Libertad!

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domingo, 2 de marzo de 2008

Un caucus para la oposición (II)

Oscar Reyes

I.- El problema

Luego de publicar y hacer circular el artículo pasado sobre mi idea de un caucus o debate en cada circuito –para que sustituya y evite en lo posible una agotadora seguidilla de elecciones primarias para definir a los candidatos de la unidad opositora- un grupo de la Juventud de la Democracia Social (JDS) de Un Nuevo Tiempo (UNT) me hizo una objeción que bien merece esta respuesta, porque nobleza obliga (la de ellos, of course).
1.- Situémonos en el campo que vulgarmente solemos llamar realpolitik en los corrillos políticos venezolanos. Es una postura o conducta que poco debe a la teoría realista de Maquiavelo, Hobbes y sucesores (Aron, Kissinger), y que en su versión venezolana es más bien una mezcla de cálculo de corto plazo, viveza criolla, amiguismo, cortesanismo, arribismo, etc. Es decir, AD y COPEI durante los 40 años de Puntofijismo y el MAS y la izquierda desde el 98 hasta hace poco. Desde esta posición, todo lo que se haga para triunfar es lícito, porque el fin justifica los medios. El que triunfa es quien logra encontrar el medio más seguro para triunfar (astucia) independientemente de los criterios de eticidad y democraticidad de determinadas acciones políticas (virtud). Este es el punto de partida de los chamos de la Juventud de la Democracia Social.
2.- Yo, que soy un poco más viejo, tengo un punto de partida un poco diferente porque no descarto la utilidad de determinados criterios éticos que pueden hacer nuestra conducta más democrática. Reconozco que el fin es algo primordial, y que en última instancia (ultima ratio) si hay que recurrir a determinados trucos y conductas de la realpolitik criolla para triunfar ante un enemigo desalmado, pues hay que hacerlo. Pero como filósofo me suelo preguntar cosas ociosas como: ¿y no existirá un camino alternativo que permita tanto triunfar como triunfar éticamente?
3.- El problema afrontado es sencillo de enunciar, aunque duro de pelar y de lograr: triunfar en la mayor cantidad de circuitos de alcaldes, gobernadores, diputados regionales y concejales, frente los candidatos del gobierno.
4.- La oposición ha llegado a un acuerdo: apoyaremos de manera unitaria a los candidatos que tengan más chance, utilizando diversos criterios como las encuestas de opinión pública y los acuerdos. Lo peor serían primarias.
5.- Yo coincido con ellos en dos fines que son de hierro: tratar de ganar e ir unidos. El problema radica en cómo –y quiénes- llegamos a la conclusión de quién es el que tiene más chance.
6.- El caucus implica debates informales entre los diversos aspirantes de la oposición, sean de UNT, MAS, PJ, AD, PODEMOS o COPEI, por ejemplo. Se harían en canales locales, emisoras locales, diarios locales, televisoras locales, espacios públicos como plazas o centros deportivos y culturales, etc. Ello le permitiría a los candidatos exponer sus programas de gobierno, y a los ciudadanos elegir de manera más consciente quiénes se irán convirtiendo en –o se seguirán manteniendo como- los favoritos a ser apoyados unitariamente. Ese favoritismo se reflejará ineluctablemente en las encuestas que aceptemos como confiable, evitando en lo posible una guerra de encuestas chimbas.
7.- La objeción de los chamos es: ¿por qué si un candidato de nuestro partido está sobrado y lleva 64% en las encuestas ha de debatir con otro que apenas lleva 2,5%? ¿No le estamos regalando tribuna al segundón y poniéndolo al nivel de quien ya es favorito? ¿Con eso no contribuimos además a confundir al pueblo? Imagine usted que la objeción es hecha también –o en principio- por algunos dueños de medios de comunicación con la más sana intención, para salvaguardar los intereses del fin buscado. Para cuidarnos, nos dicen: no le daré espacio a ese segundón si mi gallo está sobrado.
8.- Nótese que la objeción es dura, y asumimos de verdad que viene con toda la buena intención del mundo. Hemos padecido tantas derrotas que arriesgarnos innecesariamente parece contraproducente. Pero es en este riesgo (¿vale la pena o no?) que yo quiero afincarme. Porque si nosotros no confiamos en los ciudadanos a quienes les pedimos que voten por nuestros candidatos, de alguna manera estamos pensando que son brutos y los estamos tratando como si fueran menores de edad, pero eso sí: después les exigimos que se comporten como adultos comprometidos y resteados a la hora de defender los (nuestros) votos aun a costa de su seguridad y de su vida. Es en esta y otras incongruencias que me voy a basar para plantear una alternativa ética e ideológica con la finalidad de señalar que se puede lograr el mismo triunfo, pero más bonito y rendidor, por así decirlo.


II,. Dilemas e incongruencias


1.- No convocar al debate allí donde estamos sobrados puede parecer el camino más corto, aunque no sé si es el más seguro. De todas maneras, aceptemos por more del argumento que es el más corto. Pero este atajo plantea varios dilemas: ¿Por qué los medios de comunicación van a decidir nuestras políticas? ¿No hemos asumido el compromiso de llegar a ser una dirigencia política profesional, ideologizada en la democracia social y éticamente responsable y comprometida con toda una serie de valores que estamos trabajando en los diversos encuentros ideológicos de UNT? ¿Es que hemos olvidado las experiencia de una Coordinadora Democrática secuestrada por intereses miopes de la sociedad civil, dígase medios, empresarios, militares y un sector radical y derechista de la clase media enardecida? Creo que, en buena medida, las desviaciones –Carmona Estanga i.e.- fueron producto de esa usurpación de roles. Y con todo el respeto para unos medios que nos han ayudado con el alma y la sangre, quiero preguntarle a ustedes, muchachos: ¿por qué Teodoro Petkoff montó su propio periódico? ¿O por qué el Presidente se dedicó con tanto ahínco a crear una gigantesca red de medios de comunicación alternativos? ¿No sería para poder mantener la independencia de criterios políticos y no sucumbir ante cualquier chantaje mediático por más bienintencionado que fuera? Esto es más realpolitik que la objeción hecha por ustedes, porque de esto se sigue si realmente mantenemos en nuestras manos las decisiones políticas que nos incumben, desde esta locus de cierto poder para el cual –luego de tantos esfuerzos- medianamente nos han elegido de alguna manera los partidos y los ciudadanos opositores democráticos: un locus desde el cual nuestras acciones van a ser juzgadas pues tendremos que responder en caso de fracaso y cobrar en caso de victoria.
2.- ¿Y qué opina el candidato? ¿O es que un grupo de párvulos y un grupo de empresarios bienintencionados saben más que el gallo que va ganador? ¿Por qué no le preguntamos al candidato en vez de tomar la decisión por él de antemano? A lo mejor no tiene miedo de debatir, a lo mejor aprovecha los debates para presentar su programa de gobierno, nuestras ideas y valores, y de esa manera logramos ganar un espacio simbólico –no sólo electoral- al poner en agenda nuestro lenguaje político y nuestra alternativa de la Democracia Social. Nuestra gente ya está convencida. Tenemos que ganarnos es a los que no terminan de creernos, y el debate democrático, con reglas de juego, con altura, en base a propuestas, puede ser tremendo ropaje para estas elecciones. Por otra parte, si yo tengo un candidato que lleva 64% en las encuestas y tiene miedo de debatir con uno que lleva 2,5%, pues se trata de un pataruco. E incluso, si se deja ganar con el pataruco segundón es que no era tan bueno. Pero, en primera instancia, nosotros no deberíamos decidir por él, y tampoco por el pueblo. Asumamos que el candidato favorito tiene sapiencia y que por eso es favorito: tiene todo el derecho a decidir por él mismo. Y si los medios no cubren el debate para castigarlo por desobediente, pues ellos se lo pierden: para eso está Youtube, y estoy seguro de que muchos medios regionales no se van a perder ese caramelo, pues el rating sería brutal.
3.- Vamos con la supuesta brutalidad del pueblo. ¿Se dejarían engañar y confundir? Puede que sí, puede que no: veamos dos argumentos, uno histórico y uno filosófico. La estrategia de la oposición el año pasado –al menos en lo que a UNT se refiere- fue tratar de llevar el debate de la reforma hasta los más apartados rincones de Venezuela, especialmente a los sectores C, D y E. Pensábamos que mientras más se enteraran del contenido de la reforma menos la apoyarían: es decir, pensamos que tenían una cierta inteligencia para discernir al menos lo que les conviene y lo que los puede dañar. Y efectivamente esa estrategia funcionó, junto con el gran aporte moral, ¡ético, carajo!, de los estudiantes y la defensa del voto hecha por la sociedad civil y los partidos el domingo 2 de Diciembre y madrugada del 3. ¿Por qué les vamos a retirar la confianza luego de aquella hazaña?
4.- Asumamos otra sugerencia estadística que se cae de madura, proveniente de los estudios de pobreza, porque una de las acusaciones de los chamos es que yo era un idealista, que idealizaba al pueblo (entendido éste como pueblo pobre). Los sectores mayoritarios en Venezuela están en los estratos C, D y E. Son pobres -80% de pobreza- y tienen terribles gaps de educación, formación profesional, para el trabajo, e incluso podríamos asumir que hay una cierta carencia de valores estables y funcionales en nuestra mayoritaria estructura familiar matrisocial, como han señalado los jesuitas Mikel de Viana y Raúl González Fabre. Lo que se asume es que este grupo social no está del todo educado o capacitado (ojo que ambas cosas no son lo mismo) para presenciar un debate en que se les invita a escoger e ir formando tendencias de opinión del voto en torno a quién y qué es lo que les conviene. O, en sentido opuesto, que un pequeño grupo selecto –partidos, medios, expertos de la realpolitik- puede pensar o decidir (estos conceptos tampoco son similares) mejor que un grupo enorme y mal educado a la hora de tomar tales decisiones. Yo acepto que nuestros pobres no tienen un alto nivel educativo, es decir, que no están altamente educados, pero asumo que sí están capacitados para barruntar decisiones sobre lo que les conviene y sobre lo que no.
5.- Debo este argumento a mi colega el filósofo Rodolfo Arango, de la Universidad de Los Andes en Bogotá, quien me regaló un libro do consta un ensayo del profesor Felipe Castañeda que aborda filosóficamente el debate entre la participación contingente –referendos, consultas populares- y la democracia representativa. El argumento proviene de Aristóteles, y ha pasado por manos de Marsilio de Padua, Nicolás de Cusa, Condorcet, Robert Dahl y –cuando no- John Rawls. La pregunta tiene más de 2.500 años y es la misma que se hacen los jóvenes de la JDS: ¿hasta qué punto conviene consultar o debatir con el pueblo determinado tipo de decisiones políticas? En su Defensor Pacis (Defensor de la Paz), de 1.324 Marsilio argumenta que aquellas leyes que con consultadas con la mayoría y aceptadas de buena gana tienden a generar más paz y estabilidad en la República, pues son un compromiso y una coacción asumida conscientemente por ‘todos’, o al menos por los que tienen estatuto de ciudadanos y pueden votar, Menos efectos pacificadores tienen aquellas normas y leyes creadas por una élite y luego impuestas al colectivo desde arriba, mediante la fuerza del aparato estatal. Dice el paduano –repitiendo a Aristóteles- que ha notado que todos los seres vivientes tienen la tendencia a rechazar lo que les amenaza porque quieren durar, vivir largamente (conatus), y que por eso en general evitan lo que les disminuye las posibilidades de supervivencia, lo que los mengua. Que por eso tenemos la tendencia a perseguir lo que nos haga sentir bien –salvo determinados casos clínicos patológicos-, a buscar lo que aumente nuestra seguridad y nuestra estabilidad en le económico, lo vital, y un largo etcétera. No siempre sabemos cómo lograrlo, porque a veces los medios para ello dependen de una tecnología que no es asequible para todos, y que requiere largos y costosos años de formación. En este caso, a la hora de formular las reglas, con toda seguridad los juristas con experiencia serán más aptos para evitar las colisiones constitucionales, pues manejan el entramado de relaciones lógicas de un conjunto de leyes o reglas interdependientes. Obviamente, este es el gran riesgo del llamado parlamentarismo o asambleísmo de calle o popular: el pueblo, en su gran mayoría no preparado para ese trabajo, puede fácilmente ser manipulado por los demagogos y crear una ley bruta, un Leviatán tosco o intonso, como dice Castañeda. Esto es lo que siempre hemos señalado acerca de la falacia del asambleismo o el parlamentarismo de calle versus el parlamentarismo profesional representativo: un líder carismático puede lograr el apoyo en medio de una asamblea de calle para que se valide a mano alzada un proyecto autoritario e inconstitucional: y nada menos que éste era el espíritu de la llamada Nueva Geometría del Poder de la derrotada Reforma Constitucional. ¿Cómo pudo el pueblo en quien ahora no se quiere confiar percibir lo nocivo de esta propuesta? La respuesta aristotélica y modélica es que la gente no necesita ser compositora para apreciar una buena música, ni necesita ser agrónoma para apreciar un buen tomate. Puede decir ‘me gusta, me parece bueno’ y si su experiencia le ha mostrado que los buenos tomates ayudan a una buena ensalada, no necesita para nada saber de cocina molecular.
6.- Aquí se repite de nuevo la objeción desde el otro lado: pero ¿no piensa mejor una élite ilustrada y bienintencionada que una mayoría no educada? Depende de para qué se la llame. Si es para diseñar una ley, con toda seguridad sí: pero si se trata de discernir si ese proyecto de ley o esa política es bueno para el colectivo, respondo que no. Se me argumenta a partir de John Rawls: el legislador ha de ser un ser racional y bienintencionado que prevea que la ley sea justa, tanto en justicia como en política: tiene que suspender sus intereses y pensar en el colectivo (el llamado punto de vista inicial o velo de la ignorancia). En este punto de vista es que se ubican los chamos cuando se sienten tentados por la realpolitik: tenemos autoridad moral, estamos llamados a ser la vanguardia y a señalar el camino. Correcto: pueden hacer todas las propuestas que quieran, pero deben consultar su implementación -de la manera que sea- con esa cosa difusa que llamamos el pueblo.
7.- No existe –creo- un ser humano que no tenga intenciones, que pueda suspender sus intereses y ser absolutamente magnánimo y bienintencionado: por eso los equivalentes a Cristo y a Buda se pueden contar con los dedos de una mano. Aunque una persona sea muy instruida, dificulto que deponga sus intereses, sus visiones, sus creencias, sus hábitos, su educación, el inmenso bagaje de ideas y valores que ha acumulado en su cerebro y su cuerpo, como complementaría un Foucault. Incluso, no puede sustraerse de su manera de entender previamente al debate acerca de cuál era el camino. El lenguaje es nuestro límite, decía Wittgenstein, y no podemos ni pensar ni razonar fuera de él. No podemos pensar ni tomar decisiones sin esa carga de prejuicios, ideas, convicciones e intereses y ello no hace falta. Sobre todo, por algo que bien sabían los framers de Filadelfia en 1787: el hecho de que mi camino, de que mi propuesta sea la escogida implica un gran poder, y por eso este tipo de decisiones son tan tentadoras. Si es difícil hallar uno solo ser magnánimo como la Madre Teresa de Calcuta, imagínense lo difícil que es hallar un cuerpo colegiado con tales virtudes. Aquí, no se trata de saber, ni de un alta racionalidad acumulada en una un universidad de prestigio: se trata de la intención. Si fuéramos ángeles no necesitaríamos gobiernos, decían los Federalistas. Esta crítica a la tutela en democracia ha sido esbozada magistralmente por Robert Dahl en La Democracia y sus críticos.
8.- Pero el pueblo es tornadizo, intonso, pasional, iletrado: ¿cómo podemos confiar en su criterio? Porque esas pasiones son justamente las que cuentan, tanto como las ideas y las creencias. Como dirían los Amigos Invisibles: Esto es lo que hay. Con estos sujetos humanos es que tenemos que trabajar y construir el país, ellos son nuestro sujeto social y nuestro fin político. Y justamente esa contraposición de intereses realistas, egoístas, sirve como filtro y espejo que muestra las diversas caras positivas y negativas de las propuestas. Un legislador sabio que impone reglas de juego para el buen vivir o para el desenvolvimiento democrático puede asegurar con su experticia técnica la supervivencia mínima y la paz del Estado en el sentido de la ausencia de guerra. Creo que el camino corto de suspender los debates logra algo parecido a esto: una cierto seguridad, un cierto mínimo de antemano, en aquellos casos en que contamos con un candidato o candidata sobrado(a). Pero el mismo Aristóteles señalaba que el ser humano no sólo quiere sobrevivir como las vacas y los borregos: sino que además parece que quiere vivir bien –dentro de lo que eso pueda significar para cada conglomerado humano en determinada época- y que justamente por eso se junta en sociedad política. A un legislador avispado se le pueden escapar cosas que determinado grupo o sujeto sí percibe porque le afecta a diario. Ese es uno de los problemas capitales de la planificación. Por ello, aunque el grupo legislador o dirigente sea muy experto, es conveniente la consulta de la propuesta –una vez elaborada- ante la mayor cantidad posible de sujetos: dos ojos ven más que uno, y cuatro oídos oyen mejor que dos: de manera que millones de oídos oyen mejor que un grupito de oídos entrenados, simplemente porque el todo es mayor que las partes. Los planificadores y dirigentes no lo pueden prever todo, siempre habrá algo que se les escape y que un ciudadano corriente puede percibir mejor desde su posición. Además, los legisladores no están fuera del todo y este es un error de Rawls, a mi juicio: no se pueden sustraer a su condición de formar parte del todo ni a los intereses que eso inevitablemente conlleva. El todo del que yo hablo incluye a los sabios legisladores y dirigentes y a las mayorías poco educadas, junto con las coaliciones de cada caso. Dado que nadie va a suspender sus intereses a la hora de la formulación de reglas o de políticas, lo más sano es tratar de lograr el mayor contraste posible, no para lograr una sumatoria mecánica de tipo utilitarista –la calidad de la propuesta depende de la calidad del legislador- sino de persuadir a todos de que pese a que se afectan algunos intereses colaterales propios, la propuesta vale la pena porque garantiza la capacidad de acción en casos en que uno no tiene mayoría o ventaja (esta posición se llama velo de la incertidumbre). Es decir: ubíquense en la situación inversa: que tenemos un candidato bate quebrado y hay otro de un partido amigo de la coalición que está sobrado: ¿por qué él sí debería debatir con nuestro bate quebrado? ¿Y porqué negarle a nuestro bate quebrado el derecho a lanzarse y debatir censurándolo dentro del partido y en público ‘porque echa a perder la unidad’? ¿qué argumentos podremos ofrecer en estos dos casos? Esta es la razón por la cual un grupo importante de teóricos de la decisiones públicas recomiendan que las decisiones sobre reglas de juego, sobre reglas de accionar político, sean elaboradas por expertos y luego consultadas a todos con el fin de lograr un cierto consenso que las haga más estables. Otra cosa son las decisiones ordinarias como candidatos ya en elecciones y mociones en el Congreso: simplemente se votan por mayorías simples o calificadas de cierto grado: ¿quién queda Presidente? El que saque más votos. O se implementa una segunda ronda para darle más legitimidad a una votación donde ninguno alcanza el 50% mínimo acordado. Es decir –concuerdo con Buchanan y Brennan- a la hora de consultar reglas de juego, cambios constitucionales, y yo añadiría líneas políticas, es aconsejable, deseable y posible conseguir ciertos consensos que legitimen más dichas reglas, y que las hagan más estables en tanto auto aceptadas hasta cierto punto de masa crítica, digamos. No en otra cosa reside la costumbre parlamentaria de establecer diferencias entre las leyes ordinarias y las leyes orgánicas: estas últimas no se pueden cambiar sino mediante mayoría calificada, luego de lo cual en mucho casos hay que hacer consulta referendaria populares.


III.- Conclusiones


¿Qué conclusiones quiero ofrecer luego del largo rodeo filosófico?
1.- No creo que se ponga en riesgo el triunfo si los candidatos debaten abiertamente. Además, la capacidad o la autonomía de elegir lo que mejor le conviene a cada quien es algo intransferible desde el individuo a ningún colectivo o ente tutelar, salvo en casos clínicos muy especiales –coma, agonía, retardo mental. Eso es un derecho humano de primera generación, como solía decirse hasta hace poco en derecho.
2.- El debate nos puede beneficiar en el sentido de poner nuestra agenda en el tapete y con ello ganamos algo más que la alcaldía y la gobernación. La gente se dedicaría a estudiar nuestras propuestas, y nosotros nos deslastraríamos de la manía de andar siguiendo la agenda que se nos propone desde Aló Presidente, que puede dar mucho rating, pero que nos ha llevado a costosos fracasos. Es posible que así incluso nosotros mismos logremos incorporar, empoderarnos, con las propuestas de la Democracia Social. Además, recuérdese que este es un partido con orígenes muy diversos: socialdemócratas, socialistas democráticos, centro-derecha, socialcristianos, etc. No estaría mal un poco de cemento ideológico y ético-político para lograr un lenguaje mínimo común.
3.- En muchas reuniones he repetido la clásica frase de Lord Acton: El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. He dicho que una pequeña grieta ideológica o de valores en este momento tal vez no sea grave porque estamos en un momento de relativa calma –somos una oposición democrática que crece- pero que si entramos en una zona de turbulencia –como cuando el Transbordador espacial entra a la atmósfera- la fricción y el calor de esa turbulencia desintegraría la nave a partir de la pequeña grieta. Hemos repetido en muchos foros que somos éticos, que respetamos y acompañamos al pueblo, que queremos ampliar su marco de decisiones hacia la base a partir de nuestro proyecto ideológico. Mal podríamos ahora decir que le vamos a negar al pueblo el derecho a ver esos debates: o sea, a partir de un cierto poder –a los estudiantes quien les diga que no queda como feo- entonces nos vamos a abrogar una prerrogativa que no tenemos, que nadie nos dio. Ustedes ahora tienen un poder moral inmenso: todo lo que propongan será oído con cuidado y en muchos casos será seguido como línea política. Si desde ahora empiezan a dar concesiones antidemocráticas a partir de una mal entendida realpolitik, de hecho ya se están corrompiendo. Y si eso es ahora: ¿qué pasará cuando lleguen a cargos de poder delegado por el pueblo en el ejecutivo o el legislativo? ¿No creen que desde temprano pueden acostumbrarse a romper en la acción las bellas palabras que se dicen en nombre de la moral, la ética y la democracia?.
4.- John Dewey, uno de mis héroes filosóficos, pensaba que la inteligencia democrática de un pueblo puede incrementarse. El pueblo –un grupo pequeño o una parroquia- acomete un problema: todas aquellas alternativas fallidas serán desechadas, y las que funcionen serán asumidas como ‘verdades’ por ese colectivo. Luego, esas ‘verdades’ pueden pasar a formar parte de su acervo cultural, como la construcción de aviones, la física cuántica o la receta de las hallacas de Scannone. La descentralización es un ejemplo de ello: recuerdo que durante los debates por allá a principios de los noventa, se usaba el mismo argumento de que le gente no estaba preparada para elegir gobernadores, alcaldes, etc. El mismo argumento tutelar del pueblo intonso. Y sin embargo, la experiencia ha demostrado que la gente aprendió a funcionar con entes descentralizados, algo con lo que no contaba el proceso cuando quiso desmantelarlos a partir de la reforma.
5.- Contribuir a elevar la inteligencia democrática de los ciudadanos es una de las misiones que nos han encomendado –por decirlo de alguna manera- al invitarnos a estos debates sobre la Democracia Social y a los programas de formación política de los dirigentes de UNT y de la JDS. Yo trato de ser coherente entre los principios y las acciones, entre las intenciones, las proclamas y la hora en que hay que implementar las acciones, la hora en que hay que haya que repartir un presupuesto, a la hora en que la teoría deba hacerse verbo y cemento, pan y educación. Esa coherencia me impide apoyar –al menos en teoría y por ahora- la no realización de debates en los casos que hemos estudiado aquí. Claro, cada caso puede ser particular y diverso: habrá candidatos que no querrán debatir y no los podemos obligar, y ellos cosecharán lo que siembren. Tal vez esto sea útil para casos en que los números de las encuestas están muy parejos. En todo caso, una vez que han sido tan audaces, que han triunfado en nombre de le ética, de los valores y la democracia, no entiendo –lo entiendo, pero no lo apruebo- que de la noche a la mañana –quizás encandilados por los flashes y los spots de los media- algunos de ustedes se me vuelvan conservadores, faltos de audacia, limitados por una falso realismo político, cuando se espera de ustedes no que el cielo sea el límite sino que el cielo sea apenas el principio.
oreyes10@gmail.com

Venezuela Analítica

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