho proyecto de gobierno; en segundo lugar, que ellos cuentan con el apoyo de las fuerzas armadas, y que éstas están plenamente identificadas con dicho proyecto de gobierno, y, en tercer lugar, que detrás de Villalba está el comunismo y el adequismo, como ya lo hemos dicho; lo que significa entregarle el gobierno a una especie de títere; en especial, de Rómulo Betancourt que siempre estaba presente en el imaginario de Pérez Jiménez; de modo que este sujeto, dotado de un profundo espíritu policial, se sentía perseguido de aquél; un perseguido psicológico: un fuego fatuo que a la larga presumía que se iba a transformar en un monstruo de los del tipo de Leviatán, y que lo iba a despojar del poder, y conforme fue lo que sucedió, valga la referencia.
Toda la guerra sucia que se había hecho contra Villalba, en esa jornada electoral, se había basado en el hecho de denunciar que este señor tenía un pasado comunista; se señalaba que él y sus copartidarios se identificaban con la ideología marxista, y lo que comprobaba el hecho de que se les había visto en determinados actos de gente afín a dicha ideología: el régimen tenía el poder de inventar la palabra; acusaciones a granel; lo que le querían inventar a fulano, se lo achacaban, y así que esto debilitó la figura de Villalba; no en el plano interno; donde, por el contrario, se apreciaba que plenaba los sitios, acondicionados para los mítines de su partido; sino en el plano externo, en el entorno internacional; en especial, en el capital transnacional petrolero, con una presencia muy activa en el país, bajo el gobierno de Pérez Jiménez; quien había vuelto a la política del otorgamiento de concesiones de la época de Juan Vicente Gómez, y sector que temía por una nacionalización petrolera en caso de imponerse en un futuro inmediato la figura de Villalba; indispuesta, como estaba esta gente, a propósito de esa “comunización”, que se hacía de la figura suya con la guerra sucia, echada a rodar por los voceros del oficialismo, y esto porque para la época era muy común en una ideología de carácter nacionalista, como las que pregonaba Villalba, la mención de medidas, como la de una nacionalización petrolera, para posibles gobiernos por venir. Esa guerra sucia estaba llamada a “comunizar” a Villalba, como lo señala su hijo Donato Villalba[11] , y a venderlo a los ojos del Departamento de Estado de USA con esta facha; recuérdese que para la época era una herejía el declararse comunista en el país vecino del norte; plena época de la Guerra Fría, del macarthismo, y fue esto lo que incidió para que Villalba fuera traicionado y abandonado; el Departamento de Estado de EEUU, lo mismo que la comunidad internacional le comprara al gobierno el resultado electoral fraudulento, en términos diplomáticos, y así el país de aquella época tuviera un gobierno perezjimenizta para rato, tal cual ha sucedido hoy en día, y lo que ha dado para que más de un articulista haya dicho que Venezuela está condenada al fracaso como pueblo democrático por culpa de su petróleo. También la diplomacia petrolera de estos tiempos tuvo posibilidad de vender como perfecto el resultado de una elección, cuyo proceso organizativo estuvo todo lleno de irregularidades; lo que implica hablar de un fraude, y el que se tragó la comunidad internacional para dejar también traicionado y abandonado a un señor de nombre Enrique Mendoza, quien era el que se perfilaba como el líder del momento.
Aquí la historia le daba la razón a Rafael Caldera en aquel instante, cuando le reclamaba al país que se fijara en él; de que él no estaba de más en el panorama electoral; que su fórmula era más limpia que la de Villalba en estos términos; sólo que dicha fórmula no tenía mucha ascendencia sobre la población venezolana de ese tiempo, en razón de que su estampa era lo más contrapuesta a la idea de líder populista, que era lo que Betancourt había observado que gustaba entre las masas políticas del país; a Caldera se le asociaba a la derecha más reaccionaria; a la Venezuela clerical, amén de que arrastraba pecados, como el hecho de haber golpeado, salvajemente, a un humorista de la prensa venezolana de comienzos de siglo XX, a Leoncio Martínez, conocido por el pueblo caraqueño como Leo, y, más grave, aún el hecho de que a Caldera se le asociaba con la España franquista, y esto por esa actitud clerical suya.
Ese 30 de noviembre en la calle el pueblo entero se mostraba jubiloso por una supuesta victoria del líder urredista; con toda razón, luego del anuncio de los primeros escrutinios, emitidos por el CSE; mientras Pérez Jiménez y el Alto Mando tomaban sus decisiones; para acogerse a la tesis de que lo mejor era darse por satisfecho el gobierno con su victoria: el resultado total de los escrutinios se conocería un par de días después, y como ha sucedido con la experiencia de este gobierno chavista, que el venezolano, a propósito de ciertas coyunturas, se ha acostado con la idea de que se ha instalado un nuevo gobierno, y resulta que en la mañana se despierta informándose de que se ha mantenido éste, así sucedió en aquella oportunidad; a pesar de que la prensa nacional destacaba la victoria de URD, teniendo presente el madrugonazo que había ocurrido la noche del 30 de noviembre, ya durante el 1 de diciembre se tenía entendido que había gato encerrado en lo que respecta a los resultados, y lo que se vino a conocer el día 2 de diciembre, cuando se anunció que el oficialismo contaba con 60 diputados.
Ni siquiera el gobierno se toma la molestia, en las primeras de cambio, de llamar a Villalba a negociar. A manera de cinismo, por el contrario, se espera que éste admita los resultados, y en virtud de que se le ha respetado la figuración de 29 de sus candidatos a la Constituyente, y es esto lo que lleva también a URD a comenzar a reunirse, a los fines de determinar si participan o no en las deliberaciones de la misma; si se integran o no a la Constituyente; pues COPEI ha aconsejado a sus militantes renunciar a la diputación; pero, más grave aún, por protestar, Rafael Caldera y la plana mayor de su partido van a parar a la cárcel de El Obispo.
Alberto Carnevalli, quien había asumido la secretaría general de AD en la clandestinidad, después de la muerte de Ruiz Pineda; además de Pompeyo Márquez, quien, asimismo, había asumido en la clandestinidad la secretaría general del PCV, en ausencia de los principales cuadros dirigenciales, que se encontraban en prisión, le proponen en ese instante al líder urredista salir a la calle, convocar a una manifestación para el centro de Caracas, y dirigirse a la sede del CSE a los fines de reclamar el reconocimiento del triunfo de la oposición; pero proposición con la que Villalba se mostró en desacuerdo. José Rafael Felice, citado en el libro Mi Querido Papá, Jóvito de Adelaida de Acevedo, expresa que para entonces él era un dirigente estudiantil universitario, y que ese día, junto con otros estudiantes se había ido a la casa del partido, donde estaba reunido el directorio; tan pronto se había declarado la suspensión de los escrutinios, y que allí habían tratado de incitar al maestro a salir a las calles a defender el triunfo.
“El salió molesto, y nos mandó a salir de la casa, y nos dijo: ¡ustedes no tienen idea de lo que está pasando, cuando está amenazada la vida de la República¡”
Por otra parte, Régulo Fermín Bermúdez, un personaje que estuvo muy ligado a Llovera Páez, el otro miembro del triunvirato gubernamental, y que estuvo presente en los escenarios del alto gobierno de ese momento, señala en sus conversaciones con Gonzalo Ramírez Cubillán, recogidas en el libro Secretos de la Dictadura 1948-1958[12], que, más bien, Villalba, al contrario de los que le incitaban a salir a la calle a defender su triunfo, se mostraba partidario de la idea negociar; hacerle saber a Pérez Jiménez, que él estaba de acuerdo con compartir el poder con éste, en el sentido de ratificarlo como ministro de la Defensa.
“Deseaba parlamentar, porque se sentía perdido, y no quería hacer causa común con AD; también, porque algunos personajes del gobierno le habían sugerido esta alternativa; pero cuando ya salía para el ministerio de la Defensa, apareció el doctor Ignacio Luis Arcaya, y al enterarse de los propósitos de Villalba, asumió una actitud dura y cerrada; opuesta a cualquier negociación con los militares, y en tono muy violento le dijo a mi paisano Villalba: ‘No Jóvito, ¿para qué vas a ir a negociar a La Planicie, si ese par de cacasenos nos tienen que entregar el poder?’ No les queda otra salida; así que tú debes seguir en tu posición de líder triunfador en las elecciones’. Jóvito reconsideró la situación; no fue a parlamentar con las fuerzas armadas”.
Sale al paso, a propósito de esta referencia, el nombre de Llovera Páez, diríamos en una forma oportuna a esta altura de nuestra historia; ya que su mención en esta oportunidad nos trae al instante posterior al desconocimiento del triunfo de URD en las elecciones; día 2 de diciembre; cuando se termina de conformar el nuevo Gabinete Ejecutivo, y de donde sale en bomba, efectivamente, como se tenía pensado el doctor Suárez Flamerich; pero, además, este Llovera Páez. Sucede algo terrible: en vista de que se ha acordado entre estos dos “cacasenos”, para valernos del mote del señor antes citado, que Pérez Jiménez continúa al frente del ministerio de la Defensa, al tiempo que ejerce la presidencia de la República; Llovera Páez espera ser ratificado en el despacho de Relaciones Interiores, y donde viene a aparecer más bien Vallenilla-Lanz Planchart; lo que significa que el régimen de gobierno deja de ser colegiado, para transformarse en unipersonal, en la medida en que éste sale del escenario; un régimen que había sido hasta trágico, visto el asesinato de Delgado Chalbaud. A partir de ese momento, el hasta entonces presidente del BIV pasa a convertirse, quizás, en esa especie de príncipe que siempre esperó encontrar Pérez Jiménez en aquel Suárez Flamerich, y esto, tal vez, por la brillante trayectoria de abogado del mismo; sobre todo, porque Laureanito era de la misma estirpe de Delgado Chalbaud: ambos se habían educado, como buenos mantuanos, entre Suiza y Francia; cuando se enojaban, estos es, cuando perdían la paciencia, comenzaban a soltar lenguaradas en francés, señal de que su identidad nacional era gaulois; el propio Laureano lo reconocía; que a él lo había formado la Francia de comienzos de siglo XX; la cuna de la filosofía de la Ilustración, la que le dio impulso a la cultura de la ciencia y de la técnica, que fue la que condujo al modo de vida europeo; de forma que se habían formado para ser príncipes. De ahora en adelante, éste tenía la oportunidad de conformar un nuevo gobierno; de acuerdo a la voluntad de Pérez Jiménez, quien le delegaba esta tarea a él, y a lo que procedería Laureanito, nombrando gente con la que había trabajado en el FEI, como Raúl Soulés Baldó, quien ocuparía la secretaría de la Presidencia de la República, Pedro Antonio Gutiérrez Alfaro, quien iría al ministerio de Sanidad; hijo éste, valga la referencia, del compositor de nuestro segundo himno nacional, una pieza musical que lleva por título Alma Llanera, y así sucesivamente; gente de su clase, a quien había conocido de toda una vida; significa que eran mantuanos casi todos.
Para el 4 de diciembre ya Villalba ha cambiado de parecer, según se observa en lo que él dirá más tarde, en entrevistas que se le harán, a propósito de estos momentos históricos; observará que para este día él convoca a una huelga general; sólo que el ánimo del venezolano no está para esas cosas en ese momento, y, de acuerdo a lo que señala, sólo un 50% de la población responde a ese llamado. Sobre todo, el pueblo se sentía delatado: había sitios donde se consideraba que la línea política, que se seguía allí, era la oficial, como cuarteles de policía; sitios donde se habían instalado mesas de votación, y hasta el propio comandante del cuartel había votado por la oposición. Una de las observaciones que hacen los historiadores, con respecto a la estabilidad del régimen perejimenizta, se basa el hecho de considerar que los cuerpos de seguridad del mismo eran demasiado eficientes.
MILTON MELÉNDEZ
[1] VILLALBA, Jóvito.- Una obra y un deber de todos. Folleto editado por URD en 1967.
[2] CARRERA DAMAS, Germán.- Historia Contemporánea de Venezuela. Edición de la Biblioteca de la UCV. Caracas 1996.
[3] RAMÍREZ, Alfonso.- Andrés Eloy Blanco y memoria de su época.. Ediciones de la Gobernación de Mérida. 2ª edición. Caracas 1997. P. 590.
[4] VILLALBA.- Obra citada.
[5] BETANCOURT, Rómulo.- Venezuela Política y Petróleo. Editorial Seix Barral. 1979.
[6] Obra citada.- P. 591.
[7] ACEVEDO de, Adelaida.- Querido Papá, Jóvito. Edición particular. 1999.
[8] BLANCO MUÑOZ, Agustín.- Habló El General. Ediciones de la UCV. Caracas 1983.
[9] CROCE, Arturo.- Jóvito Villalba en la Historia Política de Venezuela. Edición Homenaje; Caracas /1990.
[10] VALLENILLA-LANZ PLANCHART, Laureano.- Escrito de Memoria. Editorial Mazatlán. México 1961.
[11] ACEVEDO de, Adelaida.- Obra citada.
[12] Gonzalo Ramírez Cubillán.-Régulo Fermín Bermúdez. Secretos de la Dictadura. Edición particular. Caracas 1996.
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