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miércoles, 7 de mayo de 2008
El otro calvo Sotelo
Calvo Sotelo y la Dictadura de Primo de Rivera [editar]
Con la toma del poder por parte de Primo de Rivera y tras previa autorización de Maura, Calvo Sotelo aceptó ser nombrado Director General de la Administración, cargo del que tomó posesión el 22 de diciembre de 1923. Los argumentos regeneracionistas utilizados por Primo de Rivera para derribar el régimen parlamentario encontraron eco en los planteamientos políticos de Calvo Sotelo:
Mis convicciones políticas son democráticas. Creía y creo en la necesidad del Parlamento; creía y creo en el Sufragio, pero, precisamente por eso, abominaba del régimen político imperante. Régimen que representaba un escarnio del Parlamento, una prostitución del sufragio... Y cuando el general Primo de Rivera irrumpió en la vida pública española, vi en él un factor providencial de saneamiento. Este hombre -pensé- viene a hundir para siempre los viejos procedimientos.¿Qué importa el medio? Ayudémosle.
José Calvo Sotelo: Mis servicios al Estado, Madrid, imprenta clásica española, 1931, p. 7
Director General de la Administración [editar]
La obra más significativa de Calvo Sotelo como director general de la Administración fue el Estatuto Municipal, publicado el 8 de marzo de 1924, fruto de la concepción que Calvo Sotelo tenía del Municipio como "hecho social de convivencia anterior al Estado y anterior también, y además superior, a la ley. Esta ha de limitarse, por tanto, a reconocerlo y ampararlo en función adjetiva [...] Afirma, pues, el nuevo Estatuto, la plena personalidad de las entidades municipales, y, en consecuencia, reconoce su capacidad jurídica integral en todos los órdenes del derecho y de la vida". Además, siempre según Calvo Sotelo, "el Estatuto descansa en una concepción optimista del pueblo español. La ley derogada, con su criterio centralizador y absorbente, oponía al ciudadano un muro muchas veces infranqueable. Rota la traba, las energías locales, antes cohibidas, podrán ahora desenvolverse ampliamente."
El Estatuto tenía tres aspectos fundamentales:
El deseo de democratizar la vida local. Para ello se rebajaba el voto a los 23 años; se establecía la representación proporcional en los ayuntamientos; se otorgaba el voto a las mujeres emancipadas y cabezas de familia ("entre todas las innovaciones del Estatuto acaso sea esta la más interesante y trascendental", afirmaría Calvo Sotelo, que no consiguió que el Directorio Militar reconociese el derecho a votar de todas las mujeres, pero que consideraba que lo importante era haber logrado dar el primer paso); se garantizaba el secreto del voto mediante cabinas; se establecía el referéndum municipal para ciertas cuestiones, incluida la remoción del alcalde... No obstante, no todos los concejales se elegían por sufragio, sino que proponía que una tercera parte de los concejales fuesen corporativos.
El aumento de las competencias y obligaciones de los municipios, que podían organizarse según lo desearan, optando por fórmulas que iban desde el concejo abierto al régimen de carta. Los municipios podrían mancomunarse libremente incluso aunque pertenecieran a distintas provincias, y también fusionarse o separarse con permiso de las respectivas diputaciones provinciales. Entre sus nuevas competencias se hallaba la capacidad para construir ferrocarriles, abordar empresas urbanísticas, "acordar la municipalización, incluso con monopolio, de servicios y empresas que hoy viven en un régimen de libertad industrial", a cuyo efecto se permitirían las oportunas expropiaciones. Entre sus obligaciones se recogía la de secundar las leyes sociales sobre casas baratas, retiro obrero y seguros de enfermedad; la de facilitar locales para escuelas y vigilar la asistencia a la misma, así como el cuidado de la higienes, la repoblación forestal, etc.
La reforma de la Hacienda municipal, desarrollada por Antonio Flores de Lemus, que preveía la formación de presupuestos extraordinarios para impulsar iniciativas de interés público, permitiendo a los ayuntamientos la emisión de deuda para hacerles frente. Al mismo tiempo se aumentaban sus recursos ordinarios y se creaba un arbitrio sobre los terrenos incultos o deficientemente cultivados.
El Estatuto, sin embargo, se vio en buena medida adulterado por el hecho de que las disposiciones relativas a la elección de los miembros de la corporación municipal nunca llegaron a ponerse en práctica.
Un año más tarde, el 20 de marzo de 1925, se promulgaba el Estatuto Provincial, que contemplaba la provincia no como una circunscripción al servicio del Estado, sino al servicio de los ayuntamientos que la integraban. Se limitaba el poder de los gobernadores civiles y los ayuntamientos podían llegar a disolver las diputaciones provinciales. En la parte electoral y hacendística se seguían las pautas marcadas por el Estatuto Municipal.
Dentro del Estatuto Provincial, se hallaba un título dedicado a la Región, que fue aprobado merced a la insistencia de Calvo Sotelo, pues Miguel Primo de Rivera había reaccionado en sentido unitario, olvidándose de su inicial fervor regionalista, que le había valido en 1923 la adhesión entusiasta de los catalanes (Primo de Rivera había disuelto en 1925 la Mancomunidad de Cataluña, único órgano administrativo supraprovincial desarrollado al amparo de la Ley de Mancomunidades Provinciales aprobada por Dato en 1913). Según el texto, para constituir una región era necesario que la iniciativa fuera apoyada por las tres cuartas partes de los ayuntamientos que representasen al menos las tres cuartas partes de la población de las provincias interesadas, tras lo cual el proyecto de estatuto tendría que ser ratificado por la misma mayoría, y pasaría al Gobierno para su redacción definitiva, en la que contaría con la asistencia del Consejo de Estado. Sus atribuciones serían las del Estado "que no sean consubstanciales con su soberanía" y tuviesen ámbito regional. Cada Región contaría con su propia asamblea deliberante, cuyas tres cuartas partes, como mínimo, habrían de ser elegidas por sufragio universal. Se garantizaba la jurisdicción del Tribunal Supremo de la Nación en todos los asuntos de índole civil y penal, así como la acción pública gratuita para reclamar contra los actos administrativos de la Región. El Gobierno podría disolver una Región por causas graves de orden público o seguridad nacional, si bien esta medida debería ser ratificada por las Cortes.
En cualquier caso, y aunque alababa los ímpetus regionalistas que veía ya desarrollarse en Valencia y Galicia, Calvo Sotelo mostraría posteriormente en la página 73 de Mis servicios al Estado (1931) su rechazo absoluto a cualquier veleidad federalista que pusiese en duda la unidad de España:
¡Ay de España si bajo la apariencia exquisita e inofensiva muerde la hiel del encono y toma raíces un afán federalista que puede concebirse allí donde, por preexistir la desintegración, importa mucho vincular y hermanar, pero que suena a dislate donde, preexistiendo la unidad, no cabe federar sin previa fractura, que probablemente no tendría luego soldadura espiritual ni física!
Ministro de Hacienda [editar]
Calvo Sotelo fue nombrado ministro de Hacienda en diciembre de 1925. Su apoyo a los cuerpos técnicos y administrativos de Hacienda, consiguió aumentar su eficacia. El 24 de diciembre de 1925 presentó ante el Consejo de Ministros tres proyectos de decreto destinados a perseguir el fraude fiscal, el más famoso de los cuáles fue el que disponía que todos los propietarios debían declarar en tres meses el valor verdadero de sus fincas rústicas y urbanas. Pasado dicho plazo, si se comprobaba que el valor declarado era inferior en más de un 50 por ciento al real, el Estado podría proceder a la expropiación forzosa mediante el pago de una indemnización que no podría exceder del valor declarado por los propietarios en más de un 15 por ciento. La polvareda levantada por tal proyecto de decreto fue inmensa, haciendo que a Calvo Sotelo se le llamará el "ministro bolchevique". Primo de Rivera se vio tan presionado que optó por dar marcha atrás, pero se negó a aceptar la dimisión de Calvo, que defendió su punto de vista en un discurso pronunciado en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación bajo el título La contribución y la riqueza territorial de España. Un real decreto de 25 de junio de 1926, que aumentó los tipos impositivos de la contribución territorial, pero sin aumentar sus bases, puede considerarse una solución de compromiso, que permitió aumentar la recaudación por este concepto de 161 millones de pesetas en 1923-1924 a 210 de 1929.
El 18 de enero de 1927 Calvo Sotelo publicaba en La Gaceta de Madrid su proyecto de reforma fiscal, sobre el que se abrió un plazo informativo de tres meses. El "Impuesto sobre rentas y ganancias", precedente directo del actual IRPF, gravaba a todos los contribuyentes según sus ingresos, conforme a una escala progresiva, pues se buscaba la igualdad del sacrificio, que, para Calvo Sotelo, "es la verdadera esencia, la médula, la raíz, de la equidad y de la justicia tributaria".[4] Al igual que en otras ocasiones, el debate suscitado hizo que Calvo Sotelo no lograse llevar a cabo sus designios, aunque sí pudo efectuar varios retoques en las vigentes tarifas de utilidades.
A pesar de que sólo pudo llevar a cabo una pequeña parte de sus proyectos fiscales, Francisco Comín, cuyas estimaciones son considerablemente más bajas que las de Velarde, destaca que "un alza del 26 por 100 en la presión fiscal en 5 años no es un suceso común; téngase presente que entre 1930 y 1935 la presión fiscal solamente creció en un 3,9 por 100". Y añade, "el incremento de la presión fiscal en el periodo de calvo Sotelo fue mayor que el que ocurrió durante la República."[5]
Si la política de Primo de Rivera hubiera sido una política de contención del gasto público, tal vez la mayor eficacia recaudatoria y el moderado aumento de la presión fiscal hubieran sido suficientes para equilibrar el presupuesto. Pero no era este el caso. El gobierno se hallaba embarcado en una política expansiva que, junto a sus posibles efectos positivos a la hora de impulsar la economía nacional y crear empleo, supuso un fuerte aumento de los gastos. Era pues necesario conseguir mayores ingresos y para ello los medios puestos en marcha fueron los siguientes: a) ordenación de la Deuda existente; b) financiación del ahorro público con emisiones de fondos públicos; c) creación de un sistema bancario de tipo público especializado; d) fomento del ahorro con una completa consolidación de la alta Banca privada española.[6]
El instrumento primordial de que se sirvió el gobierno para poner en marcha un ambicioso plan de obras y servicios que debía desarrollarse hasta diciembre de 1936 fue la emisión de deuda pública a través del denominado presupuesto extraordinario. Su planteamiento teórico era muy sencillo. El atraso en que se encontraba España obligaba al Estado a emprender un ambicioso plan de inversiones que permitiera dotar al país, con la máxima rapidez posible, de caminos, escuelas, ferrocarriles, escuadra, etc. No atender dichas necesidades sería, en opinión de Calvo Sotelo, conseguir "la solvencia de la ruina, y digo la ruina, porque cuando se suprime lo indispensable para la vida, muere el ser que así aspira a ser solvente".[7] Ahora bien, los gastos que tal política suponía desbordaban con mucho los ingresos ordinarios del fisco. Por tanto, la solución que se planteaba era crear un presupuesto adicional, en el que se consignarían los gastos a que diese lugar esta política, y a cuyas necesidades se haría frente mediante la emisión de deuda, contabilizándose los intereses de la misma dentro de los pagos del presupuesto ordinario. La polémica en torno al presupuesto extraordinario y a la correcta interpretación económica del mismo se inició en el momento de su creación y ha llegado hasta nuestros días. El hecho de que el presupuesto extraordinario se financiase por medio de emisiones de deuda ha creado también una polémica sobre si el estado en que recibió la Hacienda Pública Calvo Sotelo fue mejor o peor que aquel en que la legó a sus sucesores (considerando que durante su estancia en el Ministerio también llevó a cabo una importante amortización de la deuda de periodos anteriores). El tema ha sido estudiado con detenimiento por Francisco Comín, que concluye que el estado de la Hacienda al finalizar la dictadura era mucho mejor que el recibido por ésta.[8]
"Dentro del marco, un tanto negativo, de la política industrial y comercial de la Dictadura, aparece un punto evidentemente luminoso: la creación del Monopolio de Petróleos", señala el profesor Velarde al referirse a una de las en su día más criticadas iniciativas de Calvo Sotelo.[9] La medida dio lugar a episodios como la visita a Calvo Sotelo y a Primo de Rivera de Sir Henry Deterding, presidente del grupo Shell, con el fin de conseguir que el gobierno español diese marcha atrás en su resolución (al no conseguirlo amenazó con un embargo de petróleo que dejaría España sin suministros en uno o dos años, amenaza que pudo eludirse gracias a los acuerdos que la dictadura firmó con la Unión Soviética). El propósito de Calvo Sotelo no era únicamente la creación de un monopolio mediante el que el Estado se quedase con los beneficios de la distribución de combustible, sino que sus objetivos iban más allá, considerando que la CAMPSA debía acometer otras actividades, como la adquisición de yacimientos petrolíferos, la construcción de una flota de petroleros, la puesta en marcha de plantas refinadoras, etc.
La creación de un sistema bancario de tipo público especializado fue otro de los objetivos perseguidos por Calvo Sotelo durante su permanencia en el Ministerio de Hacienda. Dentro de las iniciativas desarrolladas en este aspecto, sin duda la más importante fue el Banco Exterior de España ("Una de las obras de que más me ufano", como escribiría posteriormente su impulsor), aunque tampoco debe olvidarse el Banco de Crédito Local, surgido antes de esta etapa, en 1925, ni las reformas efectuadas en el Banco Hipotecario y el Banco de Crédito Industrial. También a él se debe la implantación del seguro contra las pérdidas que pudiera ocasionar la exportación de mercancías españolas, para lo que se armonizó la acción de las compañías de seguros, el Banco Exterior y el Estado.
Más polémica que estas medidas fue el intento de Calvo Sotelo de mantener la cotización de la peseta, que tras haber incrementado notablemente su valor durante los primeros años de la Dictadura, inició un rápido descenso tan pronto como ésta pareció empezar a tener problemas políticos, pues uno de los grandes problemas de la Dictadura fue su falta de consolidación institucional. Primo de Rivera había presentado el régimen como una forma de gobierno provisional, "una letra a noventa días”, que había ido renovándose, pero que no había dado lugar a una nueva configuración del Estado. La Constitución de 1876 no había sido derogada —tan sólo suspendida—, y los intentos del régimen de dotarse de una nueva carta constitucional fueron estériles ante la oposición que encontró dentro del mismo ministerio el proyecto elaborado por la Asamblea Nacional. La fórmula en que debía hallarse una salida política que permitiera la consolidación y continuación de la obra de la Dictadura dio lugar en diciembre de 1930 a duros enfrentamientos entre Miguel Primo de Rivera y José Calvo Sotelo, que creía que todo lo que se hiciera debía hacerse conforme a los mecanismos políticos de la Constitución de 1876. El resultado de estas disensiones, y del desgaste sufrido por Calvo Sotelo ante la opinión pública como consecuencia de la depreciación de la peseta, un 60% durante su ministerio, fue que el 20 de enero de 1930 el dictador admitió su renuncia. El régimen tan sólo le sobrevivió una semana, pues el 28 de enero Primo de Rivera presentaba su renuncia al rey Alfonso XIII.
Calvo Sotelo hizo el siguiente juicio acerca de su gestión al frente del Ministerio de Hacienda:
Hallé una Hacienda averiada, exhausta, precaria. Por eso, hube de consagrarme inicialmente al refuerzo de ingresos, la poda de gastos y la mejora de los servicios. Modernicé la mecánica; simplifiqué la recaudación ; retoqué algunos tributos; hice comprensiva y flexible la inspección fiscal; luché denodadamente contra la ocultación; acrecenté el patrimonio del Estado, creando el Monopolio de Petróleos; extirpé la Deuda flotante, reduje el volumen de la Perpetua e intensifiqué la amortización de la restante consolidada; doté financieramente los grandes planes reconstructivos del país; di vida al Banco Exterior, agilidad al de Crédito Industrial, control al Hipotecario y realidad al Seguro de crédito a la exportación; remocé al legislación de Clases pasivas, mosaico de rutinas y arcaísmos; abrí cauce a una expansiva red de zonas francas; y legué a mis sucesores un proyecto de reforma tributaria cuyas directrices son inexcusables si aquélla ha de abordarse algún día, de acuerdo con las corrientes mundiales... Trabajé, en fin, sin tasa ni horario, con entusiasmo y austeridad. Satisfecho de mi labor, ni la exalto, ni la desprecio; simplemente la evoco para asociar a ella, de modo ostensible, toda mi responsabilidad.
Mis servicios al Estado, p. 434.
El último año de la Monarquía [editar]
Uno de los episodios que ha pasado más desapercibidos de la trayectoria de José Calvo Sotelo es el periodo en que desempeñó la presidencia del Banco Central, a la que fue llamado el 18 de febrero de 1930. La institución pasaba por entonces por momentos problemáticos, debidos, entre otras cosas, a los elevados préstamos efectuados a personas que tenían problemas para devolverlos, y que se sentaban en el consejo de administración de la entidad bancaria. Finalmente, y tras no lograr hacer que prevaleciesen sus puntos de vista, Calvo Sotelo dimitió el 15 de septiembre.
No pudo, sin embargo, zafarse Calvo Sotelo ni por unos breves meses de la contienda política, pues su sucesor, Manuel Argüelles, realizó una durísima crítica de su gestión y procedió, según las reglas de la economía clásica, a paralizar las inversiones del Estado para tratar de enjugar el déficit. El resultado fue un significativo frenazo de la actividad económica española que ha hecho que para García Delgado el "error Argüelles" pueda considerarse "más importante que cualquier pretendido «error Berenguer» o «error Aznar»”. La controversia entre ambos ministros, publicada originalmente en ABC, fue recogida por Calvo Sotelo en Mis servicios al Estado.
La feroz crítica contra toda la labor de la Dictadura influyó sin duda en que en fecha tan temprana como el 14 de febrero de 1930 siete ex ministros de Primo de Rivera, entre los que se encontraban el conde de Guadalhorce y Calvo Sotelo, se reuniesen para estudiar la posibilidad de crear un partido político que defendiese y continuase su obra. A mediados de marzo Calvo Sotelo se entrevistaba con Primo de Rivera en París logrando al parecer convencerle de que se presentara a las próximas elecciones. Mas no hubo ocasión, pues el ex dictador falleció a la mañana siguiente, asistiendo Calvo Sotelo al funeral y publicando en ABC un elogioso artículo en su memoria. El 24 de marzo una nueva reunión de varios ex ministros, a la que se sumaron José Antonio Primo de Rivera, hijo del ex dictador, y José Gavilán, presidente del comité ejecutivo de la Unión Patriótica, se decidió la creación de la Unión Monárquica Nacional, cuyo manifiesto fundacional apareció el 5 de abril. Tras señalar que "nuestra adhesión a la obra de la Dictadura, en los sustantivo, no implica adhesión a esa modalidad de Gobierno", se concluía afirmando: "la Unión Monárquica Nacional juzga necesarias aquellas modificaciones legales que, sin merma de las prerrogativas y funciones propias de las Cortes y el Rey, tienden a robustecer el ejercicio del Poder ejecutivo".
En el verano de 1930 la Unión Monárquica Nacional se lanzó a una campaña de movilización social sin parangón dentro de los partidos dinásticos. Calvo Sotelo participó en los actos que se desarrollaron en Asturias y Galicia, en los que habló en compañía de José Antonio Primo de Rivera, sin que conste que en aquellas fechas hubiera la menor diferencia entre ellos. Ambos se hallaban dentro de la lista de 28 diputados que Guadalhorce deseaba pactar con Berenguer de cara a las siguientes elecciones a Cortes, elecciones que no llegaron a verificarse por la caída del Gobierno Berenguer y las consiguientes elecciones municipales, donde las candidaturas republicanas se hicieron con el triunfo en las grandes ciudades. En la tarde del 14 de abril, después de que las masas izaran la bandera republicana en el ayuntamiento de Madrid, frente al que tenía su domicilio, y de que se lanzasen gritos amenazadores contra su persona, Calvo Sotelo abandonó la capital con dirección a Portugal, cuya frontera cruzó en la mañana del día 15 en compañía de Yangüas Messía y Guadalhorce.[10]
Segunda República [editar]
El exilio (abril 1931 – mayo 1934) [editar]
Entrevistado por el lisboeta Diario da Manha en mayo de 1931, pocos días después de la quema de conventos y edificios religiosos en Madrid y otras localidades españolas, Calvo Sotelo no creía entonces en la posibilidad de una restauración monárquica, pero mostró su preocupación por el ataque que acababa de sufrir la Iglesia Católica, atribuyéndoselo al régimen republicano: "Es grande, profundo en España, el sentimiento católico. Si la república persiste en hostilizarlo, se le ocasionarán enormes dificultades." Declaró también como una de sus preocupaciones que el nuevo parlamento se convirtiera en una cámara radical y sectaria: "Si en el Parlamento español llegan a dominar los elementos extremistas, surgirán días trágicos para España. Y eso es indispensable impedirlo, cueste lo que cueste [...] Los exclusivismos en política conducen siempre a las hecatombes." En cuanto a la posibilidad de volver a España no se la planteaba de manera inmediata, pues los dos ministros de la Dictadura que habían permanecido en España habían sido presos "no por mandato judicial, sino Gubernativamente".
Pese a no poder regresar Calvo Sotelo se presentó a las elecciones de junio de 1931 y fue elegido diputado por la provincia de Orense, publicando un manifiesto a los electores:
Soy católico, y creo que, por serlo los más de los españoles, 'el Estado debe sostener el culto y el clero'. [...] Nada objeto a la libertad de cultos ya decretada, siempre que para la Iglesia sea libertad y no persecución. Así, habrá de reconocérsele: a)el derecho de enseñar y propagar la palabra de Dios; b)el de organizarse en Congregaciones sin límite que no sean el común. Votaré, por tanto, 'contra la escuela laica, la escuela única y la disolución y expulsión de las órdenes religiosas'. Finalmente, creo que la indisolubilidad del matrimonio, si adolece de inconvenientes notorios, libera, en cambio, a la sociedad de males gravísimos. 'Votaré contra el divorcio disolutorio'.Soy avanzado en materia social y económica, mas no profeso el marxismo; [...] porque estimo esencial para el progreso humano el desenvolvimiento y difusión de la propiedad privada, y, en último término, porque hallo vital e insustituíble el fervor religioso en la ordenación económica de la vida social. Pero frente a la propiedad hay que exaltar, como fuente suprema de derechos y prerrogativas, otro principio: el trabajo.El impuesto progresivo sobre la renta, la universalización -en riesgos y beneficios- del seguro social, el salario familiar, los arrendamientos colectivos de las fincas, el accionariado obrero, la limitación de los poderes financieros oligárquicos, etc., son postulados de mi ideología [...]Yo no he votado la República, pero la quiso la mayoría de mis compatriotas, y la respeto [...] Pero 'desde fuera', debo opinar acerca de la estructuración de la naciente República, y anuncio que votaré a favor de la República de tipo "presidencialista", en que el jefe del Estado sea elegido por sufragio universal directo, y el Parlamento, por grandes circunscripciones y conforme al sistema de la representación proporcional, en su Cámara popular, y por los intereses espirituales, económicos y profesionales del país, en su Cámara alta.No admito la Confederación. El Federalismo me parece inadecuado. 'Estimo sagrada la unidad patria, pero compatible con ella la autonomía regional', sobre la que habla, con autoridad notoria, un texto legal que yo redacté: el libro III del Estatuto provincial, que admite la región [...] y la define con enorme amplitud al reconocerle todas las atribuciones que el Estado no deba reservarse 'consustanciales con su soberanía'.A esos preceptos me ciño: Nación, sólo una: España; Estado, sólo uno: el español. Y dentro de él las regiones que se quiera, con autonomía plena, intensa y profunda, pero sin romper jamás el cordón umbilical que debe unirlas a la madre patria.
Publicado originalmente en La Región, 21-VI-1931 y recogido por Julián Soriano Flores de Lemus: Calvo Sotelo ante la II República. Madrid, Editora Nacional, 1975, pp. 156-158.
Calvo tenía grandes esperanzas de poder regresar a España en virtud de su acta de parlamentario, pues hasta la fecha la elección en sufragio indultaba de cualquier posible delito político, como había ocurrido tras las elecciones de 1918 con Besteiro (presidente de las Cortes de 1931) y Largo Caballero (miembros del comité revolucionario en la huelga general de 1917 y condenados a cadena perpetua). El asunto se discutió en el Consejo de Ministros, donde Niceto Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio y Francisco Largo Caballero quedaron en minoría al sustentar la doctrina de que no debía prenderse a un diputado, acordándose que fueran finalmente las Cortes quienes decidiesen, para lo cual se creó la Comisión de Responsabilidades, un tribunal especial compuesto por diputados para juzgar a quienes habían colaborado con la Dictadura, hecho que no fue bien recibido por Calvo Sotelo, que creía que las responsabilidades que pudiera haber deberían ser juzgadas por un tribunal compuesto por magistrados. A partir de aquí la postura de Calvo hacia el nuevo régimen se endureció enormemente, y no tardó en comenzar a hablar de "la Dictadura republicana", pues en su opinión las dictaduras "no se definen por el órgano, sino por el procedimiento".
Por si fuera poco Calvo Sotelo fue objeto de un segundo suplicatorio en las Cortes, pues se le denunció por haber concedido a Juan March el monopolio de tabacos en las plazas de soberanía española de África. Calvo Sotelo se había opuesto públicamente a la existencia de este monopolio, que al final se adjudico por decisión de Primo de Rivera. Además, como puso de manifiesto Gil Robles en la sesión secreta de las Cortes de 8 de junio de 1932 el canon impuesto por Calvo Sotelo a March era mayor que el que el nuevo ministro de Hacienda, Prieto, acababa de imponer al nuevo concesionario, con lo que mal podía plantearse que con aquel contrato se hubiese perjudicado a los intereses del Estado. En el fondo el ataque en esta ocasión no iba dirigido contra Calvo Sotelo, sino contra March, que acabó dando con sus huesos en la cárcel, acusado de haber utilizado el monopolio para efectuar contrabando de tabaco, a gran escala, en la península, si bien otras fuentes afirman que la causa fue sun negativa a financiar a los republicanos en 1930.[11]
Condenado por un delito de "auxilio a la alta traición" a doce años de confinamiento en Santa Cruz de Tenerife y veinte de inhabilitación, con pérdida de derechos pasivos, Calvo Sotelo, que había publicado anteriormente su defensa en Al Tribunal Parlamentario de Responsabilidades, tomó de nuevo la pluma para mostrar la preocupación que sentía ante el deterioro que, a su juicio, estaba sufriendo la convivencia política entre los españoles:
De fraternidad es testimonio este folleto, como es inri el fallo que lo motiva. En una fraternidad cristiana y generosa estriba la futura felicidad española. Pero esa fraternidad no cuenta para los hombres fríos e implacables que ahora dominan. Sus plumas enconadas mojan en toda suerte de hieles: la hiel de la envidia, en aquellos soliloquios de antaño que incubaron el despecho; la hiel de la soberbia, en estos pseudodiálogos de hogaño, presididos por el látigo. Su musa es salobre y, por ende, estéril. Donde toca, brota el incendio que devasta en vez de purificar: llamas rojas de codicia, llamas vivas de angustia, llamas crepitantes de iracundia. El reguero es ceniza, desilusiones, estertores, miseria. Más encono en las pasiones, más pavor en los presentimientos, más dureza en el trato, más distancia entre las clases, más barbarie en la atmósfera... Adónde vamos, adónde se nos lleva? Venimos de la Fraternidad y se nos quiere conducir al canibalismo demagógico. Para ello, el desmoche implacable, calenturiento, que poco a poco va sofocando la cordialidad, la efusión , todo aquello, en fin, que gozado es el encanto de la vida, y perdido, su maldición.[...] Frente a la escalofriante realidad contemporánea, no parece difícil presagiar el fallo severo de la Historia. Ante ella, el período 1923-1930 se simbolizará en estos nombres: Alhucemas, Exposiciones; el período 1931-32, en estos otros: Castilblanco, Villa Cisneros. Paz, paz y paz, entonces; guerra, guerra y guerra, ahora.Y en esta guerra civil, pero incivil, nuestra condena será un eslabón más de la cadena represálica y maldiciente. Un simple eslabón...
José Calvo Sotelo en su prólogo a Las reponsabilidades políticas de la Dictadura. Madrid, San Martín, 1933, pp. 23-47.
Mientras ocurrían estos sucesos, Calvo Sotelo había desplazado su residencia (y la de su familia) de Lisboa a París, estableciéndose en el Hotel Mont-Thabor. En la capital de Francia tuvo ocasión de entrar en contacto con Charles Maurras, ideólogo del partido monárquico legitimista, católico y ultraconservador Action Française, que según Eugenio Vegas Latapie, el gran impulsor de Acción Española, ejerció una gran influencia sobre él, una tesis reconocida casi unánimemente, si bien esta tesis ha sido modernamente cuestionada por González Cuevas, para quien "es sobradamente dudoso que una doctrina tan profundamente culturalista y ajena a las realidades de carácter socioeconómico como era el tradicionalismo maurrasiano ejerciera una influencia determinante sobre el pensamiento de un hombre que obedecía, ante todo, a criterios de orden pragmático".[12] Calvo Sotelo, en París, estuvo abierto a todo el pensamiento político francés (no sólo el de Maurras), y también al influjo de cuantas doctrinas llegaban de Europa, y muy especialmente al fascismo. Entre sus modelos políticos se encontraba también Roosevelt, de cuyo New Deal se muestra ferviente admirador en diferentes textos.
En Francia Calvo Sotelo juega un relevante papel entre los políticos monárquicos exiliados, participando de manera activa en los intentos de llegar a una fusión dinástica entre carlistas y alfonsinos, acuerdo de fusión que se veía favorecido por la falta de descendencia de los pretendientes carlistas. No era sin embargo Calvo Sotelo un político cómodo para Alfonso XIII, pues aunque siempre había defendido su figura consideraba que si la monarquía había caído en 1931 era debido a una serie de defectos que había que corregir: "si algún día cambia España su régimen, nunca será para una «restauración», sino para una «instauración». Esto es, que la Monarquía, aunque retorne, no podría volver a ser «en nada, absolutamente en nada», lo que era la que pereció en 1931".[13] Además, Calvo Sotelo consideraba necesario que Alfonso XIII abdicase en don Juan, pues ello haría más fácil la vuelta de la monarquía.
En agosto de 1932 Calvo siguió con interés el pronunciamiento de Sanjurjo, aconsejando al general Barrera que acudiese en su apoyo e implicándose posteriormente en varias conspiraciones monárquicas. En febrero de 1933 Calvo Sotelo se trasladó a Roma, donde se entrevisto con Balbo y Mussolini para tratar de conseguir que apoyasen las iniciativas monárquicas, aunque no parece que estas entrevistas diesen, al menos en dicho momento, excesivos frutos.
Durante su estancia en el extranjero Calvo, a quien se le había retirado su sueldo de asesor del Banco de España, se ganó la vida como periodista, remitiendo gran cantidad de artículos a numerosos periódicos, gracias a los cuales pudo conseguir ingresos equivalentes al sueldo que en su día tuvo como ministro.[14]
En septiembre de 1933 Calvo Sotelo fue elegido por los colegios de abogados miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales, pese a lo cual tampoco se le permitió volver a España.
Regreso a España y creación del Bloque Nacional [editar]
Elegido de nuevo diputado en las elecciones de 1933, y pese a haber obtenido acta por Orense y La Coruña, Calvo Sotelo no pudo regresar de inmediato a la Península, pues la CEDA no se atrevió a tratar de sacar adelante su incorporación a las Cortes sin el visto bueno del Partido Radical, que prefería esperar a una amnistía más amplia, en la que también fueron incluidos los sublevados de la sanjurjada y los anarquistas y comunistas que habían participado en diversas revueltas armadas contra la República. Finalmente le fue concedida la amnistía el 30 de abril, lo que permitió que en la madrugada del 4 de mayo hiciese su entrada en la capital de España.
El 8 de mayo su acta se discutió en el Congreso, donde fue aprobada con el voto en contra de los socialistas, y el 22 se celebró un sorteo para determinar cual era la provincia a la que debía representar, que volvió a ser Orense. Ya con anterioridad, el día 11, había firmado su primera proposición parlamentaria, en que se solicitaba instar al Gobierno la nivelación parlamentaria, y el día 18 había tomado parte en su primer debate en las Cortes, donde antes de pronunciar el ritual "señores diputados" no pudo menos de exclamar: "todo llega en la vida".[15]
Aunque Calvo Sotelo se integró en las Cortes en la minoría de Renovación Española (el partido dirigido por Antonio Goicoechea), el aviador monárquico Juan Antonio Ansaldo, que por aquel entonces dirigía las represalias de Falange, le fue a visitar en compañía de Ruiz de Alda para ver si era posible que se integrase en Falange. Pero si bien Calvo Sotelo "estaba propicio a ello" Primo de Rivera "jamás pudo admitir la posibilidad de alternar, de igual a igual, con el que fue relevante figura en el Gobierno de su padre. A regañadientes, quizá lo hubiera aceptado como colaborador subordinado, pero le pesaba la compañía de quien con prestigio paralelo al suyo, arrastraba con su nombre compromisos tradicionales irrompibles!. Además de los celos de José Antonio, y siempre según Ansaldo, había "una razón profunda y más poderosa aún", que poco a poco iba haciendo inevitable la ruptura entre la Falange de José Antonio y la que deseaban Ansaldo y otros elementos afines: "José Antonio no era monárquico".[16] Ramiro Ledesma, en su libro ¿Fascismo en España? da una versión ligeramente distinta de estos hechos, planteando que Calvo Sotelo solicitó entrar en el partido y que José Antonio se negó a ello, versión que ha sido copiada por diversos autores, pero cuya fuente no fue protagonista directo de las negociaciones, como sí lo fue Ansaldo.
Al haber permanecido más de tres años fuera de España, la inserción de Calvo Sotelo en un puesto de primera fila dentro de la vida política española no resultaba fácil. Tal y como le dijo el conspirador monárquico Sáinz Rodríguez antes de que abandonara París: "Tu situación es la de un cantante eminente que llega a una ciudad donde todos los teatros están alquilados. Tú no puedes ser el jefe de Renovación, o sea de la minoría monárquica, porque ya lo es Goicoechea. No puedes presidir el posibilismo de ciertas derechas hacia la república, porque ya lo está haciendo Gil Robles. La aproximación hacia fórmulas de tipo fascista con modalidad nacional tampoco, porque es lo que trae entre manos Primo de Rivera. De manera que, para que tú puedas actuar libre y eficazmente, es preciso que busquemos una fórmula por la cual, sin chocar con todos estos elementos, tengas una libertad de movimientos y una personalidad propia".[17] El 14 de junio, en una entrevista concedida a ABC, Calvo Sotelo planteó la necesidad de articular un "bloque o alianza" con las fuerzas de la derecha antirrepublicana que no aceptaban la Constitución de 1931, pero pese a que mantuvo varias conversaciones al respecto la iniciativa no se puso públicamente en marcha hasta después de la sucesos revolucionarios de octubre de 1934. El manifiesto fundacional, difundido en el mes de diciembre, contaba con firmas de diputados tradicionalistas y de Renovación Española, así como con la de José María Albiñana y algunos independientes que en los meses anteriores se habían separado de la CEDA y los agrarios, grupos a los que no se logró atraer a la nueva coalición, como tampoco a los falangistas, con lo que el objetivo de crear una gran formación contrarrevolucionaria quedó casi en la nada. Eso sí, entre los firmantes había un nutrido grupo de aristócratas y algunos intelectuales, como el premio Nobel Jacinto Benavente, Ramiro de Maeztu, José María Pemán y Julio Palacios. Por otro lado, la formación fue acogida casi con igual desconfianza en los sectores mayoritarios de Renovación Española y del carlismo, por lo que nunca fue excesivamente operativa, aunque si sirvió para que Calvo Sotelo y sus más íntimos colaboradores pudieran mantener una amplia actividad política fuera de las Cortes, donde también intervenía con frecuencia.
En diciembre de 1935, cuando Alcalá Zamora, tras la dimisión de Chapaprieta, volvió a no pedir al líder de la CEDA, Gil Robles, de cuya lealtad hacia la República desconfiaba, a pesar de ser la CEDA el partido con más diputados de las Cortes, Calvo Sotelo, que se hallaba en la cama con ciática, envió a Ansaldo para que hablase con Franco, Fanjul y Goded a fin de que se opusiesen a lo que el consideraba "un golpe de Estado presidencial". Ansaldo sólo pudo hablar con el teniente coronel Valentín Galarza, que transmitió su mensaje a los militares citados, que estaban reunidos estudiando el tema, pero que se mantuvieron dentro de la legalidad debido a la opinión de Franco, que consideraba que tras el precedente de la resistencia obrera durante la revolución asturiana, el ejército no estaba aún preparado para el golpe.[18]
Alcalá Zamora estaba convencido de la necesidad de convocar nuevas elecciones para dar solución a la inestabilidad gubernamental,[19] pero deseaba que surgiera una mayoría moderada en lugar de una de derechas o izquierdas, para lo que quería que estuviese en el poder el gobierno más adecuado. Así, encargó la formación del gobierno a Manuel Portela Valladares. El intento de Alcalá Zamora de retrasar las reuniones de Cortes para que el nuevo ejecutivo tuviera tiempo de consolidarse antes de convocar elecciones fue hecho imposible por Calvo Sotelo, que denunció ante la comisión permanente de la Cámara la actuación del Gobierno y del Presidente de la República, con lo que obligó a éste a disolver las Cortes y convocar de inmediato los comicios.
El Frente Popular [editar]
Ya antes de que se convocasen las elecciones de 1936 Calvo Sotelo pensó que era muy posible que se perdieran, y que en tal caso se produjera una sublevación militar, por lo que mantuvo una entrevista con Franco en la que le pidió que los militares se alzasen antes de la consulta electoral. "Yo lo que creo es que, en resumidas cuentas, el Ejército debe soportar lo que salga de las urnas", fue la respuesta del general.[20]
El resultado de la primera vuelta de las elecciones de 1936 fue adverso a las derechas, y las masas del Frente Popular se lanzaron de inmediato a la calle para celebrar el triunfo y poner en libertad a los encarcelados como consecuencia de la revolución de octubre de 1934. La situación del Gobierno de Portela no era fácil, pues si se reprimían los desórdenes podía haber víctimas mortales de las que se le pidiera cuentas cuando después de la segunda vuelta de las elecciones se reuniesen las Cortes y se formase un nuevo ejecutivo. Tanto Franco, como Gil Robles, Calvo Sotelo y el propio Alcalá Zamora pidieron a Portela Valladares que se mantuviese en su puesto hasta pasada la segunda vuelta electoral, promulgando para ello, si era necesario, el Estado de Guerra, que es lo que se hizo en 1933, pero Portela optó por presentar su dimisión, por lo que el 19 de febrero Alcalá Zamora encargó a Azaña formar Gobierno.[21]
Una vez celebrada la segunda vuelta de las elecciones, la comisión de actas de las nuevas Cortes procedió a estudiar la forma en que se habían desarrollado los comicios en cada circunscripción, y anuló numerosas actas de las derechas, incrementando así el Frente Popular su mayoría parlamentaria, pero con un coste difícilmente asumible por el sistema, pues como señaló Alcalá Zamora. "En la historia parlamentaria de España, no muy escrupulosa, no hay memoria de nada comparable a la Comisión de Actas de 1936".[22] Entre las actas que inicialmente se proponían anular las izquierdas se hallaban las dos obtenidas por Calvo Sotelo, pero la enérgica defensa que hizo éste ante la cámara, y las presiones ejercidas sobre Azaña por varios políticos del centro y de su propio partido (especialmente Mariano Ansó), hicieron que la comisión cambiase su primer dictamen y que pese a la oposición de socialistas y comunistas, y de los gritos de "¡Justicia para los asesinos del pueblo¡" lanzados por la Pasionaria, el acta se aprobase por ciento once votos contra setenta y nueve. El ejemplo sirvió para que también se respetase el acta de Gil Robles por Salamanca, igualmente cuestionada, pero entre las anuladas quedó la de Antonio Goicoechea, jefe de Renovación Española, lo que aumentó el protagonismo de Calvo Sotelo, que pasó a convertirse en el jefe parlamentario de la minoría monárquica.
Cuando el 15 de abril Azaña compareció ante las Cortes para defender su programa de Gobierno, el primero de los discursos de réplica corrió a cargo de José Calvo Sotelo, que hizo una minuciosa relación de incidentes acaecidos desde las elecciones de febrero que, afirmando que habían causado más de cien muertos y quinientos heridos. Acto seguido señaló las diferencias existentes en el seno del Frente Popular, donde coexistían elementos burgueses y marxistas, y pidió a Azaña que se esforzase en conseguir el mantenimiento del orden, petición en la que fue secundado por un durísimo discurso de Gil Robles. La respuesta de Azaña dejó en evidencia que el Gobierno estaba dispuesto a primar la cohesión del Frente Popular sobre el mantenimiento del orden.[23]
Dada la censura a que se veía sometida la prensa, la reproducción de los discursos de Calvo Sotelo sobre las perturbaciones del orden público (táctica en seguida copiada por Gil Robles) era la única forma de que los periódicos de derechas dieran a conocer a sus lectores lo que ocurría en España. Unido ello a sus reiteradas incitaciones para que el ejército, "columna vertebral de la patria", restableciese el orden que, a su juicio, el Gobierno no podía o no quería imponer, el ex ministro se convirtió en el centro de los ataques de la izquierda, siendo además uno de los políticos derechistas cuyos teléfonos estaban ilegalmente intervenidos por orden de Azaña.[24]
Las sesiones parlamentarias del 16 de junio y el 1 de julio de 1936 [editar]
No era la del 16 de junio una sesión cuyo protagonismo hubiese debido caer sobre Calvo Sotelo, sino sobre Gil Robles, que había presentado una proposición en que se pedía "la rápida adopción de las medidas necesarias para poner fin al estado de subversión en que vive España", y que pronunció un excelente discurso donde recogió datos estadísticos sobre los disturbios habidos en España desde el triunfo del Frente Popular, en los que contabilizaba un total de 269 muertos y 1.287 heridos.
Tras una breve intervención del socialista De Francisco tomó la palabra José Calvo Sotelo, quien con un acopio de datos en él característico expuso sus tesis sobre el desorden económico y el desorden militar imperantes en España. El líder monárquico postulaba, frente a la inoperancia del Gobierno a la hora de conciliar los diversos intereses de la economía nacional ante el espíritu de lucha de clases impulsado por el marxismo:
...el concepto de Estado integrador, que administre la justicia económica y que pueda decir con plena autoridad: ‘no más huelgas, no más lock-outs, no más intereses usurarios, no más fórmulas financieras de capitalismo abusivo, no más salarios de hambre, no más salarios políticos no ganados con un rendimiento afortunado, no más libertad anárquica, no más destrucción criminal contra la producción, que la producción nacional está por encima de todas las clases, de todos los partidos y de todos los intereses”. (Aplausos.) A este Estado le llaman muchos Estado fascista; pues si ése es el Estado fascista, yo, que participo de la idea de ese Estado, yo que creo en él, me declaro fascista.
Puesto que Casares Quiroga (que además de Presidente del Gobierno tras el nombramiento de Azaña para la presidencia de la República, era Ministro de la Guerra) había dado medidas para controlar el Ejército, Calvo Sotelo le previno del peligro de entregar el mando a militares extremistas como forma de consolidar el régimen:
Cuando se habla por ahí del peligro de militares monarquizantes, yo sonrío un poco, porque no creo –y no me negaréis una cierta autoridad moral para formular este aserto- que exista actualmente en el Ejército español, cualesquiera que sean las ideas políticas individuales, que la Constitución respeta, un solo militar dispuesto a sublevarse a favor de la monarquía y en contra de la República. Si lo hubiera sería un loco, lo digo con toda claridad (Rumores), aunque considero que también sería loco el militar que al frente de su destino no estuviera dispuesto a sublevarse a favor de España y en contra de la anarquía, si ésta se produjera. (Grandes protestas y contraprotestas.)
"No haga S.S. invitaciones que fuera de aquí pueden ser mal traducidas", advirtió el presidente de las Cortes, Martínez Barrio. Acto seguido, Calvo Sotelo presentó diversos ejemplos de la, a su juicio, vejación del ejército y las fuerzas de seguridad ante las milicias del Frente Popular, casos resueltos por las autoridades, según el orador, con notoria parcialidad en pro de comunistas y socialistas. E igual ocurría con una censura que permitía poner verde a la Guardia Civil, y sin embargo prohibía dar cuenta de sucesos como el de un pueblo de Córdoba donde un guardia habría sido degollado en la Casa del Pueblo, afirmación esta última que dio lugar a un intercambio de expresiones gruesas entre Calvo Sotelo y Wenceslao Carrillo que Martínez Barrio ordenó borrar del Diario de Sesiones.
El episodio que se desarrolló a continuación, en el que Casares Quiroga demostró notable torpeza, y Calvo Sotelo su indudable ironía, es buena prueba de hasta que punto las sensibilidades se encontraban a flor de piel: "Yo digo, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, compadeciendo a S.S. por la carga ímproba que el azar ha echado sobres sus espaldas... (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Todo menos que me compadezca S.S. Pido la palabra.- Aplausos.) El estilo de improperio característico del antiguo señorito de la ciudad de La Coruña... (Grandes protestas.- El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Nunca fui señorito- Varios señores Diputados increpan al Sr. Calvo Sotelo airadamente.)". La rectificación de Calvo Sotelo no tuvo desperdicio:
Señor Presidente del Consejo de Ministros, cuando yo comenté, con honda sinceridad, que me producía una evidente pesadumbre comprender la carga que pesa sobre sus hombros [...] S.S. me contestó en términos que parlamentariamente yo no he de rechazar, claro está, pero que eran francamente despectivos, diciendo que la compasión mía la rechazaba de modo airado, y entonces yo quise decir al Sr. Casares Quiroga, al cual, sin haberle tratado he conocido de lejos en la capital de La Coruña como un... —ya no encuentro palabra que no molesta a S.S., pero conste que no quiero empelar ninguna con mala intención- sportman, como un hombre de burguesa posición, un hombre de plácido vivir, pero acostumbrado, sin embargo, que es lo que yo quería decir, al estilo de improperio, porque S.S., siendo hombre representativo de la burguesía coruñesa, sin embargo, era el líder de los obreros sindicalistas, de los más avanzados, y con frecuencia les dirigía soflamas revolucionarias; quise decir, repito, que no me extrañaba que, en el estilo de improperio de S.S., tuviera para mí palabras tan despectivas ¿Intención maligna? Ninguna. (Rumores.)
Casares Quiroga consideró tan graves las afirmaciones de Calvo Sotelo sobre el Ejército que pidió la palabra, en su condición de Ministro de la Guerra, antes de que terminasen de intervenir los representantes de las diversas minorías:
Yo no quiero incidir en la falta que cometía su señoría, peor si me es lícito decir que después de lo que ha hecho S.S. hoy ante el Parlamento, de cualquier caso que pudiera ocurrir, que no ocurrirá, haré responsable ante el país a S.S. (Fuertes aplausos.) No basta por lo visto que determinadas personas, que yo no sé si son amigas de S.S., pero tengo ya derecho a empezar a suponerlo, vayan a procurar levantar el espíritu de aquellos que puede creerse que serían fáciles a la subversión, recibiendo a veces por contestación el empellón que los arroja por la escalera; no basta que algunas personas amigas de S.S. vayan haciendo folletos, formulando indicaciones, realizando una propaganda para conseguir que el Ejército, que está al servicio de España y de la república, pese a todos vosotros y a todos vuestros manejos, se subleve. (Aplausos.) [...] Gravísimo, Sr. Calvo Sotelo. Insisto: si algo pudiera ocurrir, S.S. sería el responsable con toda responsabilidad. (Muy bien.-Aplausos.)
El resto del discurso de Casares no desmintió la acusación de falta de equidad a la hora de reprender a derechas e izquierdas formulada por Gil Robles, sino que se centró en la represión a los extremistas de derecha:
¡Qué el gobierno ha fracaso en cuanto a las medidas de orden público que haya tomado [...] que ha fracasado en todas las manifestaciones de orden público! Vosotros sabéis bien que no. ¿Verdad, Señor Calvo Sotelo? ¿Cuándo se ven ahora por las calles aquellas magníficas manifestaciones fascistas alargando las manos, injuriando a los ministros, rodeando los centros públicos, gritando, disparando tiros, etcétera. Pero ¿dónde está todo eso? En algún sector parece que hemos impuesto un poco la serenidad. No es ahí, ciertamente, donde ha fracasado el orden público.
La visión de Casares Quiroga fue duramente criticada por Ventosa, cuyas intervenciones solían ser las más equilibradas y razonables de la Cámara:
si el Gobierno actual no está dispuesto a dejar de ser beligerante para ser un Gobierno que imponga a todos por igual, con justicia y con equidad, el respeto a la ley y al principio de autoridad, vale más que se marche; porque por encima de todas las combinaciones y de todos los partidos y de todos los intereses, está el interés supremo de España, que se halla amenazada de una catástrofe.
La contestación de Calvo Sotelo a Casares Quiroga, que comenzó con una nueva defensa del Ejército, acabó de la siguiente forma:
Yo tengo, Sr. Casares Quiroga, anchas espaldas. Su señoría es hombre fácil y pronto para el gesto de reto y para las palabras de amenaza. Le he oído tres o cuatro discursos en mi vida, los tres o cuatro desde ese banco azul, y en todos ha habido siempre la nota amenazadora. Bien, señor Casares Quiroga. Me doy por notificado de la amenaza de S.S. Me ha convertido S. S. en sujeto, y por tanto no sólo activo, sino pasivo, de las responsabilidades que puedan nacer de no sé qué hechos. Bien, Sr. Casares Quiroga. Lo repito, mis espaldas son anchas; yo acepto con gusto y no desdeño ninguna de las responsabilidades que se puedan derivar de actos que yo realice, y las responsabilidades ajenas, si son para bien de mi patria (Exclamaciones.) y para gloria de España, las acepto también. ¡Pues no faltaba más! Yo digo lo que Santo Domingo de Silos contestó a un rey castellano: ‘Señor, la vida podéis quitarme, pero más no podéis’. Y esa preferible morir con gloria a vivir con vilipendio. (Rumores.) Pero a mi vez invito al Sr. Casares Quiroga a que mida sus responsabilidades estrechamente, si no ante dios, puesto que es laico, ante su conciencia, puesto que es hombre de honor; estrechamente, día a día, hora a hora, por lo que hace, por lo que dice, por lo que calla. Piense que en sus manos están los destinos de España, y yo pido a Dios que no sean trágicos. Mida S. S. sus responsabilidades, repase la historia de los veinticinco últimos años y verá el resplandor doloroso y sangriento que acompaña a dos figuras que han tenido participación primerísima en la tragedia de dos pueblos: Rusia y Hungría, que fueron Kerensky y Karoly. Kerensky fue la inconsciencia; Karoly, la traición a toda una civilización milenaria. Su señoría no será Kerensky, porque no es inconsciente, tiene plena conciencia de lo que dice, de lo que calla y de lo que piensa. Quiera Dios que S. S. no pueda equipararse jamás a Karoly. (Aplausos.)
Una cuestión controvertida, pero que parece que tenga mayor relevancia, es si en esta sesión Dolores Ibarruri exclamó, dirigiéndose al diputado monárquico: "Este hombre ha hablado por última vez". La frase no aparece en el Diario de Sesiones (lo que no significa gran cosa, pues las expresiones de este tipo solían ser omitidas), y La Pasionaria siempre negó haberla proferido. Sin embargo, Tarradellas, en una entrevista concedida a Pilar Urbano en 1985, contradice su versión: "Me acuerdo del día que Dolores Ibarruri le dijo a Calvo Sotelo aquello de «has hablado por última vez», porque yo me sentaba en un escaño muy cercano al de Calvo Sotelo".[25] Se trata, en cualquier caso, de un detalle accesorio, pues que La Pasionaria amenazase a los diputados de las derechas no era ninguna novedad. En la misma sesión del 16 de junio afirmó refiriéndose a Calvo Sotelo y Martínez Anido, organizador de la guerra sucia contra el sindicalismo anarquista en Barcelona durante el comienzo de la década de 1920: "para vergüenza de la República española no se ha hecho justicia ni con él ni con S. S."; en la del 15 abril había afirmado que si a Gil Robles le molestaba morir con los zapatos puestos se los quitarían y le pondrían unas botas, y en otras varias había exclamado refiriéndose a sus oponentes: "hay que arrastralos". El ambiente en las Cortes era tal que al terminar la intervención de Calvo Sotelo Besteiro comentó: "Si el gobierno no cierra el Parlamento hasta que se aquieten las pasiones, seremos nosotros mismos los que desencadenaremos, aquí dentro, la guerra civil".[26]
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