Libertad!

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sábado, 8 de marzo de 2008

Una mirada al abismo

Simón Alberto Consalvi

El escritor peruano Santiago Roncagliolo, autor de la novela Abril rojo, vivía en México con su padre, entonces exiliado. Al volver a su país, a los 5 años de edad, tuvo una visión apocalíptica de la capital: "...la imagen de varios perros callejeros muertos colgados de los postes del centro de Lima". Unos habían sido ahorcados en los postes, otros habían sido matados antes, abiertos en canal, o pintados de negro. Hasta ahí aquello podía ser obra de algún grupo de dementes temerarios, pero resulta que todos los perros tenían una inscripción enigmática, y era ésta: "Deng Xiao Ping, hijo de perra".
Con este primer párrafo se inicia La cuarta espada / La historia de Abimael Guzmán y Sendero Luminoso, ediciones Debate, 2007. Un reportaje que es novela, donde se corteja a la imaginación como en Las armas de la noche de Norman Mailer. Novela reportaje, reportaje novela, periodismo investigativo de extraordinaria calidad porque combina la indagación de los hechos, el conocimiento de la historia y la reflexión moral en el mejor de los estilos.
"Deng Xiao Ping, hijo de perra", no fue un grito de guerra contra los reformistas de la remota República Popular de China sino el grito de guerra a muerte de Abimael Guzmán, un personaje mentalmente desquiciado y de su trágica organización secreta, Sendero Luminoso, contra la sociedad peruana desatada en 1980. La guerra del profesor Guzmán le costó a los peruanos 70.000 vidas, de citadinos o de campesinos, matados a machete o dinamitados. Lo de matados a machete no es una invención. Guzmán pensaba que no se debía gastar en armas y, por consiguiente, había que matar con lo que se tenía a mano, aunque fuera con una quijada de burro. Cuanto más brutal el método, más impresionante sería la guerra.
¿Por qué eso de "la cuarta espada"? Porque los tres que antecedieron a Abimael según el demencial culto a la personalidad cuyas bases había echado él mismo y las adoptaban con fetichismo sus innumerables apóstoles, la línea se iniciaba con Lenin, seguía con Stalin, luego Mao y, por último, Guzmán.
Más allá de los episodios, relatos de atentados, tácticas terroristas como los frecuentes apagones de Lima, más allá del extermino de comunidades enteras de campesinos a machete limpio, La cuarta espada debe leerse como un manual que ilustra de manera brutal lo que Roncagliolo llama "el poder destructor de las ideas".
Resultó verdad lo que proclamaba Mao: "Una chispa basta para incendiar una pradera". Abimael Guzmán se apoderó de una idea de Mao. La idea del terror y de la destrucción. Esa fue su chispa y Perú su pradera. Profesor de Filosofía y Humanidades de la Universidad San Agustín de Arequipa, disciplinado, casi anónimo por discreto, poco a poco Guzmán fue construyendo una red extensa e intensa de conjurados. Con astucia pensó que en el mundo de maestros y educadores podía encontrar un campo propicio. Los adoctrinó, armó un ejército poderoso, invisible, inclemente. Él era el jefe único, el inapelable, el implacable, el reverenciado y el temido. El que nunca se equivocaba, el infalible. Nacido el 3 de diciembre de 1934 en Arequipa, el "Presidente Gonzalo" fundó Sendero Luminoso en 1979 bajo una combinación sui generis de marxismo-leninismo-maoísmo. Roncagliolo divide La cuarta espada en tres partes: "La escuela del terror", "La guerra" y "La cárcel, donde el protagonista de tanto oprobio paga cadena perpetua desde 1992, aislado del mundo. En la primera describe el proceso de formación ideológica del profesor Guzmán. Su vida universitaria, cómo utilizaba los recursos puestos a su disposición para adoctrinar y juramentar. Para el "camarada Gonzalo" los derechos humanos tenían un "carácter burgués reaccionario". Una historia de terror que aterra al pensar que las sociedades latinoamericanas, Venezuela entre ellas, parecen condenadas al surgimiento de estos personajes u organizaciones (como las FARC en Colombia) que no tienen otros propósitos que utilizar la violencia para reinar. Nada perturba tanto como el poder destructor de las ideas en manos de fanáticos dementes. Así fue la herencia de Mao. A las atrocidades de Sendero Luminoso se unieron las atrocidades del Estado. La cuarta espada acoge un epígrafe de J. M. Coetzee: "El revolucionario es un hombre condenado. No se interesa por nada, no tiene sentimientos, no tiene lazos que lo unan a nada, ni siquiera tiene nombre".



El Nacional.Venezuela

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