FERNANDO SAVATER 11/03/2008
Como es bien sabido, algunos importantes pensadores españoles debieron exilarse tras la Guerra Civil para huir de la dictadura franquista. Habían producido ya obras notables y tenían una reputación más o menos asentada. Después, en el exilio (mayoritariamente iberoamericano), alcanzaron la plenitud de su tarea intelectual mientras colaboraban decisivamente en el desarrollo académico de sus países de acogida: es el caso de Juan David García Bacca, José Gaos, Eduardo Nicol, José Ferrater Mora, etcétera... Sus nombres eran ya conocidos por los estudiosos españoles y fueron recuperados con todo merecimiento más tarde, a finales del régimen dictatorial.
El anuncio de la muerte de la filosofía suele ser en realidad señal de un cambio de mito filosófico
Pero la aventura de otros, de una generación posterior, fue distinta. Se fueron también de España, pero para huir de la universidad chata y agobiante, clerical, de los años cuarenta. Buscaron a sus mayores exilados en América y junto a ellos terminaron allí sus estudios. Después ejercieron su propio magisterio y escribieron una obra que, en la mayoría de los casos, no fue conocida en España ni en su momento ni siquiera bastante después. Tal es el caso del madrileño Juan Nuño (1927-1995), expatriado a Venezuela, en cuya Universidad Central realizó una tarea ingente en el campo de la filosofía antigua, de la lógica y de la filosofía de la ciencia. Nuño escribió mucho, con fuerza y claridad: no sólo sobre temas estrictamente filosóficos sino también sobre cuestiones de actualidad, sociales y políticas. Algunos de sus mejores libros son desde hace poco accesibles de nuevo al lector español, gracias a los inteligentes desvelos de su hija Ana Nuño.
Mencionaré mis tres favoritos. En primer lugar, desde luego, el primero de los suyos que leí: La filosofía en Borges (ed. Reverso). De los muchos acercamientos entre Borges y la filosofía que conozco es sin duda el mejor, por la detallada perspicacia con que desentraña el uso poético y nada académico que el maestro argentino hizo de los grandes temas del pensamiento occidental: el infinito, la identidad personal, el tiempo, etcétera... Sin duda Nuño debió ser un excelente profesor y esa vocación se hace patente en una obra relativamente primeriza, El pensamiento de Platón (ed. FCE), que estuvo durante mucho tiempo descatalogada, lo que la hizo alcanzar entre los cognoscenti cierto estatuto legendario. No es fácil condensar en un libro breve los principales temas platónicos, sobre todo si se hace con verdadera precisión y cierta razonable originalidad en el enfoque. Nuño lo consigue de manera notable y subraya adecuadamente la vocación antropológica y política de Platón, a cuyo servicio puso el griego su imaginación metafísica... y no al revés, como a menudo parece suponerse.
Pero quizá la obra más personal y madura de Juan Nuño es su reflexión sobre Los mitos filosóficos (ed. Reverso). Se trata nada menos que de una revisión general de toda la aventura filosófica occidental, organizada de modo intemporal de acuerdo con cinco grandes enfoques sapienciales que el autor denomina "mitos", quizá en nombre de aquella famosa definición de Valéry: "mito es lo que existe y subsiste solamente a causa de la palabra". Esos cinco modelos en que se encuadran todas las filosofías (el narcisista de la salvación personal, el de la revelación clarividente e inspirada de lo más oculto, el que desentraña la totalidad y el destino, el que prohíbe las transgresiones intelectuales y vigila los límites del saber, el que pone la filosofía al servicio de la teología o de la ciencia) sirven como referencia tanto del pasado como de la combinatoria especulativa en el futuro. El reiterado anuncio de la muerte de la filosofía suele ser en realidad señal de un cambio de mito filosófico, el traslado a otra figura del tarot de la sabiduría porque, como bien dice Nuño, "contra lo que puedan pensar progresistas y sistemáticos, los auténticos problemas filosóficos ni siquiera se disuelven: reaparecen, vuelven a plantearse". Y ello porque es más fuerte el atractivo de los interrogantes que el catálogo de posibles respuestas.
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