No queda venezolano que sinceramente crea en la solidez de lo que Chávez sostiene
Una curiosa expedición avanza por tierras del este europeo. Es portadora de una extraña y curiosa misión: llegar a unos acuerdos religioso-políticos definitivos con un personaje singular, el autócrata Iván el Terrible, que habiéndose iniciado como Príncipe de Moscovia, ahora pretende se le considere como el "Zar de todas las Rusias".
Es el Papa Gregorio XIII quien la ha nombrado y dotado de propósito: contactar al autócrata ruso para llegar a acuerdos que garantizarían una eventual unión religiosa con Roma, epítome de los odiados "latinos" de la ortodoxia rusa. A su cabeza ha designado al padre Antonio Possevino, jesuita italiano, estrella en ascenso de la diplomacia papal.
Hay razones para las esperanzas de la Santa Sede, porque luego del fracaso de la unidad pautada entre ortodoxos y católicos en el Concilio de Florencia (1439), esta es una oportunidad única que no se puede perder. El mismo Iván IV, llamado el Terrible, ha solicitado la misión y propuesto su propósito.
Lo que no tardarán en descubrir los enviados del Papa es lo que hay detrás. Y lo que hay detrás es la necesidad de los rusos de neutralizar la triunfal belicosidad del gobernante de Polonia, el católico rey Esteban. Y si para ello no hay mejor ayuda que la del Papa, Iván prometerá lo que sea.
Gracias a la importante costumbre de los jesuitas de "informar a su sede central de todas sus acciones y los resultados de las estrategias aplicadas en ellas", conocemos lo que pasó, y que nos transmite admirablemente el historiador mexicano Jean Meyer, en su delicioso libro El Papa de Iván el Terrible (FCE, México, 2003).
Dado que la definición de los objetivos y las esperanzas de cada una de las partes de la negociación estaban en polos extremos, nada de extrañar que sus resultados fuesen un rotundo fracaso. Lo fascinante del libro reside, sin embargo, en lo que los ojos asombrados de Possevino y sus acompañantes descubren en aquel mundo ignoto y desconcertante: el de la "Tercera Roma", como lo consideraba la mitología político-religiosa de los rusos.
La ignorancia del idioma ruso de los enviados papales, amén de las costumbres y la cultura de aquel pueblo impedirían el éxito de su misión, pero más lo haría la personalidad del zar Iván y lo contumaz de sus propósitos. De la primera, Possevino iba a tener una contundente prueba muy pronto: en una tensa sesión entre las dos delegaciones, exasperado Iván por no lograr lo que quería, se abalanzó sobre el jesuita, dispuesto a asestarle un golpe mortal. Sólo la presencia de ánimo del padre -y la protección de Dios- lograron detener el puño letal del autócrata.
Los cortesanos presentes, todos ellos rudos boyardos, contuvieron la respiración. Después de todo, conocían de lo que la ira de Iván era capaz: en un acceso de rabia había matado a su propio hijo, para lloroso lamentarse el resto de sus días. Iván, en eso, continuaba la terrible tradición que ya exhibieron Calígula y Nerón en los comienzos del Imperio Romano y más cercanamente los caudillos mongoles que asolaron Rusia en la Edad Media: el uso político de la ira.
Y en esos "usos" andamos en la Venezuela que Chávez intenta doblegar. Por suerte no llegamos a palizas mortales: se queda en insultos e improperios lanzados urbi et orbi. Para desasosiego de algunos, más tiempo dura el asombro de los atacados que Chávez sosteniendo su posición: besos y arrumacos al insultado y aquí no ha pasado nada. O por lo menos eso se cree él y algunos venezolanos que no bajan de la superficie.
Esta cansona pauta de conducta ha ido minando, lenta pero consistentemente, la imagen que el mundo se ha hecho del hombre. Y de su proyecto. Pero peor es la erosión de su imagen puertas adentro. Ya no queda venezolano que sinceramente crea en la solidez de nada de lo que Chávez sostiene: están cansados, aburridos y hartos de tanta estulticia.
Y lentamente, pero con paso seguro, adelantándose a sus líderes, van llegando al convencimiento de que el hombre les ha resultado un Calígula, que malbarata los inmensos recursos del país, a la par que es el hazmerreír de cumbres y cancillerías. Es como el compañero de clase rico y tonto al que todos estafan y del que todos se mofan, pero esta vez los reales son de nosotros y ya está bueno de echarlos al viento.
Les cuesta esperar a noviembre para echarle el segundo parao, que quizás termine siendo el último. Ya está bueno de juego y de juerga, que esos reales no volverán y con ellos la oportunidad de salir de abajo se habrá perdido para siempre.
antave38@yahoo.com
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